LIBROS
Por qué nuestras ciudades dificultan los cuidados y priman las actividades productivas
- La arquitecta Izaskun Chinchilla visualiza en su libro ‘La ciudad de los cuidados’ (Catarata, 2020) cómo las ciudades no favorecen este tipo de actividades
- “El primer aspecto de sensibilización positiva que ha traído la pandemia es que se han dejado de dibujar como factores independientes la economía, el medio ambiente y la salud"
Plazas “duras”. Bolardos. Bancos con separación individual que impiden tumbarse. Pocas sombras. Pocas zonas verdes. Ausencia de aseos públicos. Estos y otros muchos elementos diseñados desde las administraciones hacen que las ciudades no estén hechas para las actividades relacionadas con los cuidados y estén enfocadas a las actividades meramente productivas. Es una de las ideas que la arquitecta Izaskun Chinchilla (Madrid, 1975) desarrolla en su libro La ciudad de los cuidados (Catarata, 2020). Su objetivo con esta publicación es intentar pensar, visibilizar y entender que es posible una ciudad que no solo no impida esos cuidados sino que los potencie.
“Nuestras ciudades a día de hoy dificultan los cuidados, no es que tengan un papel neutral”, explica Chinchilla a cuartopoder. Nos detenemos en eso que llamamos cuidados. Un concepto que ha estado bastante presente en los últimos tiempos en el debate político, especialmente potenciado durante este año de pandemia. La arquitecta los define con dos características básicas. Por un lado, son acciones que se hacen “para procurar bienestar a los demás o a uno mismo”. En segundo lugar, suelen ser acciones no remuneradas económicamente, aunque existan también los cuidados profesionales. “Una particularidad de los cuidados es pertenecer al conjunto de actividades que se llaman reproductivas, no porque tengan que ver con la reproducción humana sino en contraposición a lo productivo”, afirma.
Chinchilla relata en la primera parte de su libro algunas experiencias realizadas con niños y niñas para diagnosticar la percepción que tienen sobre la ciudad y el entorno en el que viven. En la segunda parte se centra en 7 objetos o ideas para la transformación de la ciudad. Aquí se analizan algunas pautas extendidas por las grandes ciudades (parques vallados o segregados, plazas duras, itinerarios, bolardos o arquitectura hostil, entre otros). Y propone, claro, soluciones.
“Es posible que la propia ciudad tenga un papel proactivo en animar a generar nuevas relaciones de de bienestar entre sus ciudadanos. El libro intenta visualizar que la atención que se ha prestado a las actividades productivas ha sido en detrimento de los cuidados. El objetivo es llegar a una igualdad de derechos entre las actividades de cuidados y las productivas, pero además visualizar que una ciudad donde esas actividades se promulguen e incentiven, es posible”, destaca la autora.
El hecho de que la ciudad se haya regulado para proteger a los agentes que ejecutan las actividades productivas tiene una intencionalidad implícita, según Chinchilla. “Lo que pongo de manifiesto en varios momentos del libro es que en las ciudades es muy fácil repartir mercancías logísticas, para un supermercado, para un negocio, poner publicidad, realizar actividades económicas, conducir de casa al trabajo, etc. No solo es posible sino que además está muy regulado. Esa regulación ha hecho que todas esas actividades sean objeto de un debate político. Todos vemos que casi cada 4 años los partidos políticos proponen medidas respecto al desarrollo de esas actividades en la ciudad”, comenta.
La arquitecta contrapone esos ejemplos con otros que no han sido regulados: “si un establecimiento como un bar debe dejarnos hacer pis si en la calle no encontramos un servicio público, si el agua potable debe ser gratuita y encontrar fuentes cada cierto tiempo, si tenemos derecho a descansar en un banco, si podemos dormir, si tenemos derecho a pasear en un día de lluvia sin mojarnos...Nadie ha hecho una legislación en torno a estos elementos que son necesidades diarias de una parte importante de la población. Implícitamente hay un sesgo ideológico importante, que es que las personas que elaboran la legislación o llevan al debate político las diferentes medidas que gestionan la ciudad y que la organizan, están priorizando lo productivo. Ninguno tenemos la sensación de haber elegido las condiciones en las que se producen los cuidados”.
En el libro, cuando se habla de los elementos de la llamada “arquitectura hostil” se señala que son medidas destinadas a perjudicar a las personas sin techo. Y se habla de una ideología neoliberal en este sentido. Para la autora, hay muchas maneras de gestionar el espacio público. Esquemáticamente se podrían dividir en dos grupos. Por un lado, “aquellos que piensan que el espacio público tiene que ser el lugar donde diferentes ideologías, estilos de vida y usuarios se encuentren, y gestionen con un ápice de conflicto, porque el espacio público también está para recoger esas diferencias y gestionar los conflictos de forma cívica”. Por otro, “formas de ejercer la gestión de la ciudad que priorizan unos estilos de vida como estilos de vida más deseables. Parece que no hay que justificarse cuando uno legisla contra las personas sin hogar, o contra la prostitución o sobre el consumo de alcohol en la calle”.
Sobre esta segunda cuestión, la arquitecta destacada que se conceptualiza el espacio público de una forma completamente diferente. “Lo primero, hay unos estilos de vida que son como más aceptables que otros, y eso lo decide el gobernante. Además el gobernante evita ese conflicto de intereses que puede surgir entre una familia que está jugando con niños pequeños y una persona que duerme en un banco. El gobernante hace ese papel, no lo hace el ciudadano. Además de cuestionar la legitimidad, hay que discutir también si el ciudadano no debe ser también un agente activo en esa conciliación de intereses. Y además cuando negamos a ciertas minorías sus derechos (algo peligroso porque las mujeres hemos sido considerados minoría durante siglos), muchas veces se lo quitamos a todo el mundo”.
Ejemplos concretos que pone Chinchilla sobre este tipo de asuntos: “Cuando decimos que en un banco no se puede dormir estamos evitando que una persona sin hogar lo haga, pero también que yo, por ejemplo, que he dado 6 años clase en Alicante y me iba en el primer tren por las mañanas, llegaba a Atocha y no podía dormir un rato si llegaba antes de tiempo porque está prohibido. Estamos limitando los derechos a ciudadanos que no estaban en ese objetivo”.
¿La sociedad está concienciada?
“El libro está dirigido a la ciudadanía para que ejerza esa presión”, señala Chinchilla. Para la autora, la sociedad está en parte concienciada y en parte no. Por un lado, señala que “todos tenemos la experiencia vivida de momentos en los que hemos necesitado que la ciudad nos respondiera de esta manera y no lo ha hecho”. Por ejemplo, desde una persona que sufre un atasco y dice que por qué la movilidad no está gestionada de otra manera a personas que han enfermado más por el covid por vivir en entornos más contaminados.
Pero por otro lado, considera que “tenemos una sociedad, concretamente la española, con una escasísima cultura de la participación”. Y e importante practicarla, porque además sino las pocas prácticas que se den no serán satisfactorias. “Tenemos muy pocas experiencias de participación satisfactorias y bien montadas. Pero sí tenemos las claves empíricas, la experiencia que todos hemos atesorado de nuestro día a día”.
¿Podría habernos enseñado algo la pandemia y servir para cambiar nuestras ciudades y su modelo? Chinchilla es optimista por naturaleza, nos dice. “La pandemia ha supuesto una concienciación sobre el valor que tiene tener espacios verdes, sobre lo difícil que es conciliar o lo complicado que es ponerte con un ordenador portátil en un lugar donde el niño pueda jugar y estar trabajando mientras le miras, es algo prácticamente imposible en un espacio público”. Y añade: “El primer aspecto de sensibilización positiva que ha traído la pandemia es que se han dejado de dibujar como factores independientes la economía, el medio ambiente y la salud. Antes parecía que cualquier inversión que se hiciera en salud o medio ambiente eran inversiones derrochadoras y sin beneficio económico. Ahora lo que hemos visibilizado es que los problemas de salud o medioambientales tienen un impacto directísimo en nuestra economía”.
Destaca la arquitecta que ahora es mucho más inteligente administrar las inversiones, organizar sociedades y ciudades “que puedan reaccionar a cosas que no podemos predecir” como una hipotética escasez del petróleo, que el cambio climático vaya más rápido de lo que esperábamos o que haya otra crisis sanitaria. “La sociedad ha visto esa conexión entre ámbitos que se dibujaban como separados. Nadie dejaría de votar a un partido que invirtiera en espacio verde o en sanidad pública, porque hemos entendido qué importancia tiene. Creo que eso es un cambio muy importante, y que se va a quedar con nosotros varios años. Y que podemos aprovechar los años siguientes”.
Otra pauta importante ha sido, según Chinchilla, que la ciudadanía, en general, ha reclamado el papel del Estado. “Se pedía que nos dijeran qué tenemos que hacer, que se pusieran de acuerdo, han reclamado una presencia pública en la ciudad. Y creo que es algo importante, porque había una tendencia a pensar que las ciudades se podían gestionar de una manera privada, por ciudadanos individuales, comerciantes, etc. Y ha habido una reclamación de organizarse, porque tenemos que ver esto todos juntos”, argumenta.
Otro cambio fundamental que se pone de relieve es “volver a valorar lo que es local, en tu barrio, lo que puedes tener a mano en 10-15 minutos andando”. “Volver a descubrir que tener a mano una oficina de Correos, un parque, un supermercado, una institución cultural, etc, te da una vida mucho mejor. Son principios muy importantes para un cambio en la ciudad. Seríamos muy irresponsables si los técnicos, los medios de comunicación y las personas que gestionan no aprovecháramos esta coyuntura en un sentido positivo”, incide.
¿Mayor cultura de la participación en otros países?
¿Existen ejemplos de otros países o sociedades donde la implicación ciudadana que reclama Chinchilla para llegar a la ciudad de los cuidados sea mayor? Aquí entran, como en otro tipo de cuestiones, los países escandinavos. “Ya desde los años 70 se producen de forma rutinaria que los niños desde el parvulario voten cómo se va a utilizar una parte del presupuesto. Ellos deciden entre todos si quieren invertir en material, juegos, actividades, etc. Piensan ya desde muy pequeños a tomar ese tipo de decisiones. Estamos hablando de niños de 4 o 5 años y ya empiezan a tomar decisiones de gestión. Eso se va extendiendo a lo largo de toda la vida ciudadana porque en su propia normativa, muchos proyectos urbanos no se pueden aprobar sin llegar a consensos con la población local”.
Esta pauta , añade la autora, se repite mucho también en Países Bajos, Bélgica o Alemania o Austria. En concreto Viena ha sido “emblemática en activar la participación en términos de urbanismo de género”. En Inglaterra también se destaca que haya mucha más tradición en lo que llaman “compromiso ciudadano”.
La participación no ocurre solo en países muy ricos, según destaca la arquitecta. En ciudades como Medellín o Bogotá (Colombia) “ha habido experiencias de participación ciudadana muy interesantes”. “En Bogotá por ejemplo está la ciclovía, de un número muy extenso de kilómetros, algunos días se convierten en lugares de encuentro social y para hacer actividades y talleres. Todo eso sucede por iniciativa ciudadana. Ese tipo de urbanismo está surgiendo en muchos lugares del mundo”.
Hacia el final del libro, en una de las conclusiones, Chinchilla advierte de que para que se introduzcan este tipo de medidas es necesario que cada ciudadano se conciencie para transformar su vida. “Me da mucha rabia cuando se habla de sostenibilidad y se dice que todo va a seguir igual, siempre intento ser técnica, porque igual que somos capaces de medir los impactos que tienen las acciones, debemos ser como portavoces más responsables. A la población hay que decírselo, todos los cambios a mejor pasan por un cierto cambio en el estilo de vida”, señala. En este sentido, un ejemplo de cambio de hábitos como dejar de consumir ternera y consumir pollo. “No es la panacea pero con unas consecuencias soberbias. En países como EEUU, si se cambiara este hábito, significaría un alivio del 41% de la presión de emisiones y de CO2 del sector alimenticio. Son cambios pequeños pero donde los ciudadanos tienen que ser conscientes de que son protagonistas. Eso ha sido una dificultad, presentar la ecología o la sostenibilidad como algo que no tiene coste, yo creo que sí o tiene en términos de estilo de vida, pero es un coste que nos va a traer unos beneficios gigantescos y no importarán los sacrificios que hayamos hecho”, insiste.
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