Cuando hay más oro del que reluce

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Joya diseñada por Jaime Moreno. / Efe

Martes, 29 de septiembre, casi nueve de la noche. Se me ve a mí vestida muy de largo y de negro y con tacones muy altos y rojos apeándome de un taxi en la calle Velázquez, frente al hotel Wellington. Allí va a celebrarse la presentación en sociedad de la nueva colección de Jaime Moreno. No es una colección de ropa sino de joyas. Y Jaime Moreno no es tanto su diseñador como su demiurgo. Personalmente me asombra todo lo que hace, cómo lo hace y sobre todo dónde lo hace. En Londres o en Nueva York se lo quitarían de las manos. En Madrid es más difícil porque son joyas con más personalidad que marca, con más fuerza que tradición, con más concepto que costumbre. Son lo que una pantera viva a las panteras fosilizadas de Cartier. No basta con tener dinero para poseerlas. Hay que tener gusto y espíritu. No me extraña que se hinchen a ganar premios. ¿Quién más hay que arriesgue así?

La nueva colección de Jaime Moreno se llama 'Constelación' y llena de destellos cósmicos un salón del Wellington donde poco a poco va congregándose gente interesante. La actriz Ana Escribano, triunfalmente embarazadísima, es la madrina del acto. Buena elección. Es una mujer bella, elegante y tan noble como los metales y las piedras que de ella penden.

De mí también pende algo. Han insistido en que yo luzca unos pendientes de oro y esmeraldas cuya simple responsabilidad me aterra, a mí, que hace bastante tiempo que no llevo encima joya ninguna ni bisutería ni nada. Hace tiempo decidí cabalgar a pelo y por eso mismo cualquier cosa que me ponga adquiere una súbita importancia trascendental. Una pulsera que me regalaron por mi cumpleaños dejó atónita a mi hija. Por lo bonita pero sobre todo por lo inusual de ver algo así enroscado a mi brazo.

Los pendientes son mucho más sutiles y penetrantes. Los ha elegido para mí Mercedes Sánchez, la esposa de Jaime Moreno. Cuando voy a devolvérselos insiste en cedérmelos para el día siguiente, que tengo grabación del nuevo programa Libros con Uasabi, que se estrena este domingo, 4 de octubre, a las 13 horas en la 2. No busquen los pendientes en el programa que se emite ese día porque no los llevo. Yo ya les aviso.

Volviendo al acto del Wellington. Yo ni suelo llevar joyas ni ir a actos así, porque lo primero me deprime y lo segundo me aburre. La gente vestida de cóctel parece todavía más gente, menos persona. Qué se le va a hacer: eludir a toda costa todos los compromisos posibles de este tipo.

Y sin embargo, esta vez…sería por la originalidad de las joyas, de su creador o incluso de la familia del mismo, el caso es que se estaba bien y hasta muy bien. Que se podía saltar de corrillo en corrillo sin pisar un solo charco de conversación no interesante.

Estaba Álvaro de Marichalar. Estaba también mi colega y sin embargo amiga Esther Jaén, de verde y espectacular, y un montón de gentes del periodismo, del espectáculo y de la creación artística.

Nada sorprendentemente, uno de los magnetizadores de la velada era Pedro Ruiz, ese señor tan poliédrico al que para simplificar llamaremos artista, pero que por lo mismo podríamos llamarle marciano o pastor. El martes desde luego se dedicó a fondo a la trashumancia, pastoreando mentes afines o con capacidad de interesar. A mí me interesó mucho la charla que mantuvimos con el actor José Luis Pellicena. Siempre reconforta frotarse con inteligencias muy vividas y muy amables. Volviendo a Ruiz, a Pedro Ruiz, más o menos ya le conocía pero nunca le había visto tanto rato en acción. Siendo tanto rato políticamente incorrecto y a la vez exquisitamente ronroneante. El aparente contraste tiene mucha gracia.

Nunca hablas mal de nadie, observé al cabo de un rato, intrigada. Él me lo confirmó muy contento. “¿Es por soberbia?”, le pregunté. Lo reconoció en el acto. Con la misma tranquilidad con que dice que está esperando, todo paciencia él, a que se vuelva a morir el Franco de turno para que en este país se pueda volver a hacer algo.

Qué descanso cuando hay más oro del que reluce.

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