Vida y muerte en la ciudad mártir

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Imagen de un funeral celebrado en la mezquita Al Jobar de Homs. / Mónica G. Prieto

Abu Ayyad, uno de los ciudadanos de Homs que consagran su vida a testimoniar la represión de la revolución grabándola en vídeo, murmura en árabe mientras desliza su pequeña cámara Canon por un agujero abierto por la artillería siria en el pasillo de una vivienda de la calle principal de barrio de Baba Amr.

“Baba Amr, 22 de diciembre de 2011. Esta es la forma que tiene el régimen de Bashar Assad de cumplir el acuerdo con la Liga Árabe”. Al otro lado del muro se extiende una avenida desierta, cubierta por escombros, hierros retorcidos y basura amontonada; al fondo, un carro de combate sirio junto a una posición militar compuesta de sacos terreros: uno de los muchos –los ciudadanos estiman que hay 40 rodeando el barrio, acceso sureño a Homs– que lleva desde la noche anterior martillando la ciudad. Mientras, el mundo entero se hace eco del acuerdo del presidente sirio con la Liga Árabe que tendría que parar inmediatamente la violencia contra la población civil y enviar al Ejército de vuelta a los cuarteles. Sobre el terreno, nada ha cambiado.

Homs, tercera ciudad de Siria y la mayor provincia del país árabe, con millón y medio de habitantes de distintas confesiones religiosas, lleva siendo sometida a fuego interrumpido desde hace cinco meses pero en las últimas horas los tiroteos indiscriminados y los disparos de artillería se han intensificado. La vivienda desde donde grababa Abu Ayyad es propiedad de una familia que se niega a dar su nombre por miedo a represalias, pero que llora su impotencia ante los daños ocasionados: el salón ha quedado destrozado, también el dormitorio de los niños. La casa había sido evacuada meses antes, cuando los tanques tomaron posiciones al principio de la avenida, pero sus pertenencias siguen dentro.

Aspecto del barrio de Baba Amr, cercado y bombardeado por las tropas sirias. / Mónica G. Prieto

“Nuestro Gobierno nos está matando”, dice el cabeza de familia en un defectuoso inglés con expresión de impotencia. “Mata a nuestros hijos mientras duermen, a nuestras mujeres, a nuestros hombres. En lugar de defendernos, nos está asesinando. Necesitamos que España, que Francia, que el mundo nos ayude”, prosigue con desesperación.

Es el grito más desesperado de los ciudadanos de Homs. “En cualquier lugar del mundo, las fuerzas de Seguridad están para proteger a la población. En Siria el Ejército no nos defiende, nos está masacrando”, clama una mujer de unos 50 años en el vecino barrio de Inshaat. “Solo está para defender a Bashar y a los suyos. Pensar que creímos que Bashar era mejor que su padre… ¿Cómo es posible que habiéndose educado en Europa nos haga esto? ¿Cómo es posible que su esposa lo permita, que mire hacia otro lado? Ella es de Homs, de Inshaat, su familia vive en esa casa y ve todos los días cómo nos masacra. ¿Por qué no escapa, por que no impide que nos haga esto?”

La represión de Damasco contra su población sublevada en busca de libertad entra en su décimo mes con un balance escalofriante. Los nombres confirmados de víctimas corresponden a más de 5.000 personas, hay más de 20.000 detenidos, unos 40.000 han pasado por prisión desde el inicio de la revuelta y el número de torturados o heridos en todo el país es incalculable.

Estado en el que quedó el interior de una vivienda del barrio tras un bombardeo. / Mónica G. Prieto

También lo es el número real de muertos, porque todos temen que haya fosas comunes con cadáveres sin identificar, sobre todo de soldados sospechosos de intento de deserción. Hay demasiados desaparecidos para que sea de otra forma. Demasiados testimonios de uniformados ejecutados sobre el terreno, cuando se descubrió o adivinó su intención de abandonar las filas gubernamentales. Otro problema es que la mayoría de las víctimas civiles son enterradas en cementerios, lo que facilita un registro de bajas, pero algunos son sepultados en los jardines de sus casas porque los puestos de control militar, de donde salen tiroteos indiscriminados, hacen impracticable alcanzar el camposanto de forma segura.

En las horas posteriores a la firma del acuerdo de la Liga Árabe, el fuego se intensificó de forma notable. Horas de disparos, fuertes explosiones de morteros o disparos de artillería, calles desiertas de civiles espantados ante el volumen de la agresión. “Es una de las peores jornadas que vivimos”, se lamentaban los habitantes de Baba Amr, que prefirieron no aventurarse a las calles como en jornadas anteriores para tratar de encontrar gasóleo o bombonas de gas, elementos imprescindibles para mantener las estufas y alimentar las cocinas.

La población ha pasado a combatir las bajas temperaturas con leña, la forma más barata de calentarse. En su sector Oeste, una amplia extensión de campo colinda con el barrio, lo que facilita el suministro de leña. Pese a eso, era posible ver a un ciudadano encaramado a un árbol en una avenida, esforzándose por cortar la última rama con un serrucho. Una mujer esperaba con una caja para acumular los trozos de leña.

“El régimen nos castiga por manifestarnos”, explica Nur, una joven involucrada en las manifestaciones y también en la red de asistencia civil que se ha organizado en la ciudad para minimizar las dificultades de la vida bajo el cerco militar. Se refiere a los cortes de luz y de agua, antes inéditos en Homs. A modo de castigo colectivo, el régimen ha restringido la electricidad en Homs a cuatro horas diarias; en algunos barrios como Karm al Zeitun o Bayyada, el suministro no llega a la hora.

Un autobús calcinado sirve de barricada en una calle de Homs. / Mónica G. Prieto

Lugares clave como el hospital de campaña o la oficina desde donde los activistas retransmiten vía satélite los vídeos que captan a diario arriesgando sus vidas ante los tanques cuentan con generadores; las viviendas civiles no se pueden permitir esos lujos y dependen del antojo del régimen cuando las temperaturas rozan los cero grados. Y nadie cree en la Liga Árabe o en Naciones Unidas, que llevan desde marzo permitiendo que Bashar Assad agreda a su población por haber osado perder el miedo a su régimen militar, esté determinada a cambiar las cosas.

La desesperación es notoria en los ciudadanos de Homs. “El mundo nos ha abandonado, sólo podemos confiar en dios”, sentencia una profesora universitaria que se identifica como Leila minutos antes de que arranque una de las muchas manifestaciones que tienen lugar en uno u otro barrio a diario. “Pero ahora no nos podemos echar atrás, seguiremos saliendo a las calles. El día que paremos, nos arrestarán a todos”.

Imagen de una manifestación nocturna en el barrio de Baba Amr. / Mónica G. Prieto

A unos pocos metros, unas 300 personas ondean la bandera de la Siria independiente, la enseña prebaazista adoptada por los manifestantes, y corean una consigna. “Abu Yihad, no te olvidaremos”. Se refieren a la familia cuya casa fue bombardeada la noche anterior, una humilde vivienda de Baba Amr que ya había perdido a un hijo, Mahmud, de 12 años, un mes antes víctima de una bomba de clavos: una de las municiones indiscriminadas que usa el régimen para causar el mayor número de bajas civiles.

En la mañana del martes 20, la familia de Abu Yihad al Zeib explicaba la desaparición de su hijo en una espaciosa sala de estar. Su madre, Umm Yihad, contenía su emoción para referirse a su vástago como un “mártir” de la revolución.

“Desde pequeña, aprendí de mis padres que Hafez Assad era un criminal, así que no me esperaba mucho más de su hijo”, relataba ante la atenta mirada de otros dos de sus pequeños. “Cuando llegó a la Presidencia pensamos que quizás sería mejor, pero nos ha demostrado que puede ser mucho peor”. Umm Yihad se ofendía interrogada por si sigue acudiendo a las marchas populares. “Por supuesto que sigo participando en las manifestaciones, yo y toda la familia”, decía. “Ya he dado un hijo, y estoy dispuesta a dar a los seis que me quedan con tal de que la revolución triunfe”.

El precio que está pagando la población siria para recuperar su libertad es alto, y los Al Zeib son un buen ejemplo. El pequeño Ali, un despierto crío de 15 años, ayudaba a su madre y a su hermano mayor a seleccionar fotografías de su hermano Mahmud. Por la tarde, el mismo Ali yacía inerte y desmembrado en la misma cocina de su casa junto con Yihad, el mayor de la familia, de 24 años, después de que un proyectil impactara en su domicilio en plena cena.

El cuerpo de Yihad quedó decapitado por la explosión. La familia emparentada con los Al Zeib que residía en la casa vecina, igualmente destrozada, perdió a tres de sus miembros, todos menores de edad, cuyos restos llegaron a ser localizados en el tejado. El tenebroso espectáculo de restos humanos semienterrados por escombros era iluminado por débiles linternas de mano en la densa oscuridad de Homs, el olor a muerte se mezclaba con el característico aroma de explosivos y el denso polvo de la construcción recién colapsada.

Varias viviendas, afectadas por un bombardeo del Ejército sirio. / Mónica G. Prieto

En el hospital de campaña, aquella noche, se concentraba todo el odio del pueblo sirio contra su presidente. “Bashar nos está matando”, rugían las gargantas ante la visión de los pedazos humanos envueltos en mantas, pertenecientes a Yihad y Ali al Zeib y a Mahmud, Ahmad y Mutassem Abdelqatif al Aad, de entre 12 y 15 años de edad. Un hombre fornido cubierto con bata y mascarilla quirúrgica esperaba paciente a que sus vecinos terminaran de llorarlos para limpiar lo que quedaba de los cuerpos en el pasillo y amortajarlos. Hubo un funeral esa noche para los primeros restos; a la mañana siguiente, cuando la luz del amanecer desafió como cada día las tácticas del régimen para someter a sus ciudadanos, fueron localizados los últimos, permitiendo la celebración de un segundo funeral. No era difícil enterrarlos porque en el cementerio de Al Naas, en Baba Amr, 40 tumbas yacen abiertas a la espera de nuevos cadáveres, para facilitar que los entierros se celebren con celeridad y evitar así exponerse al fuego del Ejército. Sólo dos días más tarde, enterrarlos habría sido imposible, porque los uniformados de Assad tomaron posiciones en el camposanto. Así se vive y se muere en la ciudad de Homs.

2 Comments
  1. Raúl Feranández Justo says

    Impresionante. Me parece haber asistido en vivo a un relato de…el Gueto de Varsovia en La Segunda Guerra Mundial;sólo que esto es real,en este 2012. La Liga árabe muestra su total ineficacia:primero enviando a unos» observadores» que adolecen de una miopía insuperable, y luego firmando acuerdos con un régimen que no tiene intención alguna de cumplirlos. Lo más doloroso es asistir a la destrucción de un pueblo por su propio gobernante enloquecido por la sangre(su mujer originaria de Homs tampoco le llega a inspirar un poco de piedad hacia el martirio que somete a esta ciudad).Bachar el Hasad supera a su padre y,desgraciadamente, a todos los sátrapas que fueron,y serán destituidos, por las revoluciones árabes de los últimos meses.

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