Olmo Calvo (Texto y fotos) *

FRONTERA ENTRE SERBIA Y HUNGRÍA.– Atardece en la frontera entre Serbia y Hungría y alrededor de 400 personas refugiadas esperan sentadas un autobús que les permita continuar su camino. Están en un terreno al aire libre situado a unos pocos metros de la valla de alambre de cuchillas que separa ambos países. El lugar está rodeado de campos de maíz, unas vías de tren y una pequeña carretera. Los refugiados llegan caminando y son recibidos por policías en una minúscula carpa donde les ofrecen agua. Después tienen que esperar durante varias horas sentados en la hierba a que llegue un autocar para que les lleve a un campo repleto de tiendas de campaña y cercado por una alambrada para tomarles las huellas y pasar allí la noche.

Las personas que están hoy allí llevan más de tres horas a la intemperie bajo un cielo nublado y azotados por un viento frío que hace tiritar sus cuerpos. No entienden lo que ocurre, y no hay nadie a quien preguntar. Ni voluntarios, ni ONGs, ni personal de ACNUR , ni trabajadores del Estado húngaro; sólo una fila de policías antidisturbios armados con cascos, porras y escudos desplegados a lo largo de la carretera.
Pasa el tiempo y empieza a anochecer. Mientras tanto niñas y niños juegan entre los maizales, y varios grupos de refugiados encienden fuegos para calentarse. El autobús sigue sin llegar y ya es de noche cerrada. Las llamas iluminan las caras de familias enteras sentadas en círculos alrededor de las hogueras. Hablan entre ellos, preguntan a cualquiera que pase a su lado y, poco a poco, pierden la paciencia. De repente se levantan, recogen las pocas pertenencias que llevan consigo y comienzan a caminar. Una iniciativa que la policía intenta impedir pero los refugiados les desbordan.

Finalmente lo consiguen, y se desplazan a pie por una carretera sin farolas, completamente a oscuras. Los coches frenan bruscamente al verlos y los faros les iluminan sus piernas que no dejan de moverse. Cuando llegan a una rotonda aparecen varios vehículos de policía y les cortan el paso. Quieren reconducirlos al campo de refugiados que hay a unos pocos metros, pero ellos desconfían y temen que, allí, al tomarles las huellas ya no puedan ir a los diferentes puntos de Europa donde viven sus familiares o amigos. Pero de nuevo no hay nadie para hablar con ellos, sólo sirenas, luces parpadeantes rojas y azules y uniformados con el ceño fruncido.
Los policías cruzan los coches y crean una barrera mientras los refugiados gritan “no camp, no camp, no camp”. Hombres, mujeres y niños intentan avanzar frente a los gritos de los agentes. Después de unos minutos de tensión los refugiados se sientan en el suelo y son rodeados por coches policiales que los alumbran con sus faros. A contraluz puede apreciarse cómo empieza a llover. Madres con sus hijos se tumban sobre el asfalto mojado, padres que sostienen a sus bebés bajo la lluvia y jóvenes envueltos en plásticos que intentan sin éxito dormir.

Después de una hora mucha gente se da por vencida y entra en el campo de refugiados, pero otros resisten. Un grupo de policías comienza a caminar entre las personas que permanecen en el suelo presionándolas para que se marchen. Algunas les piden ayuda porque tienen frío y su respuesta es “go camp”. Cuando llegan a la altura de una familia de Kobane, en Siria, paran a hablar con una mujer que está tumbada en un trozo de acera. Le dicen que vaya al campo, y ella les contesta que sólo quiere alguna manta para sus hijos. Los policías insisten y la mujer se vuelve a negar. Entonces un agente que parecía estar al mando le grita: “This is my country” ("Este es mi país") e inmediatamente después se percata que un videoperiodista había empezado a grabar y le obliga a dejar de hacerlo.
La noche transcurre y continúa lloviendo. Un joven sirio se separa del grupo y se acerca a los agentes preguntándoles que por qué no les dejan continuar ya que la mayoría tienen documentos que les permiten circular por Europa. Entonces uno de ellos le grita “this is Hungary, no Europe” ("Esto es Hungría, no Euroipa") y le pide su pasaporte. El refugiado le dice que no lo necesita, y el policía le responde cantando de manera burlona “passport, passport, passport”.

Desde que el foco mediático se alejó de esta parte del camino que siguen haciendo miles de refugiados a diario, la situación ha empeorado mucho. No reciben apenas ayuda, los periodistas ya no pueden trabajar al lado de la valla impidiendo que haya testigos de lo que allí sucede, y el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, del partido de derechas Fidesz-Unión Cívica Húngara, ha anunciado que va a “controlar la frontera paso a paso. Vamos a enviar a la Policía y después, si conseguimos la aprobación del Parlamento, enviaremos al Ejército".
Enhorabuena, muy buen reportaje fotográfico. Pobre gente
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