El origen de una obsesión

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EMPUNA PUNA

Mi primer Mundial en directo fue el de 1982. Tenía yo, por aquel entonces, 9 años recién cumplidos. Sólo recuerdo dónde estaba, exactamente, en dos de los partidos de aquel torneo (España-Alemania e Italia-Alemania). Soy perfectamente consciente de que vi por la tele muchos más encuentros, además de esos dos, pero todos los recuerdos del resto han desaparecido por completo.

La OBSESION, sí, con mayúsculas, nació en México 1986. Fue durante ese Campeonato del Mundo, para mí absolutamente inolvidable, cuando se me metió el veneno en el cuerpo, irremediablemente. Recuerdo perfectamente mi primera gran alegría, con aquel 5-1 a Dinamarca y mis primeras lágrimas, en los Cuartos de Final, ante Bélgica, en un domingo de elecciones. Ese día, sólo unos minutos después de que Eloy fallara su penalti, supe que ya nunca podría quitarme esa Copa dorada de la cabeza, hasta que no la tuviera en mis manos y viera inscrita en ella el nombre de mi país.

Ahora estoy más cerca de ese momento, de lo que nunca jamás he estado y, probablemente, de lo que nunca jamás estaré. Sólo me separan 90 minutos de esas alargadas manos de oro que sostienen el mundo. Pero esto depende tanto de la suerte, el fútbol es tan endiabladamente traicionero, que, mientras escribo esto, soy perfectamente consciente de que, en unas horas, ese sueño puede volver a desvanecerse. Y también sé que el daño, en este caso, sería mucho mayor que el de las ocasiones anteriores. Cuanto más cerca estás de la cima, mayores son las opciones de pisar la cumbre y, al mismo tiempo, mayor es la dimensión de la caída, si sobreviene el resbalón. Es lo que tiene vivir en el alambre. Y, sobre todo, es lo que tiene obsesionarse con una cosa que ni tan si quiera depende de tí. El problema es que, en la mayoría de las ocasiones, uno no puede elegir sus obsesiones. Éstas, simplemente, llegan y te invaden.

LA BIZCOCHETA

Los alemanes expresan su alegría tras lograr la tercera plaza del Mundial al vencer a Uruguay (3-2). / Nic Bothma (Efe)

A veces tengo una predisposición enfermiza a relacionar eventos, aparentemente independientes. Lo reconozco. Hoy lo volví a hacer.

Si en 12 de las 16 finales de consolación del Mundial, el ganador de la medalla de bronce fue previamente eliminado por el futuro campeón del mundo, por algo será. Hablamos de un porcentaje muy por encima de la media y ese, para mí, es un indicativo más que suficiente para pensar que, en esa cifra, está influyendo algo más que el simple azar. Por eso hoy celebré los goles de Alemania, una selección a la que no le tengo ninguna simpatía, frente a Uruguay, mi bella celeste a la que siempre he admirado. Y la cosa, como dicen por Sudamérica, se dio, lo que, en teoría, refuerza mis esperanzas en el triunfo de España.

Sí, son sólo cábalas y, como decía ayer Marchena, son sólo pulpos. De acuerdo. Pero, puestos a elegir, si el pulpo se come nuestra almeja, mejor que mejor.

1 Comment
  1. celine says

    Creo que se trta de un mejillón, Alexis. Pero, sí; mejor que mejor. parece que el fútbol levanta melancólicos recuerdos. ¡Suerte!

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