La tensión del funeral por el general Hasan, reflejo de la difícil situación del Líbano

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Policías y militares tratan de abrir paso al féretro de Wissam Hassan, rodeado por una multitud, durante el funeral celebrado ayer, día 21, en Beirut (Líbano). / Nabil Mounzer (Efe)

BEIRUT.– Había banderas de los principales partidos cristianos y drusos, pero también muchas enseñas islamistas, gritos de Allahu akhbar y de No hay más dios que Ala y Mohamed es su profeta (declaración de fé coránica) y clérigos salafistas buscando atención mediática. Si el 14 de Marzo, oposición anti-siria del Líbano, pretendía convertir el funeral del general Wissam Hasan y su guardaespaldas en una réplica de las exequias del primer ministro mártir, Rafic Hariri, asesinado con coche bomba en 2005, el resultado no ha podido ser más decepcionante.

El magnicidio de Hariri congregó a un millón de personas de todas las sectas religiosas que entonaron un grito común y laico: libertad. Exigieron el fin de la ocupación militar siria, tras 29 años de dominio, y lo lograron pese a la presencia de otro millón -el sector pro-Damasco del país- que agradecía a Siria su presencia. De aquellas marchas surgieron los dos grandes bloques políticos que hoy conforman el país. Los dos Líbanos que amenazan con desintegrarlo.

Los primeros salieron tantas veces como fue necesario hasta lograr que Damasco replegase finalmente sus tropas. Los congregados hoy en la Plaza de los Mártires, corazón de Beirut, para despedir al general de brigada Wissam Hasan, jefe de Seguridad del propio Hariri, no pasaban de las decenas de miles. Muchos no parecían despedir a la figura política, sino al nuevo mártir de la comunidad suní. También protestaban contra el régimen que controla Siria, al que se vuelve a responsabilizar del atentado, como ha ocurrido con la mayoría de los coches bomba padecidos por el país del Cedro desde 2004. Pero saben que, esta vez, los políticos libaneses no están a la altura de la demanda de este sector de la sociedad, que pide una firme condena de la dictadura y solidaridad activa con las víctimas sirias.

El simbolismo del funeral organizado por el 14 de Marzo no deja lugar a dudas: el bloque suní-cristiano pretendía darse un baño de masas a costa del general, responsable de la Inteligencia de la Policía. El hecho de enterrarlo junto al cadáver del mártir por excelencia del Líbano, el asesinado Hariri, en el mausoleo de la Plaza de los Mártires elevaba la estatura política de un militar que siempre estuvo en la sombra.

El objetivo era recuperar el crédito político perdido por el 14 de Marzo por su propia incompetencia desde que se convirtió en minoría parlamentaria y su jefe de filas, Saad Hariri, se instalase entre Francia y Arabia Saudí, dejando huérfana a la comunidad suní. Eso ocurrió antes de la revolución siria y de las masacres de suníes a manos de Damasco, hechos ante los cuales los políticos anti-sirios libaneses se mantuvieron en silencio o, en el mejor de los casos, denunciaron en voz baja. Nunca lo suficientemente alta para molestar a Siria o a sus aliados libaneses en el Gobierno. Una afrenta que su comunidad no perdona.

Muchos suníes libaneses rellenan el vacío político con los clérigos. Religiosos más o menos radicales que vociferan contra la secta contraria y profundizan las diferencias sociales. Antes, cada acto político en memoria de un mártir convocado por el 14 de Marzo se llenaba de banderas del partido Mustaqbal, la formación de Hariri, de enseñas de sus socios y banderas libanesas: hoy las enseñas negras islámicas eran tan presentes como las anteriores. Antes, los históricos políticos libaneses eran seguidos de forma masiva en la Plaza de los Mártires; hoy era un mufti suní el que lanzaba su diatriba, llamamiento a la venganza incluida, desde el interior de la Mezquita Amin, donde se ofició el funeral por Wissam Hassan. Algunos le prestaron más crédito que al ex primer ministro Fouad Siniora, el único que lanzó un discurso, en el que pidió la dimisión del jefe de Gobierno, Najib Miqati, quien puso el sábado su renuncia sobre la mesa pero espera para confirmarla a que los partidos busquen un reemplazo de consenso, por instrucciones del presidente Michel Sleiman. Tras el funeral, un nutrido grupo de manifestantes intentaron asaltar el Gran Serail, sede del Gobierno libanés, provocando enfrentamientos contra las fuerzas de Seguridad. La tensión social en el Líbano ya no respeta ni las primeras horas de luto y duelo.

El sectarismo que siempre ha envenenado el Líbano ha quedado exacerbado por el atentado del viernes y sus consecuencias son imprevisibles. Las milicias ya no se sienten en la obligación de atenerse a la disciplina de su bloque político. Ahora será la irresponsabilidad de los religiosos y la propia tensión sectaria lo que las lleve a las calles.

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