Berlusconi: "Soy inocente y no tiro la toalla"

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Lucia Magi *

El ex primer ministro italiano Silivio Berlusconi saluda a los centenares de seguidores que se manifestaron ayer en el centro de Roma. / Alessandro Di Meo (Efe)

ROMA.- Con una mano confirma el apoyo al Gobierno, con la otra muscula a los suyos como en campaña electoral. El ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, sobre el que pesa desde el pasado jueves una sentencia de cuatro años de cárcel por un delito de fraude fiscal, habló ayer durante diez minutos sobre el escenario que los militantes de su Pueblo de la Libertad le montaron bajo casa, en Roma. Cerca de mil personas llegaron de todo el país para arroparle y manifestarle su afecto tras el primer fallo con sentencia firme que el empresario sufre. Casi en coro, hombres y mujeres con acentos variados repetían el refrán que el líder de centro derechas rumia desde que entró en política, a principios de los noventa: “Asistimos a una persecución judicial, la magistratura está politizada”.

El victimismo contra la supuesta conjura de los jueces siempre se reveló un buen as en la manga para el bregado comunicador, porque activa el afecto de las bases: la sensación de estar sufriendo una injusticia, de estar sitiados, siempre une y compacta las filas. “Le quiero a Silvio, soy su fan”, sonreía Lara Sarzola, de 42 años, pintora de Mántua (Norte). Le llama por su nombre de pila como a un viejo amigo de familia: “Es que desde 1994 le voto y nunca me arrepentí. Él, con su historia personal da optimismo a los jóvenes y a los empresarios. Habla claro, con amor. Siempre le apoyaré. Sobre todo cuando esté acechado como ahora”. “Berlusconi no te retires, sigue con nosotros, eres nuestro Presidente”, deletrea casi cantando un eslogan Beatrice Guarducci, 72 años, de Prato (Florencia), indignada porque “en Italia, los asesinos campan a sus anchas y un buen hombre que siempre dio de trabajar a la gente con sus exitosas empresas le mandan entre rejas”.

Berlusconi utilizó su discurso para tranquilizarles: “Yo soy inocente. Yo me quedo aquí, yo no tiro la toalla”, gritó lento y buscando el efecto. Los aplausos, los vítores llegaron puntuales. “Si un domingo, 4 de agosto, con 40 grados a la sombra y el asfalto que quema y tras horas de viaje, una marea de gente ha venido para demostrarme su afecto, yo me siento en el deber de mantener mi compromiso y seguir adelante con aún más entusiasmo y pasión", afirmó el exmandatario.

La “marea de gente” en realidad eran algunos centenares de personas, quizás mil, mientras hablaba el líder. La mayoría blandía la bandera verde y roja de Forza Italia, el partido que Berlusconi fundó y con el cual ganó en 1994 y en 2001, antes de convertirlo en el Pueblo de la Libertad. Pero ahora prepara un regreso al futuro: en los próximos comicios va a utilizar nombre y símbolo de la vieja criatura, a ver si vuelve a regalar victorias.

El problema del político, de 76 años, es que tras la condena definitiva no puede presentarse a las elecciones. Una ley de 2005, firmada por el Gabinete técnico de Mario Monti, se lo prohíbe. La manifestación frente el palacio Grazioli, tranquilizó a los sostenedores, pero sirvió de mensaje también para los socios del actual Ejecutivo de unidad con la izquierda y para el presidente de la República, que es el único que puede revocar una sentencia firme, como un indulto, por ejemplo.

El calor de los militantes debía funcionar para que tanto el primer ministro Enrico Letta, como Giorgio Napolitano, se sintieran algo presionados: el primero en crear las condiciones para dibujar una reforma de la justicia; el segundo en estudiar algún salvoconducto. Si no llega lo que pide, su amenaza sobre el Gobierno es evidente. Con el 30% de los votos en las generales de febrero y con varios ministros de su partido, puede desenchufar el respirador al Ejecutivo cuando quiera.

Pero, por ahora, su chantaje solo es una alusión. “El Gobierno debe seguir”, dijo. Letta, satisfecho a pesar de que no parece confiar demasiado, afirmó: “Ahora hay que ver en cómo transcurren los hechos”. La semana que se abre, llena de votos en el Parlamento, ofrece ocasiones para respetar los pactos. O no.

(*) Lucia Magi es periodista.

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