El fracaso de Copenhague se repetirá en Cancún

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Cartel de la Cumbre del Clima junto al Centro Recreativo de Cancún (México), sede del evento. / Elizabeth Ruiz (Efe)

Días antes de que se inicie la Cumbre del Clima en Cancún (México) se multiplican las señales de mal agüero para el posible resultado de esa reunión que, se supone, debe establecer mecanismos consensuados para continuar la lucha contra el calentamiento global, por más que a algunos parezca que ese combate nunca fue realmente iniciado por los gobiernos de muchos países.

El primero y verdadero signo inequívoco de que algo no marchaba bien, en cuanto al establecimiento de acuerdos reales, y no ficticios, fue en lo que podríamos llamar “previa” a la de Cancún: la Cumbre de la Biodiversidad celebrada en Nagoya hace pocas semanas. Aquí mismo se dio cuenta de que esa reunión en Japón acabó sin nada tangible que sirviera para la protección efectiva de las especies. Y digo bien “tangible”, porque declaraciones de intenciones hubo unas pocas. Pero eso no entra en otro terreno que el de la intangibilidad.

Llegamos así a los prolegómenos de Cancún, en donde se dice que se quiere evitar el fiasco de hace un año en Copenhague, y el mayor actor mundial se ha preocupado de hacer saber que puede proponer acuerdos alternativos fuera del marco de Kyoto para atajar las futuras emisiones hidrofluorocarbonos (HFC) con el argumento de que serán mucho mayores dentro de cuarenta años si no se empieza a actuar ahora y, además, su disminución permitirá seguir emitiendo CO2. Aunque esto último no está dentro del discurso oficial estadounidense: solamente se desprende de él.

La cosa está tan mal de cara a Cancún, deduzco, que Estados Unidos ya busca acuerdos al margen con los que justificar lo injustificable: el mantenimiento de la explotación y consumo de combustibles fósiles, principales generadores de CO2 y, por tanto, del calentamiento global. Ya ha habido quienes señalan con tino que mientras no disminuya radicalmente el uso de esos combustibles el Planeta seguirá calentándose. Esto no es nuevo, pero conviene recordarlo cuantas más veces mejor, porque a veces se pierde perspectiva en el fárrago de la discusión climática.

O sea que, volviendo al asunto, el Gobierno de Washington proclama a los cuatro vientos que no tiene nada claro que en Cancún se pueda llegar a algún acuerdo sobre las emisiones de CO2. Y, además, insinúa que con su “alternativa” de acuerdo, lo que pretende es poder seguir explotando y consumiendo combustibles fósiles, cuyas emisiones de CO2 compensaría, en el horizonte de cuarenta años, con la disminución de las de HFC.

Con estos planteamientos de la primera potencia mundial, que probablemente será seguida por muchos países industrializados, no me cabe en la cabeza cómo se va a convencer a los países emergentes más significativos –– Brasil, China, India…––, o a los directamente subdesarrollados y productores de petróleo de que es necesario ir pensando y avanzando en acuerdos vinculantes para disminuir las emisiones de CO2.

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