Del 'pequeño Bagdad' al 'pequeño Homs'

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El Ejército libanés toma posiciones en Trípoli, escenario de fuertes combates. / Mónica G. Prieto

Resulta difícil pasear por las calles de la convulsa ciudad libanesa de Trípoli, donde suníes y alauíes reproducen a pequeña escala la guerra civil en la vecina Siria, sin que las banderas sirias que ondean y el acento de los más recientes habitantes recuerde poderosamente al propio Damasco, hace sólo dos años. Entre 2005 y 2010, la capital siria y sus suburbios acogieron al grueso de los refugiados iraquíes que huían de la guerra civil en su país, consecuencia de la invasión anglo-norteamericana: en total, un millón y medio de personas buscaron refugio en Siria, cuyas autoridades fueron las más laxas de la región a la hora de permitir su acceso.

Si entonces hubo barrios como Qudsiya, hoy bajo duros combates, que se ganaron a pulso el apodo del pequeño Bagdad, hoy son barrios libaneses los que han sido bautizados de forma parecida. Es el caso de Abi Samra, uno de los barrios suníes más conservadores de Trípoli, más conocido por los tripolitanos como el pequeño Homs por el altísimo número de refugiados provenientes de esta provincia siria, a escasos kilómetros. “Allí todos nos conocemos, es fácil caminar y encontrarse con vecinos, conocidos o amigos a quienes creías muerto”, explica Omar Shakir, un activista de Homs que ha pasado casi un año residiendo en la ciudad norteña. “Incluso han comenzado a abrir los mismos establecimientos que teníamos en Homs”, asegura.

Un buen ejemplo es el restaurante Chikenay, una institución de la comida rápida en Homs –con una gran sede en la Calle Dablan, en pleno centro de la ciudad, y 70 camareros y cocineros en nómina- que hace seis meses abrió su réplica en Abi Samra, en sintonía con las banderas sirias que adornan cada calle y cada pequeño comercio. Hoy, las colas ante la caja del local son perennes y sus clientes son tanto sirios como libaneses atraídos por la popularidad del local. Todo el personal, salvo los motoristas que llevan los encargos a domicilio, provienen de Siria como el propio Abu Firas, quien fuera responsable del restaurante original durante tres largos lustros y que vuelve a tener la misma responsabilidad en su exilio libanés. “No hemos montado este negocio para aprovecharnos de nuestra situación sino para ayudar a camareros y cocineros a tener sus propios recursos económicos. No queremos tener que recurrir a las ONG, nosotros saldremos adelante con nuestro esfuerzo”, explica sudoroso.

Varios ayudantes fríen pollo empanado y patatas y enrollan el pan local con diferentes rellenos y salsas mientras Abu Firas toma nota de los encargos. “Aquí somos 25 personas, todos sirios, pero llegamos en diferentes periodos”, explica el responsable. “Cerramos hace ocho meses porque sufríamos muchas presiones: no había forma de ser neutral en Homs. El local fue bombardeado muchas veces, pero no cerramos hasta que consideramos imposible mantenerlo abierto por los combates”. “De un millar de restaurantes que había antes en Homs ahora no queda ni uno sólo abierto”, afirma.

El personal del restaurante original ha sufrido diversa suerte. “Calculo que un tercio fue secuestrado, otro tercio murió, defendiendo sus casas o durante los bombardeos, y el último tercio desconocemos su paradero, aunque imagino que se alistaron en el Ejército Libre de Siria”. Del equipo original, tres camareros trabajan hoy junto a Abu Firas, quien afirma que fue el último en abandonar el restaurante tras deshacerse de las existencias de carne, valoradas en miles de dólares.

Abu Firas afirma que desconoce qué ha sido del local de Homs pero sí sabe que su casa, su automóvil y todas sus pertenencias han quedado destruidas. “Pero mi familia está bien, gracias a Dios”, recita. El único herido fue él mismo, cuando una esquirla de metralla le arrebató parte de la visión de un ojo.

Fïsico de formación, el responsable del restaurante se muestra terriblemente pesimista sobre el futuro de Siria y también del Líbano. “Con la destrucción que se ha producido, vamos a necesitar una década para reconstruir el país. Y yo no tengo ese tiempo. Para entonces tendré 55 años: ¿podré ayudar entonces? Tengo la impresión de haber perdido mi vida para nada. Trabajo 12 horas para evitar pedir ayuda a la caridad, y sólo consigo cubrir las necesidades básicas de mi mujer y mis cinco hijos”.

Como para otros muchos sirios, para Abu Firas resulta frustrante que, tras haberse alejado de la guerra huyendo de su país y refugiándose en el Líbano, la violencia se instale hoy en las calles del Trípoli. En apenas 10 días se han producido más de 20 muertos y un centenar de heridos en enfrentamientos que reproducen el conflicto sirio y que amenazan con desbordarse. “Me produce mucha tristeza ver cómo los libaneses se implican en los problemas sirios, están usando al Líbano como distracción. Es una vergüenza para la Humanidad que, en lugar de buscar una solución, se exporte el conflicto más allá de las fronteras”, dice apesadumbrado.

“Culpo a los extremistas de todos los bandos, tanto del régimen como de la oposición. Necesitamos gente moderada que busque el diálogo y el entendimiento, por el bien de todos”. Recordando la ironía que supone que, hace sólo unos años, un millón y medio de iraquíes necesitaran la solidaridad de los sirios para escapar de la violencia, Abu Firas cabecea con fatalismo. “Sirios, iraquíes, libaneses... En el fondo, las poblaciones somos todas iguales. Lo único que buscamos es paz y seguridad”.

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