La extraña desaparición de la costurera

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El expediente por la desaparición de Clemencia Ponte tiene pocos folios. “Muy pocos”, si se pregunta a la familia de esta gallega de 32 años que desapareció el 14 de agosto de 1991 de su casa en Ozas de los Ríos, un pequeño pueblo de A Coruña. Para ellos, Clemencia es la hermana que desapareció, inexplicablemente. A través de ella también han conocido de cerca la rueda inexpugnable y fría de la maquinaria judicial. Después de 20 años, el caso sigue siendo un caso sin resolver y sin investigar. Un expediente lleno de polvo que ocupa espacio en un juzgado, pero que está condenado al olvido a pesar de esa máxima policial que asevera que un caso no está cerrado hasta que se resuelve.

A pesar del tiempo, Pablo Ponte, uno de sus hermanos, no la olvida. Tiene los ojos azules, el rostro afable y mirada honesta. Quizás esa honestidad sea la que le impida a él dar el carpetazo al caso de su hermana. Él es quien ha batallado durante años para que el caso se reabra. Sin éxito. “Imagínate lo que es levantarte todos los días pensando dónde puede estar y qué le puede haber pasado”, afirma con un dulce acento gallego que no le resta gravedad a sus palabras. Él, como el resto de su familia, está convencido de que aquella mujer tímida, seria y callada, no se fue por su voluntad.

El sumario de Clemencia, al que ha tenido acceso cuartopoder,  se abrió el 15 de agosto de 1991 cuando su familia interpuso una denuncia por su desaparición en el puesto de la Guardia Civil de Betanzos. Nadie sabía nada de Clemencia desde el día anterior. Inaudito. Nunca había hecho algo así. Su familia la buscó en el pueblo en el que vivía con sus padres y hermanos y por los alrededores. Ese día y los siguientes. Hasta que, poco, a poco, perdieron la esperanza de hallarla con vida. Un mes después, en una de sus intensas búsquedas, hallaron su bolso en una finca próxima a la Nacional VI, dirección a Lugo. En su interior, estaban las cartillas, algunos objetos personales y el DNI de Clemencia. Ni rastro del dinero. Tampoco hallaron huellas que pudieran señalar al culpable.

Clemencia era una chica atada a una vida sencilla y rutinaria. Ella era una de las costureras que la empresa de moda, Zara, tenía repartidas por las aldeas gallegas en sus comienzos, antes de despegar. Aquella mañana de agosto se levantó temprano. Tenía que entregar un trabajo en La Coruña y cogió el primer autobús. Serían las siete y media. La gallega llegó a su destino, entregó el encargo y cobró el cheque, como se comprobó después. Después, regresó a la estación de autobuses. Había quedado con su novio, Antonio Freire, con el que salía desde hacía ocho años, aunque él negó después a los agentes aquella cita. También rechazó ser la pareja de Clemencia, a pesar de que varios testigos así lo afirmaron. “Mi padre la escuchó quedar con él por teléfono”, afirma Pablo. Lo cierto es que la pareja se vio aquel día. Juntos acudieron a la sucursal bancaria del Banco Pastor en Betanzos. Ella sacó el dinero que estaba ahorrando para comprarse un coche -casi 6.000 euros-, mientras él esperaba fuera. Después, se fueron. Fue la última vez que la vieron.

La investigación se centró en sus inicios en reconstruir los pasos de la desaparecida y en la búsqueda de un motivo para su ausencia. Según su familia, no tenía motivos para huir. Estaba ilusionada con su embarazo, de apenas un mes. “Mi hermana no iba a abortar. En su habitación, encontramos un cuaderno con una lista de nombres para niños. Eso no lo hace una persona que piensa en deshacerse de su bebé”, niega Pablo. ¿Y si alguien la convenció, como barajaron los investigadores encargados del caso? La investigación avanzó lenta; sin grandes logros. Los agentes tomaron declaración a Antonio, entre otros. De hecho, en las diligencias figura una extraña declaración firmada por su puño y letra. Según la misma, aquel día fue a la ciudad a comprar unas piezas. Por aquel entonces, trabajaba como ayudante de fontanero en el Ayuntamiento de Curtis. Al parecer, visitó dos tiendas, Suministros Noroeste y Abastecimientos del Norte. Según él, sobre las once y media de la mañana, regresó a Betanzos y se cruzó con Mari, como la llamaba, en la estación de autobuses frente a la plaza. “Me paré a saludarla y me pidió que la acompañara al banco, insistiéndome. Yo accedí”, relató.

Según continúa su testimonio, entraron en el banco, él se sentó mientras ella se acercaba al mostrador y luego al cajero. “Después, salimos y la acompañé al autobús. Le pregunté si iba a casa y me dijo que no, que tenía que coger un autobús. Yo me fui a ‘Suministros Melián’, otra ferretería. Luego me pasé por el bar ‘Soportales’ a tomar un vino. Cuando volví a pasar por la parada, ya no estaba. Regresé a casa a la una y media y pasé todo el día segando hierba”.

Su testimonio despertó las sospechas de los agentes por varios motivos, entre otros, las dudas sobre su veracidad que provocó a dos de sus compañeros de trabajo. A los dos –relatan fuentes de la investigación–, les llamó la atención que él, que no era el encargado de las compras, hubiera dedicado toda la mañana a esa función y, sobre todo, que acudiera a las tiendas que señaló, que no eran las habituales. De hecho, precisaron, en aquel momento estaban realizando obras en el abastecimiento de aguas y tenían todo el material que necesitaban.

Poco más que estos testimonios constan en el sumario. Las diligencias se archivaron el 10 de julio de 1995. Posteriormente, según ha podido saber este periódico, algunos de los investigadores intentaron reabrir el caso, pero no lograron convencer a la juez. Para ellos, aún quedaba una posibilidad de descubrir lo que le había ocurrido a Clemencia. Según explican, nunca se interrogó a Antonio, a pesar de que hizo varias declaraciones “distintas e incoherentes”. “Su coartada consta de varios puntos falsos que deberíamos haber investigado en más profundidad -afirman-. Tampoco concuerda el relato que hizo del viaje y los itinerarios entre Betanzos, La Coruña y su domicilio. Estos indicios le convierten cuando menos en sospechoso además de su extraña actitud de novio tras la desaparición. Ni siquiera, llamó a su familia para preguntar por Clemencia”.

Los ojos de Pablo no mienten. Ellos tienen ‘su sospechoso’, pero carece de pruebas. Sólo suposiciones patentes y cabos sueltos que no puede atar. “Hay una clara línea de investigación que seguir, pero si no tienen interés o no se arriesgan ¿Cómo vamos a descubrir algo?”, pregunta Pablo. El Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Justicia de Galicia se interesó por Clemencia hace 4 años. Entonces, Pablo pensó que tendría una oportunidad. El hallazgo de unos restos óseos que podrían haber sido los de la costurera avivó viejas esperanzas, pero los exámenes forenses concluyeron sin éxito. Así, en noviembre de 2006,  la titular del juzgado de instrucción número 2 de Betanzos archivó, hasta el hallazgo de nuevos indicios. “Su postura es que, hasta que no se encuentre el cadáver, no reabrirá el caso”. Y Pablo lo tiene claro: la solución es un cambio de juzgado. “Si ella no tiene interés, que lo trasladen de juzgado”.

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