Esperaban con impaciencia y ansiedad en los juzgados de Ribeira, A Coruña. El viernes 8 de abril la familia de María José Arcos, desaparecida el 15 de agosto de 1996, se enfrentaba al resultado de la declaración de Ramiro Villaverde, el único sospechoso de su desaparición. Esperaban que hablara y aportara datos de uno de los casos más conocidos de la crónica negra gallega. No lo hizo. Ni ante la Guardia Civil ni ante el juez Fernando Ferreiro, instructor del juzgado número 1, que optó por decretar su prisión provisional ante su silencio, por las numerosas “contradicciones” de su relato y por la existencia de una deuda de más de 6.000 euros que ella le prestó y nunca devolvió porque siempre la negó. ¿Por qué?
El inicio de esta historia se remonta a un jueves de verano, el 14 de agosto de 1996. Rosa y María José, dos hermanas, pasan la tarde en la playa de Abelleira (Esteiro, A Coruña). María José le comenta a su hermana que al día siguiente se va ir fuera unos días con con un amigo. Está ilusionada. Incluso, se ha comprado un biquini nuevo de color salmón para la escapada. Esa misma tarde, va a la peluquería y, por la noche, vuelve a compartir la misma confidencia con dos amigas tomando una cerveza en una terraza de Santiago. Incluso, se levanta y se dirige a una cabina de teléfono para llamar a su amigo y quedar a una hora para el día siguiente. Después, se despide para ir a casa a ultimar los preparativos. Son las diez de la noche y antes de comenzar a hacer la maleta le comenta a su madre, con la que vive, su viaje. Sin embargo, una llamada de teléfono –que su madre no consigue escuchar-, trastoca su proyecto. “Mamá, no te preocupes, me voy y vengo mañana. He cambiado de planes”. Al día siguiente, sobre las doce, cogió su Seat Ibiza rojo y se despidió de su madre. “Regreso esta noche”, dijo. No lo hizo.
El sábado la Guardia Civil llamó a casa preguntando por el propietario del coche rojo que llevaba dos días aparcado junto al faro de Corrubedo, en el municipio coruñés de Ribeira. Sus hermanos intentaron localizarla sin éxito: ni amigos, ni compañeros de trabajo sabían dónde estaba. María José trabajaba en el sindicato Uniones Agrarias. Tenía un puesto relevante como secretaria del secretario general y era una persona muy conocida. Una de sus amigas afirmó saber dónde estaba e intenta ponerse en contacto con ella. Un intento vano. Entonces, llaman a Ramiro. Él niega “haberla visto, ni haber hablado con ella desde hacía semanas”. Esta será su primera versión. Esa misma madrugada la familia denuncia su desaparición ante la Policía Nacional de Santiago y la Guardia Civil de Ribeira. Se activa el protocolo por desaparición. Rosa será la voz visible de la familia en su batalla por encontrarla. El 19 de agosto acompañó a los policías a abrir el coche con un duplicado de las llaves. Fue una inspección ocular rutinaria. En su interior estaba el bolso y la cartera con su documentación y el dinero. En el monedero, un papel con un número de teléfono, el de Ramiro. También el equipaje previsible de un día de playa: una toalla, un pareo y un neceser. Y una cajetilla del tabaco que solía fumar. No se había llevado ni sus gafas de sol. Nada anormal y todo inquietantemente normal. A primera vista parecía que había que descartar el robo. Un compañero de trabajo diría tiempo después a la Policía que aquello le pareció extraño desde el principio porque María José nunca se desprendía de su bolso ni de su tabaco. Incluso, lo llevaba consigo de un despacho a otro en el trabajo.
Los agentes no hallaron ni una huella en el vehículo. Ni rastro de aquel amigo o acompañante con el que iba a compartir aquel día que para ella parecía tan especial. Era como si hubieran limpiado cada centímetro del coche. “No se hallaron huellas latentes”, escribieron en el informe. Y dejaron que Rosa se lo llevara. Ahí empezaron las sospechas. Cuando la gallega se sentó en el asiento del conductor se dio cuenta que estaba dispuesto para una persona mucho más alta y de mayor estatura que su hermana. No era la posición normal a la que ella, más baja, solía llevarlo. “Alguien lo había movido”, pensó.
Y se inició la búsqueda. Se activó el dispositivo de la Guardia Civil, Protección Civil, Cruz Roja por mar y por aire…Una mancha de voluntarios recorrió la zona y aledaños. Buscaban a una mujer de 35 años que, según los testigos que la vieron por última vez, vestía una camiseta de color blanco, bermudas azul marino y zapatos blancos y azules. Y empezó el goteo de llamadas sobre sus últimos movimientos: María José había sufrido un accidente por un golpe de mar mientras cogía percebes o la situaban en otros lugares de la costa o hubo quien la vio tirarse al mar. Llegó la primera pista fiable. Un testigo declaró que el coche había sido estacionado entre las tres y siete de la madrugada del día 16. Los familiares indagaron: que un golpe del mar la había arrastrado tampoco era factible. El mar estuvo en calma aquellos días y lo probaron con fotografías de vecinos de la zona que así lo mostraban.
Mientras los agentes investigaban su entorno laboral y familiar. Comenzó el desfile de los que dibujaban el retrato de la mujer desaparecida: hablan de sus costumbres, sus compañías… los agentes buscan cualquier indicio de un problema económico, sentimental, una amenaza o una causa para desaparecer ‘voluntariamente’. Cualquier pista servía para esclarecer su ausencia. Rosa, su jefe, un compañero de trabajo y la amiga con la que había estado la noche del día 14 constatan ante los agentes que María José había quedado con Ramiro, su amigo. Pero no les toman declaración escrita hasta casi un mes después de la desaparición.
En Santiago, la Policía toma declaración a Ramiro. Anteriormente, han conversado informalmente con él varias veces y su testimonio no cuadra. En comisaría, Ramiro cambia partes de su versión. No será la última vez. Si en un primer momento manifestó que había pasado el fin de semana en cama solo y con fiebre, y que hacía tiempo que no veía a María José, en las siguientes declaraciones pasó a haber estado en muchos sitios. Su declaración entra en contradicción en algunos puntos con la que hará días después su hermano. No coinciden las horas y los sitios en los que dice haber estado. Y la familia inicia una investigación paralela. Escruta en sus últimos días. Quiere demostrar que habló con ella el jueves y pide a la Policía un registro de las llamadas. No pueden comprobar la segunda llamada porque el teléfono de su casa no tenía línea digital y no había forma de comprobar la procedencia de la llamada. Pero la familia si lo consiguió. Después de examinar cientos de resguardos de llamadas en el locutorio encontraron uno que correspondía a un teléfono del sospechoso y que se realizó pasadas las 13.00 horas del miércoles.
Ramiro entrega a la policía el registro de sus llamadas telefónicas y sus actividades económicas. No sólo negaba tener algo con ella, también negaba el préstamo que le había hecho María José y que ascendía a 6.000 euros para pagar la plaza de amarre en Ribeira de un barco que se había comprado. Comprobaron cómo ella había sacado dinero de su cuenta y la que mantenía con su madre y cómo él había recibido dinero esos días. Un dinero que, según la familia, no devolvió y que junto a posibles conflictos sentimentales de pareja pudo ser el móvil de la desaparición involuntaria de la mujer. Ramiro se presta a que los agentes registren su domicilio. Sin embargo, por primera vez, el 5 de septiembre, confiesa que habló con María José la noche del 14 aunque deja claro que la llamó sólo para decirle que no iría con ella a la playa al día siguiente.
La policía no tenía pruebas. En sus informes, aseguran que "están ante una buena persona, que colabora y no hay datos suficientes para sospechar que tenga nada que ver con la desaparición de María José". Aseguran que la hipótesis más fiable es el suicidio. La familia se niega a aceptarlo. María José es firme, constante, voluntariosa, con muchas ganas de vivir y de las que no se amilana. El suicidio no entra en su cabeza. El caso empieza a estancarse.Y deciden movilizarse en otras instancias: visitan al Delegado del Gobierno en Galicia, que les espeta que “no existe caso y que el mar devolverá su cuerpo”. Llegan a ser recibidos en el despacho del entonces Secretario de Estado para la Seguridad que se compromete a enviar a la élite de la Policía en la búsqueda de lo que llaman los “desaparecidos inquietantes”. Dos agentes del Grupo Especial de Desaparecidos de la Brigada Central de la Policía Nacional se desplazan a Santiago. Desde esa fecha, la investigación se dirige desde Madrid.
Se revisa el caso desde el principio: nuevas declaraciones, registran el domicilio de María José que hasta la fecha no había sido revisado por la policía y examina, de nuevo, el vehículo con un sofisticado sistema de detección de huellas y fibras, su lugar de trabajo... Las pesquisas culminan con un informe policial en el que se descartan como hipótesis de trabajo la desaparición voluntaria o el suicidio, centrándose la investigación en una posible acción violenta con resultado de muerte, en la que necesariamente concurre la participación de terceras personas. Un gran avance.
Pero el caso sigue lleno de indicios y escaso de pruebas: la falta de huellas en el coche, la hora de estacionamiento del vehículo, la posición del asiento del conductor, los objetos personales que faltan como unos zapatos, unas zapatillas, un biquini y un bañador, una toalla de playa, un pantalón corto con camiseta y un traje de pantalón largo… la nota encontrada dentro del coche con dos números de teléfono, la nota encontrada en el monedero de María José con el teléfono del sospechoso, la llamada telefónica realizada desde el locutorio telefónico, la recibida en casa de María José por la noche, el cambio de planes repentino, los movimientos en las cuentas bancarias de María José, las llamadas anónimas para despistar las investigaciones, las llaves del coche que nunca fueron encontradas…
Sobre este caso pesa, además, otra desaparición sin resolver con la que guarda semejanzas. Ocurrió seis años antes, en 1990, y se trataba de un músico con el que Ramiro tenía diferencias por un lío de faldas y que desapareció en Pontevedra tras reunirse con él en la discoteca La Luna. Nunca se supo qué pasó. El caso se reabrió en varias ocasiones, una cuando desapareció María José, pero no llegaron a unirse ambas causas como pretendía la familia. El caso de Pontevedra se reabrió en el año 2000, entre otras cosas para solicitar una prueba de ADN a uno de los hijos del desaparecido para enviarla a un banco de datos de desaparecidos: la prueba se realizó en 2006. De aquel hombre desaparecido, José Ramón Pazos Pérez, como de María José, tampoco ha vuelto a saberse nada.
El caso permanece dormido hasta que en agosto de 2009 un fiscal reactiva la investigación ante la insistencia de la familia. Los agentes vuelven a remover el asunto y recaban algunos indicios más que han permitido dictar un auto de detención por las “contradicciones” en las declaraciones prestadas en su día por Villaverde y que dice que sus testimonios son “insuficientes porque los indicios de culpabilidad que recaen sobre él son demasiados y demasiado fuertes y el delito del que se trata reviste una gravedad de notoria importancia, por lo que procede acordar su detención y declaración en calidad de imputado. De diversas declaraciones testificales se desprende que Ramiro mantenía una relación sentimental con María José en la fecha de su desaparición, y que el día en que esta no fue vuelta a ver había quedado con él para ir a la playa, por lo que convierte a Ramiro Villaverde en la última persona que estuvo en su compañía". También añade que existen indicios en cuanto a la cantidad de dinero que María José Arcos prestó a Ramiro Villaverde, pues siempre mantuvo que no había recibido el millón de pesetas que dice la mejor amiga de María José y, sin embargo, existen justificantes bancarios de retiradas en efectivo de la cuenta de María José en la fecha en que, supuestamente, le entregó el dinero.
Ramiro, al que definen un poco prepotente y provocador, no ha confesado. Se mantiene imperturbable y se ha negado a prestar declaración ante el juez acogiéndose a su derecho. También se negó a que se le practicara la prueba del ADN con una muestra de su saliva. Los agentes hallaron en su vivienda recortes de prensa sobre la desaparición de María José. A falta de confesión y de cadáver, quedan otros caminos que explorar y que ya han sido utilizados en otros casos de desaparecidos como la utilización del georradar para localizar el cadáver, aunque habrá que delimitar la zona. Posiblemente, los agentes iniciaran la búsqueda en las dos fincas del sospechoso, cazador aficionado.
La investigación se vislumbra compleja y larga. Habrá que encontrar alguna prueba que constate la evidencia moral de que Ramiro tuvo algo que ver con la desaparición de María José.
Estremecedora historia… Muy bien narrada, enhorabuena Mayka!