La primera vez que conocí a Dolores Chumillas fue hace ya más de ocho años. Su voz sonaba al otro lado del teléfono templada, pero desesperada. Dolores quería soluciones, contar su historia y, sobre todo, que alguien la creyera. Se presentaba como una madre que buscaba a su hija a la que ni siquiera conocía y que, aseguraba, le habían arrebatado de sus brazos. Era un guión con pocas pistas y muchos vacíos que me fue desgranando en su modesta casa de Alcantarilla. Desde entonces, camina sola. Tiene 65 años y sigue buscándola menos esperanzada, pero más fuerte. Su caso sigue en el mismo callejón sin salida pero, por primera vez, hay una búsqueda oficial o, al menos, posibilidades de iniciarse. El Fiscal General del Estado tiene sobre su mesa más de 260 casos de madres que dieron a luz, pero que nunca ejercieron de madres porque sus hijos les fueron robados y que ha agrupado la Asociación Nacional de Adopciones Irregulares. Una lucha de muchos años que, por fin, ve la luz. Robos sin resolver sobre los que la Fiscalía deberá pronunciarse o condenarlos, de nuevo, al olvido.
El tiempo ha pasado también para Dolores. Guarda aquella inocencia con la que salió de Alcantarilla, el pueblo murciano en el que nació, con un hombre por el que sentía poco más que cariño. Corría 1977. “Era otra época”, dice. Casada por obligación firmó un contrato matrimonial que pensó que iba a durar. La pareja tuvo que trasladarse a vivir a Bilbao por el trabajo de él. Ella no esperaba una vida de pasión, pero tampoco una rutina de alcohol y celos. Pronto empezaron los problemas, los gritos, las peleas, las palizas... Dolores ya estaba embarazada. No sabía que hacer. Un día, un cura, que la vio llorar, la habló de una señora que alojaba en su casa mujeres solteras en estado. Y decidió huir. Le pareció la mejor solución. Su familia no la arropaba y no tenía ni dinero ni a quien acudir.
La mujer se llamaba Mercedes Gras y alojaba en una especie de pensión, situada en la calle Alameda Urquijo, encima del cine Izaro, a unas 20 madres solteras. “Me puso las manos sobre mi barriga y me preguntó de cuánto estaba embarazada. Yo no lo sabía; ni siquiera, había ido al médico”.. Ninguna era como ella. “Todas procedían de familias con dinero y se quedaban allí hasta que dieran a luz”, cuenta. Escondían su desgracia al resto y, a cambio, la dueña encontraba familias en adopción a las que le vendían los niños. Eso lo supo después. “Aquella mujer era muy poderosa y conocía gente muy influyente... hasta tenía una foto con el Papa en casa”. Dolores limpiaba para pagarse el alojamiento. Fregaba de día y de noche, hasta bien entrado el embarazo. Apenas la daban de comer. “Lo pasé muy mal. Cogía en la plaza patas y cuellos de pollo y me los cocía con arroz, como los perros, ¿sabe? Me quedé hecha un esqueleto, se me cayó el pelo del hambre y del miedo". Además, para ganar algo de dinero, le cosía la ropa a Mercedes y la limpiaba su casa todos los días. “Su casa era un palacio, muy lujosa y tenía varios abrigos de visón”. Así ahorró las 12.000 pesetas que le exigían entonces para pagar el parto.
El 13 de febrero de 1978 empezaron los dolores. Ella misma se levantó de madrugada y se fue andando hacia la clínica San Francisco Javier. “Entregué el DNI y el dinero. El parto fue muy complicado”. De su hija, sólo le queda una foto que le hizo una monja. “Pesaba casi cuatro kilos. Era rubia y preciosa”. No volvió a verla. Dolores estaba débil, pero los médicos le dieron el alta en dos días. “Ni siquiera, me habían cerrado bien, pero la hermana Amestoy me dijo que la niña debía quedarse, que ella se quedaría con ella y la cuidaría”. Muy débil, casi sin poder caminar, cogió un tren a Murcia. “La señora me había echado del piso. Yo estaba muy triste y quería enseñarles la foto a mis padres. Pensé que si la veían, volveríamos todos a por ella”. Dolores buscaba apoyo, consuelo, pero no lo halló. Sus padres no querían saber nada de ella, ni de su cría. La visita se saldó con un poco de dinero que le dió su padre. Al día siguiente, regresó a por la niña. Ya no estaba. Ni rastro de la madre, de la pequeña y, mucho menos, del parto. “Me dijeron que nunca había dado a luz allí y mi nombre no figuraba en ningún historial”. No podía creer lo que estaba oyendo. Recuerda perfectamente aquellas palabras hirientes. “Usted no ha tenido aquí ninguna hija”. ¿Cómo iba a pensar que se la estaban robando? ¿Cómo iba a pensar que no era la única? Otras muchas mujeres sufrían la misma mentira. Víctimas de una supuesta trama de adopciones irregulares que nadie quiso investigar. “Me echaron de recepción, no me dejaron ni entrar. Fui al piso de acogida, pero el portero tenía orden de no dejarla subir. Tenía que haberlo denunciado a la Policía, pero tenía tanto miedo... Estaba tan débil y tan sola...todos pensaban que estaba loca. Una de las embarazadas que había en el piso, me llamó y me contó que la habían vendido por 200.000 pesetas. No le pregunté cómo lo sabía. No le pregunté nada porque me quedé hecha polvo. No creía lo que me estaba pasando”. No tenía quien la consolara. Y, mucho menos, quién la ayudara. Aquel cura que le recomendó aquella casa se deshizo de ella.
Dolores regresó a su pueblo ¿Qué otra cosa podía hacer? Su familia no la creyó o, simplemente, no quiso ayudarla. Encontró trabajo limpiando casas. Nunca abandonó la idea de encontrarla. Poco a poco reunió dinero y contrató a un detective privado para que lo investigara. Más de 6.000 euros invertidos en una causa perdida. Ni rastro del historial ni de la partida de nacimiento de la pequeña.
“He escrito al Defensor del Pueblo, al Tribunal de Menores, a la Diputación de Vizcaya, al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, he denunciado ante la Policía Nacional en Alcantarilla y en Murcia pero nadie me hizo ni puñetero caso”. Los años pasaron y, poco a poco, tras conceder muchas entrevistas y acudir a asociaciones de desaparecidos aparecieron otras como ellas. Unidas en el dolor forjaron una causa común. Algunas investigaciones tuvieron resultados y algunos hijos perdidos fueron encontrados. “Me hice las pruebas de ADN y no era ninguna. Y yo, una decepción detrás de otra. He perdido la esperanza de que mi hija aparezca porque son muchos años. Quiero verla antes de morir. Contarle mi historia y decirla que yo no la abandoné ni la vendí. Yo quería tenerla".
Nunca pudo tener más hijos por los destrozos que le hicieron en aquella clínica. Sí volvió a casarse, aunque el matrimonio apenas duró un año. Ahora, comparte su vida con Antonio y arrastra un dolor interior que la ha llevado a intentar suicidarse en más de una ocasión. “Quise tirarme a las vías del tren...En otra ocasión, Antonio tuvo que quitarme la soga del cuello". Ha pasado por un cáncer de mamá, pero su gran enfermedad es la tristeza y el vacío contra el que parece no haber remedio. Con 600 euros de pensión, sólo reclama justicia. "No quiero dinero, quiero a mi hija, el dinero no arregla el roto que me hicieron. . A mí no me pagan con dinero eso. No me lo paga nadie".
Dolores siguió llamando a Mercedes Gras hasta que falleció. De eso hace ya diez o doce años. “Siempre me decía: 'Nunca volverás a ver a tu hija”. También intentó ablandar al cura y al ginecólogo, que aseguran no saber nada. Pero Dolores -como las demás-, quieren saber. Quiere saber dónde está Desireé, como hubiera bautizado a la hija a la que sólo tuvo unos minutos.
Es impresionante que ocurran estas cosas incluso en países ya democráticos. Es oscuro ese lado humano, muy ocuro.
Niños adoptados y madres biológicas en los 60s-70s-80s BILBAO, Somos un grupo que queremos SABER. Adopciones sin consentimiento de la madre biológica, búsqueda de identidad, nuestra historia. Punto común Mercedes Herran de Gras.
Muchos niños fueron adoptados en España, otros muchos en diversas partes del extranjero.
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