Teatro Cervantes de Tánger, otra vez a escena

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Admed Benattia, segundo por la izquierda, junto a otros miembros de SLQSC, ante el teatro Cervantes de Tánger. / J. M.

Como un Ave Fénix que surge de sus cenizas, así el teatro Cervantes de Tánger pretende renacer de sus escombros. Y aunque sus muros soportan —no sin fisuras y grietas profundas— su pasado glorioso de momento, el siglo de historia que los contempla y los 30 años que lleva cerrado están haciendo mella en él. Su estado ruinoso y el abandono al que ha sido sometido proclaman que en cualquier momento puede caerse. Cualquier día de estos, el celebrado teatro Cervantes de Tánger se vendrá a abajo. Los 94.134,56 euros (más de 15 millones y medio de las antiguas pesetas) que el Consejo de Ministros de 4 de mayo de 2007 aprobó para “labores urgentes de consolidación de estructuras”, no fueron más que un enésimo parche; parche que el tiempo se ha encargado de engullir. Ahí están los refuerzos de madera sosteniendo un esqueleto que se resquebraja por todas partes.

La primera piedra, cuentan las crónicas, fue colocada el 2 de abril de 1911 en un acto solemne y de gran boato al que no faltó nadie. Prácticamente, toda la intelligentsia local y lo más granado de la diplomacia europea, con representación en la ciudad, estaban allí; el Pachá de Tánger, Hadj Ben Abdessadek presidió aquel evento, rodeado, entre otros, de los directores de los periódicos locales.

Dos años más tarde, en 1913, por fin se inauguró. Y durante mucho tiempo fue el teatro más grande del Norte de África; un referente cultural obligado, de primero orden, en la orilla sur del Mediterráneo. Aquí tuvieron ocasión de recibir la aclamación de su público el mítico tenor Enrico Caruso, Imperio Argentina, María Caballé, Manolo Caracol, Pepe Marchena, Lola Flores, Carmen Sevilla... También la inolvidable Barraca de Lorca cruzaría el Estrecho para representar parte de su repertorio en este escenario.

Hoy, un grupo de jóvenes entusiastas marroquíes y españoles pretende, por enésima vez, devolverlo a la vida. Para ello han creado una Asociación: Sostener Lo Que Se Cae (SLQSC). Un intento muy singular, pues... quizá, es el más original de cuantos se han hecho hasta ahora para su recuperación. El proyecto recoge en los estatutos de la Asociación de la idea de que ha de ser la ciudadanía —“la propia sociedad civil tangerina, española, europea o mundial”, según dicen—, la que se ponga al frente de esta iniciativa. “Todas las personas...  vivan donde vivan, sean de dónde sean, que estén interesada en devolver a la vida teatral este espacio escénico serán bienvenidas”, proclama, entusiasmado, Ahmed Benattia, uno de los jóvenes promotores de SLQSC.

Columnas del interior del teatro. / J. M.

Y con esta clave se lanzan los promotores de SLQSC al ruedo para captar adhesiones. Dicen contar ya con la colaboración desinteresada de arquitectos, abogados de pro, directores de teatro, escritores conocidos como Tahar Ben Jelloun, pintores... “De todos es sabido el interés que despierta Tánger en el mundo y lo mucho que siempre ha atraído esta ciudad a personas famosas, algunas con notables recursos económicos; quizá una buena idea fuera recurrir a ellas, recabar su apoyo, para avanzar en el fin que os proponéis”, se atrevió a sugerir la semana pasada Bernabé López García, reconocido arabista, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y analista de la situación geopolítica del Magreb en sus frecuentes artículos. Y es que a ese Tánger más bien misterioso —a caballo entre el ensueño y la realidad— se acercaron en su día personajes tan singulares como los multimillonarios C. B. Forbes o Bárbara Hutton, ilustres escritores como Poul Bowles o Ténesse Williams o cantantes de la fama de Mick Jagger. Todos dijeron en su momento haber vivido aquí “algo” especial y sentido un afecto muy singular por este rincón del Estrecho. Quizá a ellos —a los que aun viven, se entiende— convendría recurrir e intentar seducirles con la idea de SLQSC, como en su día les sedujo la ciudad.

En cualquier caso, el primer paso a dar, según explica Benattía, uno de los portavoces actuales de la SLQSC, “es elaborar ese dossier/proyecto, lo más completo pasible, con él que conseguir del Estado español una cesión a la Asociación de los derechos de uso del teatro”. “No la propiedad”, precisa. “Con ello”, añade, “habríamos logrado superar lo que hasta ahora parece que ha sido uno de los mayores obstáculos en los numerosos intentos que ha habido para recuperar el Cervantes tangerino: vencer la desconfianza y reticencias entre los gobiernos marroquí y español”. “Que los gobiernos se queden al margen y que seamos nosotros, los ciudadanos marroquíes y españoles, los que llevemos a cabo el proyecto de restauración y puesta en funcionamiento del teatro nos parece en SLQSC el principal paso a dar y sin el que será imposible dar el siguiente para alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto”.

Unos objetivos que pasan, en segundo lugar, por conseguir financiación —que en ningún caso sería inferior a 6 millones de Euros según las fuentes consultadas— para recuperar, no sólo el teatro, también el entorno que, como el inmueble, está en similar estado de abandono. Sin embargo, en SLQSC creen que la cantidad necesaria es bastante menor a la expuesta anteriormente pues “contamos con la colaboración desinteresada de numerosos profesionales que renunciarían a sus emolumentos en favor del proyecto”, señalan. Aún así, llegar a reunir el montante económico necesario será muy importante para hacer realidad este sueño, aunque no definitivo, pues siempre podrían surgir altruistas mecenas que lo apoyasen. De hecho, otro proyecto que también circula por ahí últimamente, promovido por el político socialista Manuel Pérez Castell, bajo el auspicio de la Fundación Baile de Civilizaciones, se apoya en el mecenazgo de industrias y empresas poderosas para su realización y futura supervivencia.

El sueño de SLQSC persigue recuperar la estructura del teatro, sanearla, habilitar los espacios y volver a hacerlo habitable. Una vez recuperado, la propuesta de este medio centenar de socios entusiastas es crear un espacio multidisciplinar. Habrá salas de ensayo para artistas teatrales y músicos, para talleres de pintura y otros oficios. Se organizarán conciertos, conferencias, encuentros culturales, exposiciones... “Nuestro deseo es conseguir que el teatro Cervantes se convierta en ese espacio de referencia al que la juventud tangerina pueda acudir cuando quiera para cultivarse y desarrollar su creatividad”.

En cualquier caso no será fácil llevar a buen puerto este “barco cultural”. Ni el Estado español —el teatro depende del Ministerio de Asuntos Exteriores— cederá fácilmente sus derechos sin contrapartidas a cambio —aunque ya se lo arrendó al ayuntamiento de Tánger en 1974 por 1 dirham simbólico (10 céntimos de Euro)—, ni el gobierno marroquí, suponemos, aceptará sin más que el espacio se convierta en un zoco cultural fundamentalmente libre y creativo; se supone que aunque sea a distancia, una cierta vigilancia tratará de ejercer sobre él.

Vista general de la sala del teatro Cervantes de Tánger, tal como se encuentra en la actualidad. / J.M.

Mas, llegando a este punto, nada mejor que penetrar en las entrañas de esta montaña de ruinas y ponerse a imaginar, una vez dentro, en lo que debió de ser el tangerino teatro Cervantes cuando en él actuaban los mejores artistas, llegados de medio mundo. Una vez dentro, en sus tripas, con el placer de estar “degustando” algo prohibido (el Consulado, es normal, deniega el acceso por la amenaza de ruinas), y con la única ayuda de un par de bombillas que el vigilante desplaza al final de unos cables kilométricos, el visitante puede observar la miseria, el saqueo, el desastre que se ha abatido sobre esta joya modernista. Los mejores sillones y azulejos han desaparecido, han sido arrancados de cuajo; como los espejos. Las maderas de las tarimas y decenas de butacas se las ha llevado también. Y en el escenario se amontonan, como dispuestas para una gran pira, sillas y tablones arrebatados (se antoja que con saña, si no, no se explica) a techos y ornamentos, o de las barandillas y suelos. Da la impresión, recorriéndolo, que un simple soplo de viento podría tumbarlo como cae un castillo de naipes al menor suspiro. Es endeble y hermoso. Elegante y ligero. Su patio de butacas, tal como se aprecia en la semioscuridad en la que nos movemos —puertas y ventanas están tapiadas a cal y canto—, es amplio y diáfano, con un aforo para más de 800 personas, se dice, de aquellas 1.400 que contabilizaba en total. Las columnas, sencillas, rematadas en un capitel historiado, aparentemente frágiles, parece que en cualquier momento van a ceder...

Los  1.135 metros cuadrados construidos de este edificio son ahora cenizas. Aquellos cerrados aplausos que el inconsciente recrea (o arranca) del aire viciado que respiramos son puro veneno y gritos de angustia y desolación. El brillo y el oropel, las tardes de gloria, las ovaciones cerradas e interminables, la platea y anfiteatros a rebosar de un público alegre y entregado, los corrillos fumando durante el descanso, los bailes de carnaval, las galas y onomásticas repetidas; los aniversarios y celebraciones políticas; las escaleras relucientes por las que suben y bajan las damas vestidas de largo y los hombres de esmoquin, las ricas alfombras rabatíes o de Marrakech; las jóvenes sonriendo, sin saber porqué, a aquellos hombres de negocios que acababan de llegar de París... Los ramos de rosas por doquier... —“Todas las aspidistras, hortensias y enredaderas de la ciudad. Y claveles. (...) ¡Todos los jardines de la ciudad se han volcado esta noche en el Teatro Cervantes!”, proclama Juanita Narboni en su maravillosa e injustamente olvidada novela de La vida perra...—. Los espectaculares espejos modernistas repitiéndolo todo, las multicolores vidrieras, los brillantes picaportes niquelados, las confortables butacas construidas con las maderas más nobles, con asiento acolchado de fieltro; los mármoles de primera calidad importados de España, los decorados suntuosos...

Después de más de una hora escudriñándolo todo, suspirando por todo, enfermando por todo, el espíritu empieza a ceder y el dolor por la pérdida se hace insoportable. Hay que salir. Fuera los últimos rayos de sol de la tarde se escurren tras la Alcazaba y la luz cegadora de la realidad nos devuelve a la vida. La suciedad y basura que se acumulan por todas partes, también delante de la puerta del viejo teatro Cervantes de Tánger, es ese pellizco que duele, y que te devuelve, inexorablemente, a la realidad.

6 Comments
  1. Eulalio says

    Ojalá logren recuperarlo… Y sobre todo que a nadie se le ocurra hacer un edificio de Calatrava.
    Saludos

  2. Manuel says

    Felicitciones por su publicacdión: la causa merece la pena desde los puntos de vista sociológico y cultural. La posibilidad se acrecienta con la acción conjunta. Felicitaciones a cuato poder y a slqsc

  3. LAURA says

    He vivido en Tánger y tengo residencia allí, a la que voy de vez en cuando. Me encanta la iniciativa, y no sé si podría hacer algo (dinero como que no tengo/flus ualo), pero podría echar una mano .

  4. laila Harkassi Sanchez says

    Yo he vivido en el edificio al que lla maban «Plaza toros»,por su forma redonda y el Teatro Cervantes era para mi desde niña un enigma,no podia entender su abandono.Me alegra mucho la restauracion,me ire informando.

  5. celine says

    Ahora que Domingo Ortega está invirtiendo en inmuebles como la torre Picasso, bien podría sorprender al mundo con la cesión del dinero que hace falta para los materiales. Si fuéramos norteamericanos, ya lo habría hecho; allí hay más tradición mecenas que en España. Por otra parte, con la deriva religiosa que está tomando Marruecos, no parece que el teatro Cervantes pueda acoger el arte de la escena, tan detestado y perseguido por los religiosos musulmanes. Reliquia de otros tiempos, le deseo la mejor de las suertes.

  6. Antonio says

    No se como industriales españoles con empresas establecidas en tanger no se decidan (también por el prestigio que puede darles) a aportar lo necesario para su restauración, manteniendo así, parte de la cultura española en la ciudad, posibilitando, en colaboración con los gobiernos de ambos paises, ciclos de teatro de autores españoles.

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