ALEPO (SIRIA).– El apodo de Moscow le viene de la película Enemigo a las Puertas. Tal es la fama que se ha labrado este francotirador profesional sirio en los últimos tres meses y medio, desde que su actuación en la lucha por el control de Alepo le confirmase como una de las piezas clave del Ejército Libre de Siria (ELS) en esta decisiva batalla y convirtiese su apodo -que no su nombre, una incógnita incluso entre sus hombres- en una suerte de leyenda urbana que él alimenta con sus peculiares hábitos.
Moscow guardó los casquillos de las primeras 76 balas que acabaron con la vida soldados sirios, pero asegura que dejó de contar hace un mes y medio, cuando la dificultad de la guerra se acrecentó. “Aproximadamente calculo haber matado a unos 150 soldados”. Tras una hora de conversación con este desertor de Alepo de 24 años, parece improbable que Moscow exagere. No presume de ello, más bien lo confiesa tras la insistencia de la periodista para conocer la cifra. Su sencilla apariencia y su juventud contrastan con la imagen que se ha creado de él en Alepo, donde su apodo es conocido por todos.
Tras varias citas fallidas, tarda una semana en aparecer por la posición militar que ocupan sus hombres en el disputado barrio de Karm al Jabel, escenario diario de batallas que han dejado la zona convertida en un paisaje lunar. Exige que no se le hagan fotografías como toda condición para realizar la entrevista, si bien accede a que aquéllos de sus hombres que lo deseen sean retratados. Su uniforme perfectamente adecentado contrasta con las ropas oscuras de sus rebeldes, todos miembros de la brigada Jund al Allah -Soldados de Dios- que él mismo lidera, 65 combatientes -todos ellos civiles- entrenados por el tirador y otros 60 que están recibiendo formación militar también a su cargo. Explica que, aunque formalmente depende de Liwah al Tawhid -junto a Liwah al Fatah, uno de los dos movimientos que aglutina a más grupos armados en Alepo- mantiene colaboración con ambos para evitar discordias internas.
La historia de su deserción coincide con otros muchos casos de abandono de las filas regulares, pero lo que le hace especial es la formación que este sargento recibió como tirador de elite en una unidad especial del régimen de Bashar al Assad. “Nunca simpaticé con la dictadura, pero hasta la revolución no es algo de lo que hablásemos por miedo a la inteligencia”, arranca su relato en un salón de la casa que ocupan sus hombres, la mitad de la cual voló durante una explosión de artillería pesada. “A principios de marzo de 2011, antes de las primeras manifestaciones en Daraa, vi una pintada que pedía la caída del régimen y decidí que no haría el servicio militar”. Su llamamiento a filas coincidía por esas fechas, y optó por huir pero no tardó en ser detenido y enviado a una base militar para recibir instrucción.
Su tenacidad no tardó en hacerle destacar sobre el resto. “Tres meses después, me enviaron a una unidad especial donde recibí seis meses de entrenamiento que equivalen a tres años. Entrenábamos 18 horas al día, y apenas nos permitían dormir más de cuatro horas. Siempre me habían gustado las armas y el tiro, y no tardé en destacar”. Esa fue la razón por la que en ocasiones fue destinado a manifestaciones que habían comenzado nueve meses atrás, donde tenía como misión abatir a manifestantes. “Nos decían que estábamos combatiendo a extremistas, a terroristas extranjeros, pero podía reconocer a algunos de los que protestaban en Daraa. Les conocía personalmente y sabía que son buenas personas, así que disparaba parte de mi cargador al aire y el resto de la munición la abandonaba de acuerdo con un amigo, afín a la revolución", que la terminaría recogiendo para dársela al Ejército Libre de Siria”.
Según Moscow, el error que cometió fue mentir afirmando que era chií, en lugar de suní, en busca de un trato liviano. “Un hombre de mi aldea, cercano al régimen, mantenía una reunión con mis oficiales cuando me vio. Les dijo que me conocía y que mi apodo era uno, cuando yo me hacía conocer por otro claramente chií”. El tirador, asegura, fue encarcelado durante un mes. “Para darme una lección”. Los primeros 10 días fue encadenado junto a otros ocho hombres con los brazos en cruz y elevado, pudiendo mantenerse sólo de puntillas. “Las cadenas estaban conectadas a la corriente eléctrica, y en cualquier momento activaban la corriente dándonos descargas”, recuerda mientras muestra cicatrices de quemaduras en sus muñecas.
“Mal trato es una expresión que se queda corta para definir lo que pasaba entre aquellos muros”, continúa el joven con una triste sonrisa en los labios. Según su relato, otros 10 días los pasó en una celda de un metro por un metro, y otros cinco días en una celda común compartida por otros 50 soldados. “Imagino que sospecharon que, siendo suní, podría intentar desertar y trataron de quebrar mi voluntad mediante las torturas, pero lograron lo contrario. Antes quería desertar, pero tras aquellos días no podía dejar de pensar en cómo cambiarme de bando. Además, me habían formado muy bien para combatirles”.
Tras reincorporarse a su puesto, Moscow mantuvo un perfil bajo hasta que consideró llegado el momento, si bien admite que su huida fue “una estupidez”. “Pasé varios días fingiéndome enfermo. Terminaron enviándome al hospital militar, donde un doctor conocido mío me firmó un permiso por enfermedad que me permitió huir a mi localidad natal, en la provincia de Alepo. Un viaje que tendría que haber hecho en dos horas me llevó cuatro días, y después llegó un periodo de clandestinidad para evitar un nuevo arresto”.
Fue el tiempo justo para componer una unidad militar, reunir armas y munición -cuya escasez es dramática- y prepararse para un combate que les sorprendería semanas después en la capital de la provincia. La Brigada Jund al Allah se unió a los combatientes llegados de todo el país y se metió de lleno en una batalla incierta.
“Se puede decir que nos elegimos unos a otros, y cuando formamos el grupo me eligieron líder por mi experiencia militar”, explica. “La revolución nos ha unido”, añade uno de sus hombres mientras sirve té caliente. También les ha unido las duras experiencias compartidas. La peor, relata el grupo, fue el mes que combatieron en el barrio de Sleiman Halabi. “La zona está compuesta por casas aisladas, donde es imposible guarecerse. Fue una batalla en la que participamos varias brigadas. Los tanques habían tomado posiciones y nos disparaban continuamente. Perdimos a 17 hombres”.
La ausencia de armamento y munición es un problema endémico entre las brigadas y Jund al Allah no es una excepción. “Sólo tenemos esa ametralladora y tenemos que pensarnos cada bala que disparamos”, dice el desertor señalando una vieja PK. “Todos esos exiliados sirios que tanto hablan en el extranjero, en sus conferencias, y sin haber pisado Siria en años no nos han enviado ni una libra para comprar balas. El Ejército del régimen es débil por tierra, pero nos supera desde el aire. Si desde el exterior nos enviaran armas y munición, si tuviésemos misiles antiaéreos las cosas serían muy diferentes”.
Moscow interrumpe la entrevista con una pregunta. “¿Van diciendo de mi que soy un extremista?”. Tanto el aspecto como el trato del francotirador es afable y tolerante, pero no se puede decir lo mismo de sus hombres. Interrogado acerca de la colaboración del Ejercito Libre de Siria con Jahbat al Nousra, la organización extremista que comparte ideario con Al Qaeda, incluye a combatientes extranjeros en sus filas y no duda en emplear atentados suicidas, las críticas de Moscow suscitan recelo entre sus hombres. “Yo lucho por la liberación de Siria, no por Al Qaeda. Por el momento nos están ayudando, pero si en algún momento dirigen sus armas contra la población civil, como ocurrió en Irak, les combatiremos”. Uno de sus hombres se muestra molesto por sus palabras. “¿Acaso tú te sientes cerca de Al Qaeda?”, le interroga. Tras algunas dudas, el hombre niega sin convicción y la mirada de Moscow se tiñe de resquemor y dureza.