El exilio forzoso del padre Paolo Dall'Oglio

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No ha debido ser fácil para el padre Paolo Dall'Oglio, jesuíta de 55 años, abandonar Siria. El país árabe ha sido su hogar durante tres décadas, y entre los muros del monasterio de Deir Mar Musa, unos 90 kilómetros al norte de Damasco, el religioso creó su propio universo. Un lugar donde musulmanes y cristianos acudían para alojarse, rezar o meditar, donde su sueño del diálogo interreligioso se hacía realidad en una Siria laica donde todas las comunidades religiosas (suníes, chiíes, alauíes, kurdos, cristianos, drusos, circasianos y armenios) convivían sin cuestionárselo. El mismo sueño que valió a su proyecto, en 2006, el Premio de Diálogo entre Culturas de la Fundación Anna Lindh y la Fundación Mediterránea, y que el pater agradecía en las palabras del vídeo previo.

Pero eso era hasta hace 16 meses, cuando el régimen comenzó a reprimir con violencia las manifestaciones ciudadanas e inoculó el odio sectario. Ahora Siria no es la misma, y las circunstancias y la decisión de sus superiores han llevado al jesuíta a abandonar el país que le acogió durante la mayor parte de su vida. De la información del Vatican Insider, suplemento de La Stampa, y de las declaraciones del propio páter se desprende que su salida ha sido requerida por las autoridades eclesiásticas.

"Dejo Siria para evitar daños peores debidos a mi situación personal", afirmó, citado por este diario. "Yo siempre he considerado un deber el ejercicio de una plena libertad de expresión, basada en los compromisos que el Gobierno sirio ha suscrito durante 2012, oficialmente, pero esto ha creado una situación que ha obligado a que las autoridades eclesiásticas me pidieran que dejara el país para evitar peores consecuencias", explicó Dall’Oglio. "Esto no significa que yo no permanezca completamente comprometido, cultural y espiritualmente, con el proceso para solucionar este dramático conflicto y para democratizar este magnífico país".

Paolo Dall'Oglio. / deiralmusa.org

El padre Paolo reaccionó al principio de la revolución con un artículo en el que llamaba al diálogo entre las partes y a la aplicación de reformas, y sus palabras fueron vistas por el régimen como una injerencia. Desde Damasco se emitió un decreto de expulsión que nunca sería ejecutado, entre otras razones por la campaña Facebook en defensa del religioso que promovieron jóvenes de toda Siria.

Dall'Oglio quedó marcado. No escondía sus simpatías por los manifestantes que seguían saliendo, pese a la violencia del régimen, a las calles. "Estoy muy conmovido por los rostros de muchos jóvenes que han sufrido enormemente para lograr su deseo de libertad y dignidad", explicaba hace sólo una semana a la NPR norteamericana. "Hay tantísimos jóvenes en prisión y sometidos a torturas sólo por haber expresado, no violentamente, sus opiniones". En otro momento, el religioso afirmó: "Soy un monje, y he tomado la posición de la no-violencia. Pero la Iglesia a la que pertenezco cree en el derecho a la autodefensa. Seguiré comprometido con la no violencia, pero no me extraña que la violencia traiga consigo más violencia".

Nacido en Roma en 1954, el jesuíta estudió en Nápoles Lengua Arabe y Teología y completaría sus estudios en Beirut. Se trasladó a Siria en 1984, cuando fue nombrado sacerdote por el rito sirio, aunque dos años antes ya había descubierto los restos del Monasterio de San Moisés el Abisinio (Deir Mar Musa), unas ruinas bizantinas en mal estado con frescos a la intemperie. Dall'Oglio decidió reconstruir el templo, del siglo XI, y en esa tarea consagró 10 años. En 1991 abrió sus puertas, un año más tarde formaba su comunidad religiosa, Al Khalil, con el objetivo de promover el diálogo interreligioso. Su carácter afable y su respeto por el Islam -uno de sus libros fue titulado Creyendo en Jesús, Amando el Islam- le ganó el cariño de la población siria.

De ahí la desolación que debe padecer al ver cómo se desmorona la convivencia inter-religiosa. "En algunas partes de Siria, hay una verdadera guerra civil", explicaba en la citada entrevista. Según el experimentado clérigo, el miedo de la comunidad cristiana siria a la revolución -una de las razones que esgrime el régimen para reprimir con violencia las protestas es que sus protagonistas son fundamentalistas religiosos que quieren imponer un Estado islámico- no es general sino una cuestión generacional, y se debe a que los más mayores no tienen experiencia democrática. "Muchos jóvenes sirios cristianos creen en un mundo mejor. Debemos escucharles. Algo nuevo ha ocurrido. Yo he estado con alauíes a favor de la democracia, suníes a favor de la democracia, cristianos a favor de la democracia... esa gente es real".

Antes de abandonar Siria por la convulsa provincia de Homs, el padre tuvo una iniciativa señalada: oficiar una misa fúnebre por el joven y prometedor cineasta Basel Shehadeh, muerto el 28 de mayo mientras filmaba los bombardeos del régimen en Deir Bab, un barrio de ciudad de Homs. El cuerpo de este joven activista cristiano fue sepultado en la villa, pero su familia organizó una misa fúnebre en la Iglesia de San Cirilo de la capital siria. La Seguridad del régimen impidió la celebración de la misma, e incluso fueron detenidos algunos de los asistentes. Dall'Oglio se ofreció a albergar la ceremonia sin darle publicidad alguna al evento, que se celebró en su monasterio en presencia de los amigos y la pareja sentimental de Shehadeh.

En su viaje para salir del país, el sacerdote no optó por la vía fácil. Eligió salir pasando por Quseir, una localidad que hace tiempo tenía una importante comunidad cristiana -en un reciente viaje de cuartopoder a la misma, las autoridades locales explicaron que la mayoría de los cristianos había abandonado Siria por los bombardeos y la presencia de milicias- donde tuvo ocasión de mediar en secuestros de cristianos a manos de grupos armados incontrolados. “He escogido Qusayr porque, con mi presencia, quiero tratar de sanar la polarización confesional que se ha producido en la ciudad. He escuchado la petición de algunas familias cristianas que han visto a sus seres queridos secuestrados y quiero hacer todo lo posible, con la oración y el diálogo, para reparar estas divisiones”, declaró a la Agencia Fides. Durante unos días, convivió con musulmanes y cristianos, se entrevistó con responsables militares adscritos a la revolución para exigirles respeto por los civiles y tranquilizó a los residentes de su comunidad religiosa que quedan en la ciudad.

"Mi oración y mi presencia quieren ser también un signo de esperanza. Para que esta primavera Siria pueda florecer. A su alrededor se está reconstruyendo la red de relaciones rotas por la dinámica de la violencia, que desemboca fácilmente en una espiral de odio y venganza entre los individuos, familias, comunidades de diferentes religiones. Las palabras claves son "reconciliación y perdón, fraternidad en nombre de Dios".

De los días que pasó en Quseir, dos jornadas de bombardeos le acercaron demasiado a la guerra. Acudió al hospital de campaña a donar sangre, y en la misma tienda donde lo hizo un proyectil se abatió horas después causando bajas. Cuando se le inquirió quién bombardeaba, respondió: "el único que tiene las bombas".

En las actuales circunstancias, es difícil trabajar por la reconciliación. El tiempo despejará ese camino. "Habría sido mejor para mí morir con los mártires de este país que marcharme al exilio", dijo el padre Paolo en otra entrevista. "He ofrecido mi vida por el futuro de este país y desearía quedarme en completa solidaridad con él, así que regresaré".

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