Uno de los asuntos que normalmente pasa desapercibido para todos los preocupados por la conservación de las especies, el mantenimiento de la biodiversidad, la ecología, el medio ambiente, la sostenibilidad, etcétera, etcétera, es el lenguaje. Vivimos en una red de comunicación tan amplia y tan intensa que, muchas veces, nos despreocupamos de usar nuestro lenguaje, el de cada país, adecuadamente, intercambiando e intercalando palabras de uno u otro las más de las veces sin entender muy bien su significado o su contenido. Hay quien opina que la primera medida a adoptar para procurar una buena comunicación es el cuidado y engrase apropiado de la herramienta necesaria: el lenguaje, o la lengua propia. Viene esto a cuento del uso indiscriminado en determinados ambientes o círculos del vocablo inglés “greenwashing”. Casi todos sabemos lo que pretende decir, pero difícilmente podríamos traducirlo a un castellano correcto. Lógico, pues el vocablo, el “palabro”, en realidad son dos: green (verde) y washing (lavar). ¿Lavar verde sería la traducción? Quizá, si nos atenemos a la literalidad. Pero en realidad, lo que entendemos por eso es algo más cercano al “lavado de cara”, expresión con la que en castellano nos solemos referir a la mejora de una apariencia guardando el fondo o el interior del asunto.
Y, bueno, ésta parece ser actualmente la práctica más extendida entre administraciones, empresas, individuos, corporaciones e instituciones en cuanto a política ambiental se refiere: se trata de dar una pátina “verde” a todas cuantas actuaciones se pueda para demostrar que se conserva la naturaleza, se defiende el medio ambiente, se impiden los atentados ecológicos, se mejora la calidad de vida de los ciudadanos, etcétera. O se trata, también, de barnizar de verde lo insostenible, lo antinatural, lo destructivo del entorno, la pura propaganda engañosa.
Así, se han publicado con reiteración en los últimos meses argumentaciones explicativas de que, por ejemplo, la energía nuclear es “limpia” puesto que no produce CO2 y, por tanto, no contribuye al calentamiento global, a diferencia de otras energías que no hace falta mencionar. También hace meses que una gran empresa energética española, léase Iberdrola, nos trata de convencer con publicidad pagada de su tremenda apuesta por las energías renovables, mientras mantiene paralelamente proyectos insostenibles.
Conozco, por demás, muy de cerca una corporación municipal que todavía no ha inaugurado un solo kilómetro de carril bici en su planísimo casco histórico y ya se ha lanzado a publicitar la creación de “vías ciclables” o “amables” por las que pueden circular al unísono biciclos y vehículos a motor: ¡Lo nunca visto! ¡Qué gran avance para la Humanidad!
Ya está uno mayor para que se le abran las carnes ante determinados espectáculos pseudopolítcos, pero eso es lo que debería ocurrir al contemplar al presidente del gobierno regional que ha dejado que miles de pozos ilegales esquilmen el agua de las Tablas de Daimiel, y las sequen, asistiendo en lugar preeminente a una manifestación en Guadalajara con la intención de impedir que el tan traído y llevado cementerio nuclear se instale en territorio castellanomanchego. Quizá que el húmedo invierno haya hecho renacer esos humedales le haya empujado ahora a luchar contra el famoso ATC.
Podría seguir con ejemplos así hasta quién sabe cuándo. Como el del ministro que defiende las subvenciones a la minería de carbón como método para impedir que siga creciendo el número de parados. O algún gran sindicalista al que he oído que no cambia la vida de una ballena por un solo puesto de trabajo, a raíz de la polémica sobre la construcción de nuevos macropuertos.
Al final, la conclusión llega por sí sola: los esfuerzos propagandísticos de muchos actores en la escena sociopolítica trascienden el significado del sajonismo de que hablaba al principio, el “greenwashing”. Van mucho más allá: son puros y duros ejercicios de cinismo. Medioambiental, sí; pero cinismo, al fin y al cabo. Es decir, ecocinismo.
Si nos ponemos exquisitos y precisos se trata de cinismo a secas, que resulta lugar común en todo a lo que derechos sociales se refiere.
La complejidad de los asuntos ambientales, unido a la mínima educación ambiental que se dispensa a las gentes, permiten que frases que incitan al delito ecológico pasen desapercibidas y anestesien las conciencias.
Olé Vidal Coy por ese estreno ecológico del lenguaje herido.
La verdad es que el tema es muy amplio y todos tenemos ejemplos para todos los gustos. Yo llevo 15 trabajando en el «medio ambiente»y he visto de todo, así que tengo claro que compromiso real con el medio ambiente hay muy poco, y al final, «la pela es la pela».
Creo que para futuras entradas, es mejor ir a temas concretos que a cuestiones generales, que al final no llevan a ninguna conclusión.
Enhorabuena por el periódico, estaremos al tanto de los artículos.
Ecocinismo: «eco» de economía, que no de ecología. Y es que los dos términos vienen de la misma raíz griega eco: Eco era la ninfa de los bosques y de las fuentes, amada por el lascivo Pan, el dios de los pastores y de los rebaños. La ninfa no correspondía a la pasión del dios flautista, pues estaba enamorada –también en vano– del bello Narciso, quien sólo se amaba a sí mismo. Un día, finalmente, se encontraron, y Narciso la miró con tanto desprecio que la ninfa dejó de alimentarse y murió. Eco se convirtió en una roca fría y dura, y desde el fondo de un valle repite hasta hoy las últimas palabras de cada frase que allí se dice.
Muy interesante el artículo. Buscaba una traducción establecida para «greenwashing». Para lo que me hacía falta me voy a quedar con el «lavado de cara ecológico» que tenía, pero me apunto el «ecocinismo» para mi uso particular.
Para Chema de La Paz: «Economía» y «ecología» comparten origen, pero no se trata del personaje «Ηχώ», sino de «οίκος», que significa «casa».