
Hasta que no abandonó la cárcel, el doctor Kamal al Labwani no podía ni imaginar que su sueño vital, la causa por la que había luchado toda la vida y por la que pagaba por segunda vez con la cárcel, era una realidad. Había pasado seis años en prisión, en una celda compartida con 60 presos, aunque sólo tenía capacidad para albergar a 30. Estaba ingresado en el Ala 5 de la prisión de Adra, destinada a criminales violentos, pese a que el único delito de este médico, catalogado como preso de conciencia por Amnistía Internacional, era pedir democracia en Siria. Desde hacía un año, escuchaba ecos de libertad en países árabes controlados por dictaduras, pero el bloqueo informativo impuesto por las autoridades sirias a los prisioneros le impedía saber más. “Teníamos prohibida la prensa, la radio, la televisión... Los guardias nos habían dicho que había ocurrido algo en Túnez y en Egipto, pero no sabíamos nada de lo que estaba pasando en Siria”.
Eso explica que el pasado noviembre, cuando el nombre de Labwani apareció en la lista del millar de amnistiados por el régimen y abandonó la prisión, el histórico opositor sirio despertase a una realidad que califica de “sueño. Ví mi sueño cumplido con creces, nunca habría podido imaginar que Siria se había levantado en una revolución. No me lo podía creer por la crueldad del régimen, porque el régimen mata, tortura, hace desaparecer, no da ninguna oportunidad a la disidencia. En Siria, disentir es un crimen castigado mucho más cruelmente que en cualquier otro. Por eso saber que la gente se había levantado fue la experiencia más maravillosa de mi vida”.
Kamal al Labwani, doctor de formación, defensor de Derechos Humanos y uno de los más experimentados opositores sirios, habla hoy desde Suiza, donde pasa una temporada con su familia tras una huida clandestina de su país natal para recuperarse de años en terribles condiciones de detención y ponerse al día. Todos lo necesitan: según el relato del médico, desde marzo de 2011 tanto su mujer como sus hijos han sido detenidos –su esposa, torturada con electricidad, denuncia el disidente- por participar en protestas contra el régimen.
La oposición contra la dictadura ha sido una constante en la vida de este sirio de 54 años original de la localidad de Zabadani, cerca de la frontera con Líbano y hoy en manos de los manifestantes y el Ejército Libre de Siria, la milicia de desertores. Hace unas semanas, el ELS y las fuerzas de Assad pactaron un alto el fuego por el cual el Ejército regular se retiró, y según el doctor Kamal, en estrecho contacto con sus vecinos, afirma que ya se han improvisado una suerte de elecciones locales para elegir nuevos gobernantes en Zabadani. “Están usando mi clínica como sede de Gobierno. La única bandera que ondea es la previa a la llegada del Baaz [símbolo de los manifestantes]. La gente ha vuelto a sus trabajos, los niños a sus escuelas, hay seguridad...”
En Zabadani, con sólo seis años, Kamal participó en su primera protesta cuando salió junto con otros estudiantes a las calles para protestar por el golpe de Estado del Baaz. En la universidad, se sumó a la formación Shaab, prohibida por las autoridades como cualquier otro movimiento político, lo que le llevó a la clandestinidad. “Me he pasado desde los años 70 militando en organizaciones para acabar con la dictadura siria”, confiesa. Pero fueron los acontecimientos de Hama en 1982, cuando el régimen bombardeó la ciudad para acabar con un levantamiento islamista, los que le marcaron más. “Yo era médico y estaba cumpliendo los dos años de servicio militar obligatorio, así que me destinaron a Hama para asistir a los soldados heridos. Ví lo que pasó con mis propios ojos. El Ejército destruyó una ciudad entera porque había una rama de los Hermanos Musulmanes, no más de 2.000 hombres, que se rebeló ante la autoridad. No hubo revolución, no hubo manifestaciones. Por 2.000 hombres el Ejército aniquiló Hama. Todos los hombres de entre 15 y 60 años fueron detenidos. Muy pocos volvieron. Nuestras estimaciones indican que 40.000 personas fueron asesinadas. Trataron de cambiar el equilibrio sectario de Hama matando a la población suní, ”. A Labwani no le permitieron asistir a heridos civiles.
El doctor no ve similitudes entre los dos acontecimientos, la represión de entonces, a cargo de Rifaat al Assad, hermano del entonces presidente y padre del actual rais Hafez al Assad, y la actual a cargo de Maher Assad, hermano menor de Bashar. “Hoy en día hay una revolución que se extiende por todo el país y por toda la población, y me temo que a partir de ahora será una revolución armada. La gente se va a intentar defender porque intenta proteger su supervivencia, y el régimen no va a parar de matar porque sabe que si no lo hace los manifestantes tomarían sus centros de poder en Damasco. Se va a derramar mucha sangre en Siria, pero no por motivos sectarios: va a ser una guerra entre el Ejército de Assad y el Ejército Libre”.
Según Labwani, las Fuerzas estatales sirias siguen siendo fuertes porque “la comunidad internacional, con su pasividad, les envía el mensaje de que el régimen puede seguir reprimiendo. Tengo muchos testimonios de soldados que nos explican que están bajo amenaza de sus oficiales, que no pueden desertar porque les matarían. Si el régimen se viera desesperado los soldados abandonarían sus puestos. Dado que es un Estado militarizado, eso sería el final del régimen. Y si el régimen cae, el aparato de Seguridad caerá con él”.
El doctor ha padecido lo peor del mismo durante la pasada década. En el año 2000, con la muerte de Hafez y la llegada a la presidencia del joven Bashar -educado en Europa y tan diferente a su hermano Basil, llamado a suceder a su padre hasta que un accidente de tráfico frustó sus aspiraciones-, Kamal se involucró en la Primavera de Damasco.
Aquel breve periodo de aperturismo, donde los intelectuales podían permitirse publicar el Manifiesto de los 99 por una sociedad democrática y multipartidista, se saldó con lo que se calificó de Otoño de Damasco: las promesas de reformas de Assad habían desaparecido, la represión contra los disidentes se intensificó. El 5 de septiembre de 2001, el conocido disidente Riad Seif convocó en su domicilio a 400 personas para relanzar el Foro de Diálogo Nacional. Entre los presentes estaba Labwani, también el actual líder opositor Burhan Ghalyoun o el histórico disidente Walid al Bunni: éste último así como Labwani fueron detenidos tres días después.
Otros muchos fueron arrestados en las fechas anteriores o posteriores. Kamal fue sometido a detención incomunicada y posteriormente a aislamiento: fue sentenciado a tres años por incitar a la revuelta armada. No le permitían escribir, leer ni pintar, una de sus grandes aficiones. Tras una huelga de hambre que le llevó a perder 20 kilos, las autoridades le permitieron tener acceso a pinturas: con los cuadros que pintó entonces – aquellos que no le fueron confiscados- pudo pagar, una vez que finalizó la sentencia, viajes a Europa y Estados Unidos para promover la causa de la democracia y los Derechos Humanos en Siria. Fue el primer activista sirio invitado a la Casa Blanca, y eso le volvió a costar la cárcel: a su regreso a Damasco, en noviembre de 2005, fue detenido en el aeropuerto: sería condenado a 12 años, la más dura condena por motivos políticos desde el ascenso de Bashar al Assad a la Presidencia, por “comunicar con un país extranjero e incitarle a comenzar una agresión contra Siria”. En 2008, una corte marcial le imponía otros tres años por “debilitar el sentimiento nacional” e “insultar al jefe de Estado”. “Me asignaron la unidad de presos violentos para quitarme la condición de preso de conciencia”, la categoría que se le daba desde instituciones internacionales como la ONU o la Unión Europea, explica hoy desde Suiza.
Desde que la amnistía le liberase de la prisión de Adra, al noreste de Damasco, y abandonó el país, Kamal al Labwani dedica su tiempo a matener contacto con el interior de Siria y a promover el Consejo Nacional Sirio, la organización opositora en el exilio cuestionada por sus divisiones e hipotecas internas. “Estoy en el CNS porque es un símbolo, pero no creo que el Consejo lidere a nadie ni encabece nada. De hecho, no creo que pueda hacer nada por la revolución. Si quiere representatividadn debe ser elegido en el interior del país, según los estándares democráticos, de forma abierta. Por eso creo que me enfrentaré con ellos muy pronto”, dice entre risas.
Su opinión es compartida por muchos manifestantes y activistas dentro y fuera del país. Desconfían de una institución en la que se han integrado los Hermanos Musulmanes sirios, de escasa influencia y número en el interior del país, que se arroga la representatividad del 60% de los sirios y que adelanta cómo será su política con respecto a Hizbulá, Irán o el Líbano pese a que, en la actualidad, no tiene legitimidad alguna dado que no se ha sometido a las urnas.
Sobre el futuro de la protesta, tanto de la pacífica como de la armada, Kamal puntualiza que “esto es una revolución real, no un conflicto sectario. Todo el mundo pide su derecho a vivir en paz, a expresarse, a librarse de la corrupción, a disfrutar de un Estado moderno. El objetivo es reclamar derechos legítimos, no se trata de una revolución de los Hermanos Musulmanes aunque, si triunfa la revolución, ellos lo intentarán [monopolizarla] pero ni tienen fuerza en Siria para lograrlo ni vamos a permitir que lo hagan”.
El doctor confía en que sea el Ejército Libre de Siria quien cambie el destino del país. “Existen planes para comenzar a atacar depósitos de armas. Necesita munición y los países vecinos se niegan a proporcionarla, así que vamos a hacerlo por nuestra cuenta”.
Acostumbrado como está a la represión a la que ya asistió hace 30 años en Hama, al doctor no le sorprende la violenta respuesta del régimen. “Esas cifras que maneja Naciones Unidas son una parte ínfima de lo que está pasando en Siria”, dice convencido. “Según nuestras estimaciones, en total ha habido 30.000 muertos, de los que 5.000 serían soldados de Assad. El Ejército Libre no tiene munición pero sí convicción, cada vez que hay una batalla nos llegan noticias de decenas de soldados muertos en combate”.
Las cifras, a su juicio, sólo alientan una revolución que ya no tiene marcha atrás. “Si el régimen insiste en matarnos, nosotros insistiremos en defendernos”. Labwani no apoya una intervención extranjera, que considera nunca se producirá. “Incluso si quisieran, no pueden. Siria no es Libia: Libia es un enorme país aislado con poca población, Siria tiene vecinos poderosos y carece de petroleo, y tiene un poder desestabilizador enorme. Un ataque contra Siria activaría a Irán, y todo puede arder. No vamos a ayudarles a promover un conflicto sectario en Irak, en el Líbano, en la propia Siria. Debemos liberarnos por nosotros mismos de la dictadura”.