ESTAMBUL.– El centro de la parte occidental de Estambul es un hervidero de gente que el sábado aprovecha para hacer compras en la calle Istikal, pero ayer también era una zona tomada por centenares de policías atrincherados en cada bocacalle esperando la llegada de las siete de la tarde.
A esa hora los grupos indignados habían convocado una nueva protesta en la plaza de Taksim, bastión y estandarte de las revueltas populares turcas durante todo el verano. En este espacio abierto, que se sitúa junto al parque Gezi, donde se iniciaron las protestas, desemboca la principal arteria comercial de Estambul occidental. Aunque parece un sábado cualquiera, no lo es en absoluto.
El pasado martes falleció un niño que permanecía en coma desde las revueltas del pasado mes de junio y, además, en diversas partes del país se han sucedido en las últimas horas enfrentamientos que se han saldado con otro muerto y decenas de heridos. Incluso en las redes sociales se habla de que una joven ha sido violada dentro de un furgón policial a las afueras de Adana, la quinta ciudad turca, situada al sur del país.
Esta situación provoca que la tensión se palpe en las calles de Estambul. “Estamos preparados y sabemos lo que hay que hacer. A las siete, lo mejor es no estar en la calle, entrar en algún establecimiento a tomar un té, por ejemplo”, asegura el propietario de un hotel situado en la calle Cukurlu Cesme, aledaña a la plaza de Taksim. “Estamos acostumbrados, si hay problemas, cerramos las puertas y apagamos las luces, como si no hubiera nadie”, señala.
Confirma que habitualmente hay dos policías en la calle en la que se encuentra el establecimiento, pero hoy puede haber más de sesenta, parapetados tras escudos protectores, esperando una señal para actuar. “A las ocho y media estará todo acabado y ya no habrá más protestas, porque el lunes comienzan los colegios y no habrá más jaleo”, asegura.
Conforme se van acercando las siete de la tarde, Taksim se va llenando de más y más efectivos policiales e incluso cuatro carros de combate se aparcan en las cercanías de la plaza, por lo que pueda pasar.
El ambiente es tenso, pero no tiene nada que ver con las revueltas del pasado junio, que sacudieron la ciudad y que llevaron a centenares de ecologistas a acampar en la plaza para evitar que el parque Gezi fuera transformado en un centro comercial. Ese era el pretexto, el verdadero motivo subyacente era la progresiva eliminación de libertades para la población por parte del gobierno de Recep Tayyip Erdogan.
“Lo están haciendo de manera indirecta, pero si tienes un poco de cerebro te das cuenta de que lo que quieren es limar la libertad del pueblo turco”, señala Pandir Tüzün, una de las jóvenes que se encuentra en la plaza, aunque no está participando de manera activa en las revueltas. Las apoya, pero no de manera activa porque teme que puedan producirse represalias.
Cuentan algunos ciudadanos que la policía incluso ha detenido a partidarios muy activos de las protestas a los que han identificado vía Twitter. Se palpa el temor a ser descubierto y, al llegar las siete de la tarde, Taksin, tomada por los policías, continúa recibiendo algunos turistas que se hacen fotos junto a una bandera turca, con la medialuna blanca y la estrella sobre fondo rojo, como si nada estuviera pasando.
Taksim ya no es ni sombra de lo que fue hace unos meses. Desalojados hace semanas los acampados en sus jardines, continúa siendo el centro neurálgico de esta zona de Estambul (su nombre en turco significa “distribución”, ya que antiguamente era desde donde se distribuía el agua para toda la ciudad) y es el centro de todas las manifestaciones, pero la fuerte presencia policial ha disipado toda revuelta…. ¿la última?
“No, no será la última. Las protestas continuarán porque no estamos conformes con la situación”, reconoce otra joven. “Podemos asegurarlo”, sentencia con mirada pícara, quizá sabedora de la fecha de la próxima convocatoria. En su opinión, la situación no ha cambiado y está dispuesta a seguir luchando para que los turcos no pierdan derechos ni libertades.
El espíritu de Taksim se apaga, la plaza continúa tranquila el resto de la tarde, pero las voces de las revueltas y las manifestaciones no se han acabado, tan sólo se han trasladado de sitio. Ahora son otras zonas de la ciudad las que albergan las protestas, como la parte asiática, al otro lado del Bósforo. Pero no hay que cambiar de continente para comprobar la tensión en el ambiente de Estambul al caer la noche.
A pocos metros de Taksim, en plena calle Istikal, un centenar de policías custodian una manifestación del BDP, agrupación que lee un manifiesto con el que solicita al gobierno turco que no apoye junto a Estados Unidos una intervención militar contra Siria. Están convencidos de que el problema puede resolverse por la vía diplomática y que la llave la tiene el ejecutivo de Erdogan.
Al finalizar el discurso su portavoz, cientos de personas arremolinadas ante los manifestantes, que portan banderas amarillas, comienzan a aplaudir. Sin saber muy bien por qué, se produce una estampida, el grupo se disuelve y cada cual empieza a correr por las calles perpendiculares a Istikal. Los agentes de policía se colocan máscaras antigas y corren hacia los manifestantes.
El miedo a un nuevo ataque con gases lacrimógenos y chorros de agua a presión (tónica habitual durante las jornadas de revuelta de este verano) provoca que muchos asistentes busquen refugio en tiendas y cafeterías, que bajan sus cierres, echan el cerrojo con personal y clientela dentro y atenúan sus luces.
Las carreras y el desconcierto se apoderan durante unos minutos de la principal vía comercial de Estambul Occidental. Minutos más tarde, regresa la calma aparente, pero protegida por los centenares de policías que vuelven a vigilar la situación desde cada esquina.
No, no será la de ayer por la tarde la última protesta que tenga lugar en Estambul, ni en muchas otras ciudades de Turquía. La tensión y el malestar de la ciudadanía es tan evidente que cualquier plaza podría convertirse, en cualquier momento, en un nuevo Taksim, en un nuevo parque Gezi. Dicen que las revueltas de junio se desataron cuando una estudiante intentó ofrecer un baklava (pastel turco) a un policía y el resto de agentes, al pensar que se trataba de un ataque, respondieron golpeando a la chica.
Los nervios siguen tan a flor de piel como entonces. Frente a la aparente calma y la efervescencia de las calles de Estambul, se esconde un sentimiento de malestar muy profundo entre gran parte de la población que todavía tiene que estallar. Y como dice el lema de los indignados turcos: "Taksim está en todos lados y en cualquier sitio".
Solo en España los ciudadanos «IDIOTAS» toleran unos gobiernos, corruptos, malversadores, malgastadores y tiranos.