'El último concierto de Toño Balandros' (fragmento)

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CUARTOPODER

[David Torres (Madrid, 1966), colaborador de cuartopoder.es, entre otros medios, y autor de novelas tan reconocidas como Nanga Parbat (1999), El gran silencio (finalista del Premio Nadal en 2003), El mar en ruinas (2005) o Niños de tiza (premios Tigre Juan, en 2007, y Hammet, en 2009), acaba de publicar Dos toneladas de pasado (Sloper, 2014), un libro de relatos que incluye la novela corta El último concierto de Toño Balandros, de la que publicamos este fragmento por cortesía del escritor] 

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Dos_toneladas_de_pasado_David_Torres
Cubierta del libro.

"El nombre de Toño Balandros no significa hoy gran cosa para los jóvenes oyentes de música ligera. Quizá algunos recuerden algún disco perdido en los laberintos de la discoteca paterna, un viejo single en cuya portada aparecía un cantante de nariz roma y pelo ondulado, ataviado con una lastimosa chaqueta de fantasía, que cerraba los ojos al llevarse el micrófono a la boca. Todo lo más evocarán una voz entre ronca y trémula, que iba soltando la melodía en un susurro donde se le transparentaba la sonrisa. Nadie le dirá que fue un gran cantante, y yo menos que nadie, pero al menos hay que reconocerle el valor que supuso su irrupción a mediados de los setenta. Después de Toño llegaron muchos más, con pantalones de campana, con melenas florentinas, con trinos aflautados, con letras cursis hasta la médula. Es verdad que en aquel momento el mercado ya estaba saturado de trovadores pop que confundían el romanticismo con la laca, pero ninguno de ellos poseía la ironía necesaria para reventar el género desde dentro. Él sí, él se reía de sí mismo a fuerza de exagerar su personaje y de romper todas las barreras. Nadie cantaba más engolado ni lanzaba los falsetes más agudos. Nadie llevaba esas gafotas oscuras y esa ropa que parecía haberla elegido un daltónico. Los demás, desde Camilo Sesto a Pablo Abraira, le copiaron todo: los gestos hiperbólicos, la ambigüedad sexual, la manera de adelgazar y de engordar la voz en la misma línea, hasta esas alzas en los zapatos con las que Toño disimulaba su baja estatura.

Era evidente que, con tantos subrayados, con tanto camuflaje, nos estaba lanzando un mensaje, pero muy pocos supieron descifrarlo. Yo, desde luego, en aquel momento, no supe. Era demasiado joven y en aquel tiempo estaba inmerso en la lucha política, con la dictadura agonizante y los oídos llenos a rebosar de canciones protesta y eslóganes coreados. Para un estudiante del conservatorio en que la conciencia social se confundía con el despertar de la carne, alguien como Toño Balandros sólo representaba el colmo de la frivolidad, una excrecencia musical, un loro de la burguesía, el rococó con tacones. Mis ídolos por un lado eran monstruos del bajo eléctrico como Jaco Pastorius, y por otro gente como Serrat, Paco Ibáñez, Silvio Rodríguez. Imagínese qué iba a pensar de aquellas letras de amapolas y de aquellos arreglos de violines. No fue hasta mucho tiempo después que comprendí que debajo de toda su parafernalia hortera se escondía una consigna mucho más subversiva y radical que una simple proclama política.

Sin embargo, él mismo proporcionó algunas pistas, por ejemplo, cuando una vez comentó, en una entrevista, que su inspiración siempre había sido Nino Bravo. Todo el mundo recuerda a Nino Bravo por su destino trunco, su trágico accidente y, sobre todo, por aquel vozarrón imponente que era como un Rolls Royce en el pecho: siempre podía llegar más alto, más lejos y sin el menor esfuerzo. Sin embargo, según Toño, sus letras ocultaban una maraña de claves sobre el exilio y la disidencia. Por ejemplo, aquella del beso y la flor, ¿la recuerda? “Es ligero equipaje para tan largo viaje, las penas pesan en el corazón”. Parece una despedida, romanticismo de lo más ramplón, pero el estribillo señala: “De día viviré pensando en tu sonrisa, de noche las estrellas me acompañarán”. ¿Qué estrellas? Para responder a eso hay que fijarse en que la palabra recorre las canciones más célebres de Nino Bravo como una espina dorsal semántica. “América”, por ejemplo, parece un banal elogio retórico del continente, pero en realidad esconde una apología de las revueltas y las sublevaciones posteriores a la revolución cubana: “Danzas de guerra y paz de un pueblo que aún no ha roto sus cadenas”. Y casi al principio: “Donde el aire es limpio aun bajo la suave luz de las estrellas”. Qué estrellas, repito. Está bien claro: la estrella roja, la estrella que guía al proletariado hacia su liberación. La simbología es clarísima en el que quizá sea su tema más emblemático, que no por nada se llama ‘Libre’, y que para colmo está orquestado con un fondo de balalaicas.

A ver, no estoy diciendo que ni él ni el compositor hubieran colocado esas minas a propósito, pero es evidente que estaban ahí, en el subconsciente de la canción, digamos enterradas, preparadas para estallar entre el público. Si el mismo Toño las había desenterrado, la censura franquista, que podía ser muchas cosas pero no tonta, no tardaría en darse cuenta de que había más peligro en una balada que la radio repetía a todas horas que en esas casetes clandestinas que sólo oían cuatro gatos. Además, ¿no le parece raro que unos años después el Partido Comunista, proscrito durante tantos años en España, fuera legalizado con una naturalidad que sorprendió a sus propios dirigentes? ¿Y no le parece más raro todavía que Nino Bravo se saliera en una curva de la Nacional III en un BMW recién comprado, que lo sacaran junto a los acompañantes y que se les muriera por el camino? Una cosa le puedo asegurar: cuando Toño Balandros ingresó a la cárcel de Carabanchel no fue por llevar pantalones de lentejuelas."

2 Comments
  1. Patronio says

    ¿Pero este Toño Balandros existió de verdad o es pura ficción?

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