Cristina Kirchner: ¿una leona herbívora?

  • Análisis sobre el retorno de Cristina Kirchner a la primera línea política

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Javier Franzé es profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid

El peronismo ha vuelto a hacerlo: a conmover el escenario político con una jugada táctica hecha de sorpresa, imaginación y astucia. Este sábado Cristina Fernández de Kirchner (en adelante CFK) anunció que será candidata… a vicepresidenta junto con Alberto Fernández, quien ocupará la candidatura a presidente de la Nación.

La pregunta clave entonces es qué significa ese segundo puesto de CFK. En política todo es parcial y heterogéneo a la vez. Cabría decir entonces que es una victoria y también una derrota.

Es una victoria táctica, sobre todo, y probablemente estratégica. Táctica porque en una sola jugada alcanza varios objetivos, que a su vez conectan con el repertorio peronista clásico. Serían los siguientes:

1) Sorprende a propios y extraños, especialmente a estos últimos, sus adversarios, que calculaban que sería candidata a presidenta o nada. Evoca así el gesto de Eva Perón en 1952 de renunciar —paradójicamente—  a la candidatura a vicepresidenta de Perón para un segundo mandato, tal como querían los sindicatos y los peronistas en general, pero no los militares y el establishment, ante los que Perón cedió. El de CFK es un “gesto patriótico” sin renunciar del todo a los cargos, ni a la lucha (“renuncio a los cargos pero no a la lucha”, había dicho Evita). Allí radica también su originalidad y astucia.

Al postularse a vicepresidenta no puede correr la misma suerte que el candidato Lula en 2018. En el caso de que la justicia le impidiera presentarse —este martes 21 se le inicia un polémico juicio oral por supuestas irregularidades en obras públicas—, la fórmula no quedaría descabezada y el candidato a presidente no sería uno improvisado sino alguien ya bendecido por ella y claramente identificado con su proyecto.

2) Significa un intento de volver al kirchnerismo primero, el de Néstor Kirchner (2003-2007), “keynesiano” y no populista, que asumió la presidencia sin una base de poder fuerte y cuya meta era construir “un país normal”. En efecto, Alberto Fernández, como jefe de gabinete, fue la mano derecha de aquel primer gobierno, que se propuso reconstruir la Argentina post-2001. Fernández continuó en esa función en el primer mandato de CFK —iniciado en 2007— pero se alejó en 2008, cuando el kirchnerismo entraba en su momento populista, con el llamado “conflicto del campo”.

Podría pensarse que CFK ensaya una indirecta y alambicada autocrítica de aquella etapa en la que se terminó de forjar el anti-kirchnerismo, en verdad un anti-cristinismo con importantes trazos del histórico antiperonismo. También podría entenderse como una enmienda tardía a dos malas decisiones suyas que contribuyeron, si no permitieron, el ajustado triunfo de Macri en el balotaje de 2015: la candidatura de Daniel Scioli a presidente de la Nación y la de Aníbal Fernández a gobernador del mayor distrito electoral, la provincia de Buenos Aires. Este cierre del momento populista le permite a CFK ganar “gobernabilidad” a costa de  perder “radicalidad”. Hace pocos meses, CFK había dicho en privado que imaginaba más difícil la gobernabilidad que ganar y que, por tanto, tenía que ensayar una vía más suave.

Este retorno al inicio anunciaría quizá un nuevo relato: 2019 como 2003 o el macrismo como un nuevo 2001.

3) AI ir a buscar a Alberto Fernández, CFK quiere huir de la soberbia y la prepotencia que se le critican, y asociarse a una tolerancia, humildad y generosidad necesarias para lo que entiende es la tarea de reconstrucción de un país devastado por el gobierno macrista. Este gesto evoca al Perón que volvió al país tras diecisiete años (1955-1972) de exilio y proscripción de su movimiento, cuando se declaró “un león herbívoro” y buscó acuerdos con partidos que, como la Unión Cívica Radical, habían sido sus principales adversarios, cuando no enemigos. CFK hace ahora algo similar no sólo en la persona de Alberto Fernández, sino de antiguos colaboradores que se transformaron en adversarios, como  Sergio Massa —quien sucedió a Fernández como jefe de gabinete de CFK en 2008—, que podría ser candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Si lo fuera, según muchos analistas, la fórmula Fernández-Fernández podría ganar en primera vuelta.

De este modo, CFK repite el movimiento de Perón —afecto a las paradojas maquiavelianas— de 1973: polarizar y distender. En efecto, por un lado la candidatura convierte la elección en un plebiscito sobre su persona, y a la vez se ofrece como prenda de paz en un país que juzga dividido por “la grieta” entre kirchneristas y anti-kirchneristas. De este modo, bloquea de inmediato a los candidatos que —como Lavagna o el llamado “peronismo federal”, no kirchnerista— ya se habían lanzado a buscar esa tercera vía ni macrista ni cristinista. Al eliminar ese camino intermedio, CFK evita que haya votos a terceras opciones que le impidan un triunfo en un previsible balotaje con Macri. Más aún, le abre la posibilidad de alcanzar la presidencia en la primera vuelta, para lo que necesitaría el 45% de los votos o una diferencia de diez puntos con el segundo si obtiene entre 40% y 44%.

La penúltima carta que le queda al macrismo para neutralizar la gran jugada táctica de CFK tiene que ver también, como no podía ser de otro modo, con una histórica postal peronista. En 1973 Perón, ante la imposibilidad de ser candidato a presidente por un artilugio legal ad hoc de la dictadura de Lanusse, designó al histórico Héctor Cámpora, dando pie a la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. En esa imagen, Cámpora jugaba el papel de títere del gran líder y en buena medida así fue. Su gobierno duró sólo 49 días y fue liquidado por el propio Perón, que ya había comenzado a organizar la represión ilegal contra Montoneros —de importante presencia en el gobierno de Cámpora— y la izquierda en general.

El macrismo intentará mostrar que el triunfo de la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández (que también recuerda la de Perón-Perón en septiembre de 1973) no será más que una reedición del “desgobierno” de aquella “primavera camporista”, a fin de aglutinar el voto anti-kirchnerista en las presidenciales de octubre. La última carta es la conocida como “El Plan V”:  que Macri renuncie a ser candidato —una confesión de derrota en un país que permite sólo dos mandatos seguidos— y en su lugar se presente la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, en principio más popular que el presidente.

El resultado final y clave de esta jugada es todavía una incógnita. Depende de cómo reaccione el gobierno, que en las primeras horas finge que nada ha cambiado para él, y de si CFK logra unir al peronismo.

En cualquier caso, el macrismo, aunque no ha sido capaz de construir una alternativa real de gobierno ni una identidad política sólida, ha logrado reducir el margen de maniobra a un futuro gobierno kirchnersta por dos vías: demonizando el kirchnerismo al presentarlo una y otra vez como una pura experiencia de corrupción, y con una política que ha despreciado las bases históricas igualitarias del país sin ser capaz de proponer otras nuevas; es decir, que ha fracasado en su propio terreno y en el ajeno, a pesar de presentarse como “el mejor equipo de gobierno de los últimos cincuenta años” y cultivar la tecnocracia antipolítica.

¿Esto significa que el kirchnerismo se verá obligado a abandonar su identidad para poder gobernar? ¿Ha muerto el kirchnerismo? ¿Estamos ante una nueva mutación del peronismo? Vale recordar que el kirchnerismo tiene al menos dos caras: la reconstructora de los tiempos de normalidad de Néstor Kirchner y la populista de los tiempos de excepción de Cristina Fernández. Esto lo vuelve profundamente peronista, pues remite a la capacidad de interpretar el país y a la consecuente flexibilidad para alcanzar en cada contexto los objetivos buscados, sin prejuicio personal, ideológico o moral que vete voluntades para la tarea.

En ese sentido, la jugada de CFK, precisamente porque es una victoria y una derrota a la vez, confirma de nuevo que el peronismo es la única fuerza que hace política en la Argentina.

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