No es la primera vez pero sí la que ocurre de forma más clara, nítida y contundente en toda la Historia del pueblo kurdo. Todas las principales fuerzas kurdas, bien sean de Turquía, Sira, Irán o Irak están combatiendo juntas para frenar el genocidio puesto en marcha por el Estado Islámico.
Desgraciadamente y como en otras crisis similares no muy lejanas en el tiempo (campañas genocidas o de limpieza étnica en Siria durante los años 60 del siglo pasado, en Irán e Irak durante los 80 y en Turquía durante los 90) ha tenido que consumarse el desastre para que la comunidad internacional y los medios de comunicación le presten atención.
Pero el hecho cierto es que los kurdos de Siria, liderados por el Partido de la Unidad Democrática (PYD), con el apoyo de fuerzas de Turquía (PKK), de Irán (PJAK) y de Irak (UPK y Gorran) ya llevaban más de un año combatiendo contra el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) y otras organizaciones integristas radicales, como el Frente al Nusra, en medio de la más absoluta indiferencia internacional.
Periódica, puntual y prácticamente a diario llegaban informes de los servicios de prensa del PYD, con base en Europa, denunciando lo que ocurría en las regiones sirias de Afrín, Hasaka (Yazira) o Kobani: bombardeos indiscriminados, continuas ofensivas yihadistas, bloqueo alimentario y sanitario, ejecuciones sumarias, destrucción de pueblos, robo de cosechas y ganados, éxodo y hacinamiento de refugiados…
Pero pese a estas denuncias internacionales, durante todos estos meses pasados nadie hacía nada. Al contrario, los yihadistas seguían recibiendo apoyo de Turquía y de las monarquías petroleras del Golfo cuando no les llegaban suministros y armas procedentes de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
Durante meses, el objetivo del antiguo ISIS ha sido ocupar la región de Kobani, situada geográficamente en medio de las otras dos controladas por el PYD en el norte de Siria (Afrín junto a la costa mediterránea y la Yazira, fronteriza con Irak) para, así, romper la continuidad territorial del Kurdistán sirio y, después, lanzarse sobre los otros dos cantones autónomos.
Las ofensivas se intensificaron cuando el ISIS se hizo con ingentes cantidades de armamento sofisticado, morteros, piezas de artillería, tanques y vehículos blindados de todo tipo al ocupar las bases del Ejército iraquí durante el mes de junio. Pero ni siquiera de esta forma las fuerzas del Califato con capital en Mosul consiguieron doblegar la resistencia de las YPG en Kobani, quienes, a su vez, recibieron apoyo de grupos kurdos de Irak y Turquía.
Tal vez por esta razón, el Estado Islámico decidió a comienzos de agosto cambiar de táctica y ocupar la zona del Kurdistán donde se juntan las frontera de Turquía, Sria e Irak, una estratégica región habitada por numerosos pueblos donde viven distintas minorías religiosas, aunque especialmente yezidis y cristianos, comunidades igualmente en el punto de mira de los islamistas. Intentaba, de esta forma, aislar a los kurdos de Siria de sus refuerzos iraquíes.
Y ha sido entonces cuando se ha producido el desastre. Incapaces los peshmergas del Gobierno autónomo de Arbil de frenar a los yihadistas, más de 300.000 yezidíes han intentado huir conscientes de que para ellos no iba a haber misericordia. A medida que pasan los días y llegan testimonios, se confirman las primeras denuncias de ejecuciones sumarias, desaparición de miles de personas y el secuestro de cientos de mujeres para utilizarlas como esclavas sexuales; de acuerdo con algunas informaciones, algunas familias habrían sido enterradas vivas.
El nuevo genocidio contra una parte de su pueblo y la amenaza de que los yihadistas ocuparan las otras regiones kurdas de Irak ha provocado la unión de fuerzas hasta hace poco enfrentadas. Por eso se ve combatiendo juntos a partidos iraquíes, como la Unión Patriótica (UPK), Partido Democrático (PDK) o Gorran (Cambio), con los guerrilleros del PKK de Turquía, las Unidades de Defensa Popular (YPG), dependientes del PYD sirio, y los milicianos iraníes del PJAK, PDKI o del Partido de la Libertad del Kurdistán (PAK).
Todos ellos tienen algunas características comunes: aunque su base social es fundamentalmente musulmana, anteponen los valores nacionales kurdos a los religiosos, razón por la cual entre sus militantes es corriente encontrar cristianos, yezidis o ateos. También, por lo general, buscan la alianza con los países occidentales y reconocen el protagonismo político y social de la mujer, encuadrando muchos de ellos a mujeres en sus unidades de combate. Políticamente, sin embargo, mantienen entre sí grandes diferencias que, no pocas veces, han desencadenado verdaderas guerras civiles.
La Unión Patriótica (UPK), liderada por Jalal Talabani, tiene un origen izquierdista, defiende el derecho de autodeterminación y está integrada en la Internacional Socialista. Su principal contrincante, el PDK de Masud Barzani, es más tradicional y nacionalista. Ambos se distribuyen, desde hace una década, la administración del Kurdistán iraquí.
Por su parte, el PKK, el PYD y el PJAK tienen como líder a Abdulá Ocalán, antiguo dirigente marxista, hoy encarcelado de por vida en la isla-prisión de Imrali, y propugnan una regeneración de la sociedad de Oriente Medio en base a la autogestión de las comunidades locales.
Finalmente, las dos ramas del Partido Democrático del Kurdistán de Irán defienden la instauración de un Estado federal y democrático en Irán. Este fue el primer partido “moderno” entre los kurdos. Nació el año 1946 y puso en marcha, con apoyo soviético, la República de Mahabad. Defendiendo esta primera experiencia de autogobierno, entre 1946 y 1947, ya lucharon juntos kurdos de Turquía, Irán e Irak contra el Ejército del shah Reza Pahlevi. Después, a comienzos de los 80, también se vio formando un mismo frente a los combatientes del PDKI, liderado por el profesor Abdulrahman Ghasemlu, de la UPK iraquí y del Partido Socialista Kurdo de Turquía. Juntos intentaron frenar la ofensiva de los pasdadanes (Guardianes de la Revolución) jomeinistas que arrasaban el Kurdistán iraní destruyendo pueblos enteros.
Entonces, como ocurrió durante el genocidio en Irak de los 80 y la limpieza étnica de los 90 en Turquía, la comunidad internacional permaneció con los brazos cruzados, tal y como ha ocurrido desde hace una año en el Kurdistán sirio frente a las ofensivas yihadistas.
Ha tenido que aparecer la amenaza de un nuevo genocidio, ahora a manos del Estado Islámico o Califato de Mosul, para que haya existido una reacción internacional en ayuda de un pueblo que, con más de cuarenta millones de personas, está considerado el mayor del planeta sin Estado.