Se buscan enemigos comunes para un lavado de imagen

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Imagen de la protesta salafista celebrada el pasado viernes en el centro de Beirut. / M.G.P.

La producción pseudo-cinematográfica La inocencia de los musulmanes, que ha generado manifestaciones de repulsa en el mundo musulmán por la caricaturización del profeta Mahoma, es utilizada en el Líbano por radicales tanto chiíes como suníes para tratar de captar seguidores y fortalecer una imagen muy denostada en la sociedad musulmana. En el contexto del sectarismo religioso que aleja y enfrenta a ambas ramas del Islam, el Partido de Dios -la formación chií Hizbula, en el Gobierno- y los salafistas -una nebulosa de facciones minoritarias, clérigos e individuales suníes unidos por la falta de liderazgo y el extremismo religioso- organizan protestas en las que ambos se evitan para, en teoría, denunciar lo mismo.

El pasado viernes, coincidieron varias manifestaciones a nivel nacional: tres fueron protagonizadas por salafistas, en Tripoli -capital suní del Líbano-, Sidón y Beirut, mientras que una cuarta y masiva manifestación convocada por Hizbulá en Baalbeck contó con decenas de miles de seguidores coreando consignas anti-estadounidenses y anti-isralíes. El domingo, el partido chií convocó otra marcha en Hermel, concediendo así más importancia a una película destinada a provocar a la comunidad musulmana en lo que, según algunos analistas, es un mero intento de recuperar parte del crédito perdido en el mundo árabe por su apoyo incondicional al régimen de Bashar Assad.

Dos jóvenes escuchan el discurso del jeque salafista Assir en Beirut. / M. G. P.

"América, que usa el pretexto de la libertad de expresión, necesita comprender que emitir la película completa tendrá graves consecuencias en todo el mundo", advertía Hassan Nasrallah en la macroprotesta celebrada el pasado día 17 en Dahiyeh, suburbios sureños de Beirut. El secretario general de Hizbula, acérrimo adversario de Israel, minimiza desde el conflicto de 2006 sus apariciones en público para evitar un intento de asesinato -como les ocurriera a sus predecesores y a muchos correligionarios-, lo que da una idea de la importancia que el Partido de Dios ha decidido conceder a un incidente que no parece merecer tantos honores.

La clave radica, una vez más, en Siria. El partido de Nasrallah ha negado a la revolución en el país vecino su legitimidad y ha adoptado como propia la teoría de la conspiración elaborada por su socio, Bashar Assad. Eso le ha costado la buena imagen de movimiento de resistencia pan-árabe que había desarrollado en la primera década del Siglo XXI, cuando enfocaba sus esfuerzos en la lucha contra Israel, enemigo común de los musulmanes, y se aliaba así abiertamente con una causa suní -la palestina- adoptándola como propia.

La insurrección siria contra la dictadura arrebató a Hizbula su máscara de neutralidad. Ahora, la comunidad suní ya no le percibe como un aliado sino como un enemigo, aclarando aún más los bandos de la guerra fría regional. Como explica el periodista Thanassis Cambanis, autor de Morir es un privilegio, en las legiones de Hizbula y su interminable guerra contra Israel, "a medida que comienza a calar la brutalidad del régimen sirio (y el cinismo con el que Nasrallah lo ha bendecido), Hizbula corre el riesgo de terminar pareciendo un movimiento chií sectario, simplemente otro jugador de la polarizada lucha regional". 

Sheikh Ahmad al Assir, a su llegada a la protesta del viernes en Beirut. / M.G.P.

"Nasrallah ha debido mantener sus alianzas con las dos tiranías [Irán y Siria] intactas para mantenerse a flote. Está cometiendo un error histórico por el que generaciones de chiíes libaneses tendrán que pagar", estima por su parte Hamid Dabashi, profesor de Estudios Iraníes y Literatura Comparativa en la Universidad de Columbia y autor de La primavera árabe, el final del post colonialismo. "Debe desconectarse de Siria e Irán, como Hamas está haciendo, y realinear Hizbula con las aspiraciones democráticas de árabes y musulmanes desde Africa hasta Asia. Eso demostraría realmente su habilidad política".

La dependencia armamentística de Hizbula hacia Damasco hace pensar que eso no ocurrirá. El padrino sirio sigue siendo estratégicamente vital para el Partido de Dios, máxime en momentos de dialéctica militar contra su principal mentor, Irán, y esa es la principal baza de los salafistas -los extremistas suníes, en aumento en el Líbano- para ganar terreno. Desengañados de sus tibios dirigentes políticos, que apenas alzan la voz contra los bombardeos del régimen sirio, cada vez más suníes libaneses buscan en las mezquitas un liderazgo que les represente. Y, a falta de alternativas, lo encuentran en clérigos como Ahmed al Assir, que encabezó la manifestación del pasado viernes en Beirut.

El clérigo suní Ahmad al Assir, en un momento de su alocución. / M.G.P.

En esta protesta, a la que apenas acudió un millar largo de manifestantes, Siria estaba tan presente como la película sobre Mahoma o el Estado judío. Algunos manifestantes ondeaban enseñas revolucionarias sirias, en la megafonía resonaban temas dedicados a Hama y Homs -ciudades suníes sirias arrasadas por la artillería de Assad- y el discurso del polémico jeque no se quedó atrás. Assir afirmó que Bashar Assad "ha ofendido al profeta matando a inocentes", y recordó que la consigna de los shabiha, las milicias civiles del régimen alauí, que reza no hay más dios que Bashar "es una blasfemia contra Dios y contra el Profeta". 

Las draconianas medidas de seguridad que rodearon la protesta, en la céntrica Plaza de los Mártires de Beirut, revelaban el temor de las autoridades a que los radicales pudieran generar altercados que, finalmente, no se produjeron. A ninguna de las partes le interesa identificarse con la violencia en un momento en que cualquier mecha puede detonar las diferencias sectaria en el Líbano, empujando al país a una nueva guerra civil.

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