Y Saleh pidió perdón

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Ali Abdullah Saleh, durante la rueda de prensa que ofreció en Sana ayer domingo. / Efe-Yemeni Presidency Office

Un año largo de revoluciones árabes ha dejado una enseñanza importante a los dictadores contestados. Cuando tu pueblo está determinado a derrocarte, existen tres opciones de salida: la vía tunecina, también conocida como el exilio, la vía egipcia o la dimisión y posterior comparecencia ante un tribunal y la vía libia, o morir antes de ceder el poder.

El dictador de Yemen, Ali Abdullah Saleh, parecía destinado a la tercera salida. La de su país fue la tercera revolución en explotar, tras Túnez y Egipto, y desde el 21 de enero moviliza a centenares de miles en las calles de forma casi ininterrumpida. Pese a su carácter pacífico fue respondida por el régimen con las balas, siguiendo el esquema de sus vecinos y provocando mil muertos y unos 20.000 heridos.

Cuanta más gente moría, más gente salía a las calles, y el dictador amenazó con desatar una guerra civil. Con su hijo y sus sobrinos a cargo de las fuerzas de elite, tenía en su mano hacer explotar el país de la reina de Saba, tribalizado y fuertemente armado: se trata del lugar del mundo con más armas por persona después de Estados Unidos.

Había muchas posibilidades de que así ocurriera porque un importante general de curriculo tan turbio como el propio Saleh y de su propia familia, Mohamed Ali Mohsen al Ahmar, desertó y se pasó del lado de los manifestantes, como tantos otros militares, aunque muchos vieran un regalo envenenado tras su acción. Comenzaron los combates con la I División de Ali Mohsen y también con la tribu Hashid, nada escasa en pertrechos militares y liderada por Sadiq al Ahmar. Pero esta vez no sólo los yemeníes de a pie sufrieron el miedo y las consecuencias de los combates: Saleh tuvo ocasión de comprobar las miserias de la guerra en su propia persona cuando una explosión alcanzó la mezquita del complejo presidencial donde rezaba.

Las graves heridas sufridas justificaron un viaje a la vecina Arabia Saudí, valedor regional de Saleh –su principal padrino internacional es Estados Unidos- y máximo responsable de la iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo con la que se trataba de poner fin a la crisis yemení. Varios meses de baja médica que ayudaron, aparentemente, a que se convenciera a Saleh de la necesidad –o conveniencia para Riad- de abandonar el poder. Pero el dictador yemení volvió a amenazar con combatir hasta el final, regresó a Yemen y jugó lo que pudo sin que la determinación de su pueblo cediera un ápice. Decenas de miles en las calles atestiguaban que las escuetas pancartas de “Lárgate” eran un ultimátum, no una oferta.

Finalmente, el arrogante Saleh se marchó ayer de Yemen rumbo a Estados Unidos. Podría ser un viaje temporal –de hecho, amenaza con regresar-, pero el discurso que acompañó su partida hace pensar que ya no hay vuelta atrás. “Pido perdón a mi pueblo, hombres y mujeres, por cualquier carencia durante mis 33 años de mandato”, dijo. Una suave forma de referirse a la realidad de Yemen, con un tercio de la población desempleada, un 50% de analfabetismo, severas restricciones en el acceso al agua potable y un 40% de los yemeníes sobreviviendo con menos de dos dólares diarios mientras el régimen suscribía contratos millonarios en armas con EEUU para combatir a la amenaza de Al Qaeda, de quien se ha servido Saleh para afianzarse en el poder.

En la Plaza del Cambio, el equivalente a la Plaza de la Liberación egipcia, no se notó ayer ninguna alegría por la noticia, más que esperada. “La revolución no ha terminado”, clamaban los manifestantes, en referencia al tortuoso camino plagado de trampas que le espera ahora a Yemen. En la mañana del domingo, así como en las jornadas anteriores, el país había vivido marchas de protesta por la ley de inmunidad aprobada por el Parlamento yemení según la cual Saleh nunca tendrá que responder ante la Justicia, y sus allegados dispondran de immunidad parcial para evitar responder sobre sus propias acciones. “A los diputados [les decimos que] no habrá inmunidad a expensa de la sangre de nuestros mártires”, coreaban los manifestantes. La inmunidad era una de las premisas del acuerdo del Consejo de Cooperación del Golfo rubricado por Saleh. Sin la impunidad, este desenlace no habría sido posible.  Y sin embargo, el enviado especial de la ONU para Yemen, Jamal Ben Omar, criticó el sábado la ley. “La ley ha sido enmendada [el anterior proyecto de ley protegía plenamente a todos los miembros del régimen] pero sigue por debajo de nuestras expectativas: la ONU se opone a cualquier tipo de inmunidad absoluta”.

La primera trampa de la despedida de ayer es un posible regreso de Saleh con la pretensión de encabezar su formación en los próximos comicios parlamentarios: “Si dios quiere, viajaré para recibir tratamiento médico en Estados Unidos y volveré a Sanaa como responsable del Congreso General del Pueblo”, dijo en referencia a su formación política, citado por la agencia oficial SABA. Eso, si la formación no desaparece como consecuencia de las esperadas deserciones políticas, como esperan muchos analistas. “El Congreso General del Pueblo no es un partido sino una estructura que incluye oportunistas y [políticos] maquiavélicos y que quebrará muy pronto”, afirmaba Hassan al Odaini, ex director del semanal Al Mostaqila. “Eventualmente, desaparecerá como ocurrió con los partidos de los regímenes de Egipto y Túnez”, adelanta el politólogo Fares al Saqqf, miembro del Centro de Estudios del Futuro.

Para los yemeníes, la revolución sólo acaba de empezar. El objetivo ahora es acabar con la estructura corrupta de poder que creó la dictadura y que sigue controlando el país más pobre del mundo árabe. Los retos son múltiples: desde la presencia de grupos afines a Al Qaeda –Anshar al Sharia controla completamente las localidades de Rada, Zinjibar y Jaar- hasta la reconciliación nacional, la integración de los houthis –minoría religiosa zaidí armada y establecida en el norte del país- en el juego político, así como la de los rebeldes del Sur, pasando por la celebración de los comicios presidenciales en los plazos previstos, aunque sea para confirmar al candidato único de los mismos, el vicepresidente de Saleh Abdo-Rabu Mansur Hadi, encargado de encarrilar la transición. Suena a trampa política, pero teniendo en cuenta el panorama tan sombrío que esperaba a Yemen hace apenas unos meses, al menos es un inicio pacífico para que el país árabe se reinvente tras 33 años de tiranía.

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