Cancún: la consagración del ecoposibilismo

En tiempos de espectáculos mediáticos como estamos, la Cumbre del Clima de Cancún no podía ignorarlo. El resultado, ya lo hemos visto: todos se olvidan del radicalismo, de pedir la luna o pedir lo imposible, de ser realistas, y se apuntan todos, menos Bolivia, al arte de lo posible, al ecoposibilismo.

Tan mal pintaba la cosa tras los tejemanejes de los poderosos que dieron lugar al fracaso en Conpenhague en 2009, que en Cancún se han conformado hasta los más críticos. “Para Greenpeace, la Cumbre de Cancún significa un paso importante en la lucha internacional contra el cambio climático, pero podría haberse ido incluso más allá si algunos países no hubieran insistido en mantener una actitud poco constructiva e intentar influenciar negativamente las negociaciones”, se lee en el reportaje sobre el final de la cumbre colgado en la página oficial de la sección española de la organización.

Cierto que inmediatamente después se desgranan las críticas –certeras, ciertas y veraces– a los países que consiguieron que se fracasara en Copenhague y que en Cancún se saliera con un acuerdo de mínimos no vinculante. Pero si, en buena lid periodística, lo primero es lo más importante, el mensaje que se transmite desde ese reportaje es un salmo al posibilismo ecológico. Que es lo que ha sido Cancún.

No obstante, lo cierto es que Estados Unidos, Japón, incluso la Unión Europea –a pesar de su autoensalzado supuesto compromiso en la lucha más firme contra el cambio climático–, China y algunos otros de cuyo nombre no quiero acordarme consiguieron crear el clima necesario –valga la redundancia, para que un acuerdo sin compromisos, sin objetivos claros– para el único resultado tangible de salvar la cara a las Naciones Unidas de Ban Ki Moon, patrocinadoras del evento. En Durban nos veremos.

De paso, la Cancillería y la Presidencia mexicana, ostentadas por Patricia Espinosa y Felipe Calderón, hosteleros de las 194 delegaciones y de los cientos de activistas y curiosos espontáneos, han conseguido certificar su papel de valedores hacia el sur de su poderoso vecino del norte, dando carpetazo al asunto y dejando a la única delegación que se opuso al acuerdo, la de Bolivia, casi con la palabra en la boca en la sesión de clausura.

Y son valedores no solamente porque lo ocurrido en Cancún, al final, da cuello a Estados Unidos para seguir maniobrando sobre el calentamiento global, sino también porque aísla a Bolivia, cuyo canciller Pablo Solón osó nada menos que pedir un Tribunal Internacional de Justicia Climática. Una osadía, sí, de la que se descolgaron hasta los países bolivarianos –especialmente Venezuela– que hacían piña hasta ahora con el Estado Plurinacional que algunos entrecomillan para estigmatizarlo.

Al final, la renovación del Acuerdo de Kioto que termina en 2012 sigue en el aire, el “fondo verde” de 100.000 millones de dólares supuestamente creado ha de ser refrendado el año próximo en Durban (Sudáfrica) y funcionaría a partir de 2020, y el objetivo de reducir en dos grados centígrados la temperatura media del planeta se fija para 2100, sin concretar un plan para lograrlo. Y todos, menos Bolivia, tan contentos con el acuerdo logrado en Cancún. Pues eso, en Durban se verá.