El idioma español, la caverna académica y el feminismo

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El escritor y académico Arturo Pérez Reverte en una imagen de archivo. / Efe
El escritor y académico Arturo Pérez Reverte en una imagen de archivo. / Efe

No es el idioma un dogma que no pueda cambiar o cuestionarse en sus términos y usos. De hecho, dado que quienes lo hablan son seres vivos que evolucionan, la lengua también cambiará con ellos. Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿verdad?

Pero, no sé por qué, algunos académicos se empeñan en que no se utilice el idioma español como instrumento político de transformación social. Si el idioma nos sirve para representar la realidad, ponerle nombre a las cosas e identificar acciones y actos, justo es que el sexo femenino, cuando se ha incorporado al espacio público masivamente, tenga sus propias palabras para nombrar su actividad. Porque así ocurrió con los hombres desde que existen las lenguas: quienes “mandaban” —es decir, quién ostentaba el poder— imponían las palabras. El idioma español, como otros, pensemos, es la consecuencia (principalmente) de la actividad de los hombres. Ellos les han puesto nombre a las cosas; ellos nombraron los oficios; ellos inventaron o se apoderaron de las palabras para decidir que se nombraba así, y no asá, tal o cual cosa. ¿Cómo iban a existir las palabras médica, abogada, diputada, compañera, alumna, profesora,  barrendera..., y así cientos de términos, si no había mujeres ejerciendo tales oficios? Por eso debe exigírsele a los hombres que respeten los nuevos vocablos, porque son las palabras con las que las mujeres tienen ahora para hacerse visibles, para que el mundo se entere de que existen. ¡Existen!

¡Qué lejos quedan ya aquellos tiempos —años 80 del siglo pasado—, cuando en las escuelas e institutos se trabajaba a fondo la coeducación! Entonces se entendía que no era posible avanzar en el desarrollo social si no se compartían, en términos de igualdad, principios, valores, palabras, espacios, actividades... ¡Y ahora se está volviendo a la disgregación escolar! Lenta, pero inequívocamente, el machismo está imponiendo otra vez su poder y extendiendo sus zarpas ideológicas, provocando un retroceso sutil en lo que a igualdad de géneros se refiere.

Y los señores académicos de la lengua, (algunos, insisto), entre tanto, encerrados en su caverna. Y cuando salen de ella lo hacen para amonestar a quienes se esfuerzan para decir lo de “alumnas y alumnos”, “niños y niñas”, diputados y diputadas”, “compañeros y compañeras”... Esto, en eras de “una pureza” del idioma, que, por otra parte, ¡oh, bendita contradicción!, cada dos por tres ellos mismos están matizando y aceptando que cambie (cosa que entendemos que está muy bien, pues, sin duda, es para enriquecerlo) al aceptar nuevos términos procedentes del inglés, el francés, el alemán... o del chino si hiciera falta. ¡Ah!, pero no es lo mismo, dirán. No vamos a aceptar palabras que vengan de la aportación ideológica del feminismo porque, en este caso, resulta pesado su uso además de abundar en la redundancia, añadirán. Claro que es redundante reiterar el sexo y el género al hablar o escribir. ¡Y qué! ¿No es más valioso este esfuerzo que el de negarle a las mujeres el poder disponer de palabras para nombrar cada acción específica que ellas realizan? Puestos a preservar esa pureza lingüística y “economía de términos” que reclaman ciertos académicos, podría ocurrírsele sustituir a los mismos todas las palabras con género masculino que tenemos en el diccionario por su equivalente palabra en femenino... ¡Y a ver si les gustaba esta decisión a los hombres! Es que el “ser” hombre, en sus “dos vertientes”..., apuntan, representa también a las mujeres. Ya. O sea, que las mujeres son “seres” hombre..., pero con sexo distinto. Faltaría más.

Lo que les pasa a los académicos de la lengua que más abajo se citan, y a la mayoría de los hombres que, en general, piensan como ellos, es que no quieren aceptar ni entender que lo que no se nombra no existe. Porque, si en un aula se dice: “¡Niños, callaros!”, se calla todo el mundo. Pero si el profesor o la profesora anunciase: “Niñas, callaros”, es muy probable que sólo se callasen las niñas porque los niños no se darían por aludidos.

Necesitamos, pues, enriquecer el idioma con palabras en femenino para caminar hacia una sociedad más justa; para acorralar la violencia sexual, machista, de género o como queramos llamarla; para acabar con la discriminación y explotación de las mujeres; para corregir desigualdades y representar por igual a quienes conformamos la especie humana, ese “ser” hombre... en sus “dos vertientes”, claro, que dicen que somos algunos eruditos.

El idioma es una de las herramientas más poderosas que tiene la sociedad para concienciar a las personas de que, al margen de atributos sexuales, todos sus miembros son iguales —y miembras, quizás, quepa decir aquí, como ya se atrevió a proponer la exministra de Igualdad, Bibiana Aído, en sesión parlamentaria, ante la comisión de Igualdad; un ‘palabro’ inventado, y por el que se le criticó sin reservas—. Lo cierto es que cuando una persona, un político o quien sea, hace el esfuerzo desde una tribuna de decir “compañeras y compañeros”, “amigos y amigas” o “diputados y diputadas”, demuestra que ha tomado conciencia de que las mujeres “existen” e intenta que quien le escucha la tome también; tomar conciencia de que allí, delante, hay una sociedad plural a la que hay que respetar y tratar por igual; también al discernir y al expresar un pensamiento con palabras.

Viene a cuento lo dicho hasta aquí porque acaba de llegar a mi correo electrónico un documento en el que de forma “muy seria”, y aprovechando la publicación de la Nueva gramática de la lengua española, elaborada conjuntamente por todas las Academias de la Lengua que existen, y amparándose en textos de los académicos Arturo Pérez Reverte, Francisco Rodríguez Adrados y Gregorio Salvador, se arremete contra los nuevos palabros (‘miembra’, por ejemplo), contra “las reiteraciones y los circunloquios innecesarios” y, en definitiva, contra la nueva realidad lingüística, político y social que, gracias al feminismo y a la incorporación de las mujeres al espacio público, está consiguiéndose. Todo esto como si no tuviésemos claro todavía que la lengua que hablamos es la que es “gracias a los hombres”, pues ya sabemos que las mujeres no hace tanto tiempo que no tenían alma, no podían votar, tampoco manifestar sus opiniones en público ni acceder al trabajo fuera del hogar, etcétera, etcétera.

El documento al que me he referido propone  preservar la pureza lingüística y dejar el idioma español como está, rechazando cualquier esfuerzo por trasladar al diccionario las palabras que proclaman la visibilidad de las mujeres. Los propios académicos que se citan en él tildan, a quienes se empeñan en utilizar la lengua para indagar y avanzar en la igualdad entre sexos, de personas tontas, grotescas e inútiles.

Pero aquí pensamos que yerran los ilustres académicos citados  y quines comparten criterio con ellos al exigir que la sociedad renuncie a inventar nuevos vocablos para identificar la vida y acciones de las mujeres. A estas alturas esta conquista es ya irrenunciable. Lo que se me ocurre decirles a estos defensores a ultranza de la lengua, asidos a su “pureza lingüística” como el que se adhiere al dogma para preservar, en el fondo, sus privilegios masculinos, no nos engañemos, es lo que me viene a la mente que un día me dijo en una entrevista el siempre recordado  José Luís Sampedro. Acababa de morir entonces, cuando le entrevisté, su mujer y en aquella charla que mantuvimos, al interesarme por su recién publicada novela La vieja sirena, el feminismo y las mujeres, me espetó: “Con la muerte de mi esposa, me he dado cuenta de que me he perdido la mitad de la vida”. Pues eso... Eso es lo que va a pasarle también a más de uno si persiste en este empeño. ¡Ah! y el arroba (@) que no es una letra, efectivamente, podría llegar a serlo, ¿por qué no? Sí es, desde luego, una solución bastante acertada para que nos demos cuenta de que hay ciertos sectores sociales que sí se preocupan de la visibilidad de las mujeres.

9 Comments
  1. Soplabilorio Camborio says

    Ilustre,

    con su artículo desprestigia Vd. al feminismo y eso, como feminista no académico que soy, tengo que denunciarlo.

    ¿Que hablamos así porque los que mandaban hicieron el lenguaje? ¡Qué disparate! ¿No se le ha ocurrido que si eso fuese cierto hablaríamos latín, o vaya Vd. a saber que lengua más antigua aún? Es la sociedad quien hace la lengua, no las academias ni grupos. Sólo un ejemplo: en la edición del DRAE de 1927 se incluye la palabra «balompié» para que se use en lugar de fútbol; ¿cuánta gente la usa?

    Pregúntese e investigue: ¿dónde está la mujer más liberada, en Inglaterra o en Afganistán o Irán? Pues mire el nivel de inclusividad de sus lenguas y reflexione.

    Nunca he oído a un sindicalista o político «plogle» (conozco a algunos) decir: «cariño, yo baño a los niños y niñas mientras tú «les las» preparas las cenas».

    Pero el colmo es que venga a dar lecciones de lengua quien escribe «HIERRAN» los ilustres…»

    Y que no haya equívocos: no leo a Pérez Reverte, tan agresivo como Vd. en sus artículos, según me cuentan.

  2. Joaquín Mayordomo says

    Ya, ya, amigo… Como si los esclavos hubiesen “inventado” el latín. ¿No era acaso la lengua de la sociedad (culta) que ejercía el Poder? Claro, la sociedad es la que construye la lengua; pero la sociedad “que habla”, verdad. Estará de acuerdo conmigo en que la sociedad que “vive” muda poco aporta a una lengua. De modo que “poca lengua” podía construir aquella sociedad (de mujeres) que no tenía alma y permanecía “en casa con la pata quebrada”.
    En cuanto al ejemplo que pone (“balompié”) está claro que tiene más fuerza el medio que el mensaje o, para ser más exactos: “el medio es el mensaje”, que diría Marshall McLuhan. Y si “el poder” (los medios de comunicación) dicen “fútbol” y no balompié, pues hablaremos siempre de fútbol; por supuesto. En realidad me está dando usted la razón, fíjese: si no hay más términos femeninos en nuestra lengua es simplemente porque no se emplean, verdad; es decir, porque las mujeres no han tenido opción de “hablar” de sus cosas.
    Por último, un error lo tiene cualquiera; lamento el yerro. Queda corregido.
    Ah, una cosa más: “Agresivo lo será usted”, podría contestarle, pero no, simplemente me limito a dar mi opinión y, generalmente, a informar. De verdad que me parece enriquecedor disentir con usted, que, por lo que leo parece, se ha enfadado. Yo no. Un saludo.

  3. si says

    Por eso os jode a los fachas que se hable euskera aún en Euskal Herria, es el ejemplo de la imposición de las lenguas a lo largo de la historia, ayer el latín en europa, en américa el castellano y ahora el inglés.

    Coño españolito filofranquistas renuciar ya a vuestro lamentable español-castellano y aceptar el inglés como primera lengua, que para sumisos borregos completos del imperio USA-UK es lo único que os falta.

    POr algo tanto odio del fachería españolista al Euskera no batua.

  4. inteligibilidad says

    Para ofrecer otro punto de vista, pego aquí el enlace al artículo que Agustín García Calvo (de quien lo último que se podrá decir es «facha» o «academicista») escribió en este mismo medio. Como lingüista, lo suscribo en su ensencia. https://www.cuartopoder.es/tribuna/%C2%BFquien-manda-que-se-diga-lleida-y-que-se-esriba-tods/158

  5. anónimo says

    el lenguaje no se puede cambiar solo por un movimiento politicco y radical como el feminismo.

  6. Machovara says

    Estoy de acuerdo con CASI todos los argumentos y las reflexiones de este artículo. Lamentablemente, el autor lo estropea metiendo en el mismo saco el uso absurdo de masculino y femenino juntos (tipo «miembros y miembras») que en el discurso normal va contra la lógica del lenguaje. En todo lo demás estoy bastante de acuerdo.

  7. ssss says

    Si en España hubiera sido posible, a partir del siglo XVI, tener la Biblia de la Reina y Valera, en castellano, sin ningún problema, la historia hubiera sido diferente.

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