Todos a sus puestos: comienza la Liga

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José María Mijangos *

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El entrenador del Atlético de Madrid, Diego Simeone, sigue la evolución de sus jugadores durante el entrenamiento efectuado ayer en el estadio Vicente Calderón. / Kiko Huesca (Efe)

En España, el verano no termina hasta que se inicia la Liga de fútbol. El sufrido contribuyente se sacude la modorra estival y aprovecha para llevar al tapicero los destrozados sillones de la temporada anterior, quitarle el polvo a la pantalla del televisor, guindar el periódico deportivo del bar de enfrente para ponerse al día en fichajes, y de paso, romperle la hucha al benjamín de la familia para invertir la calderilla en quinielas. Se le pide al abuelo que contribuya con su magra pensión para renovar el abono en el cuarto anfiteatro y se sisan los últimos euros del bote familiar para adquirir la bufanda del equipo con la que cocerse el gaznate en plena canícula.

Hasta ese día D, el país vive en estado de hibernación tan sólo alterado por insulsos torneos veraniegos, donde el fanático cubre su síndrome de abstinencia con cierta indolencia, reservando los pulmones y las energías para cuando llegue lo serio, engrasando una máquina que manifestará su potencia en el inicio de la liga, donde uno descubre que el fichaje estrella de su equipo frisa la edad de jubilación y tiene las rodillas en peor estado que los fósiles de Atapuerca. Pero nada importa porque por fin comienza la Liga, veterano torneo inaugurado a finales de la tercera década del siglo pasado y que, salvo por el trienio de la guerra civil, ha venido celebrándose año tras año, cerrando y abriendo el estío.

En los inicios del torneo, tan solo participaban diez equipos cuyos jugadores se batían el cobre en campos llenos de barro, viajando en destartalados autobuses y pernoctando en fondas con un ojo abierto, no les fueran a robar los diez duros de prima. Ahora, los equipos son veinte, los terrenos de juego están tan bien cuidados como los diputados a Cortes, las fondas han subido cinco estrellas y no hay que ir al retrete comunal en parejas y la prima por victoria está a buen recaudo invertida en cualquier empresa del Ibex 35 o en un paraíso fiscal en el Caribe.

Y es que muchas cosas han cambiado en los años transcurridos. Sorprende que tan sólo nueve clubes hayan triunfado en las ochenta y tres ediciones del campeonato, lo que demuestra que la gloria sólo es para los elegidos, y que además, si tienen parné para fichar y un presupuesto mayor que el del ministerio de Sanidad, el Olimpo está a su alcance. Durante los dos últimos lustros, Real Madrid y Barcelona contemplaban con distancia sideral a sus seguidores, como cuando Bahamontes se tomaba un helado en la cima de un puerto de primera mientras sus perseguidores echaban el bofe ciscándose en su padre. La diferencia ha sido tanta, que la competición fue desvirtuándose, al modo de la liga de Escocia, donde si no ganaba el Celtic de Glasgow, ganaba el Glasgow Rangers, y si no, es que no era la liga escocesa. Este año pasado se llevó el título un tercer equipo, el Atlético de Madrid, que salpimentó la aburrida competición con un juego correoso y sumamente efectivo, pero, seamos sinceros, cada vez es mayor la distancia entre los grandes y el resto. Los de arriba serán los mismos, aún con mejores jugadores, y el resto de participantes jugará su liga particular para no descender.

No obstante, y salvo deshonrosas excepciones, la calidad del juego ha crecido, y ahora cualquier equipo modesto le juega con descaro a un Real Madrid o Barcelona. Los entrenadores han aprendido que van a perder igual, pero que lo pueden hacer con mejor gusto. Así, equipos como el Rayo Vallecano, el Málaga o el Villarreal apuestan por el buen juego, aún sabiendo que terminarán a un buen puñado de puntos del primero. Gracias al fútbol de toque de estos últimos años, se ha dejado de aplaudir la tarascada y las tácticas defensivas, y ahora, quien más quien menos tiene que destapar el tarro de las esencias, aunque al final pierda por ocho a cero. Y es que algo se ha ganado al transformar la furia española. Aunque ahora la Liga de fútbol tenga el nombre de un Banco. Toca rascarse el bolsillo.

(*) José María Mijangos es escritor.

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