La izquierda mexicana, que nuclea el Partido de la Revolución Democrática (PRD), se ha enfrentado a su propios fantasmas durante este fin de semana y no ha sabido ahuyentarlos. Ésta es la lectura que se extrae de la indefinición resultante de la conferencia nacional de esa formación política que no ha sabido definirse entre la línea radical o auténtica que representa Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y la realista o pactista de Marcelo Ebrard Casaubon (MEC).
El pivote que debería decidir la cuestión en liza era la fórmula bajo la que deberá ser decidido quién será el candidato del PRD a las elecciones presidenciales de julio de 2012: AMLO o MEC, MEC o AMLO. Al final, casi 800 de los casi mil delegados a la conferencia del PRD optaron por que la cara del partido en esos comicios deberá ser decidida por “amplia encuesta”. Lo que es lo mismo que no decir nada: al final, el poderoso comité ejecutivo partidario será quien decida.
Y en ese órgano se enfrentan, con prevalencia de la opción pactista, los defensores de uno y otro. La cuestión no es baladí, habida cuenta de que AMLO perdió, supuestamente, la pasada elección presidencial de 2006 por el escaso margen del 0,56% frente al candidato del derechista Partido de Acción Nacional (PAN) y presidente desde entonces Felipe Calderón Hinojosa.
Desde mediados de 2005, el aparato panista, que gobernaba los Estados Unidos Mexicanos desde 2000 con Vicente Fox de presidente, intentó impedir con triquiñuelas legales que AMLO, popularísimo gobernador de la Ciudad de México (Distrito Federal, DF), fuera candidato. No lo consiguieron y López Obrador, natural del suresteño Tabasco, dio el salto a la candidatura presidencial del país con grandes expectativas.
De hecho, se cumplieron. Pues AMLO solo salió supuestamente derrotado por el 0,56% de los votos emitidos en un recuento controvertido y salpicado de la misma lacra que ha estigmatizado el sistema mexicano desde hace medio siglo: manipulación, opacidad, quizá tergiversación de los resultados. El ex gobernador del DF no acató el resultado y se autoproclamó “presidente legítimo” del país ante cientos de miles de seguidores en la plaza principal de la Ciudad de México, el Zócalo, en tanto que Felipe Calderón hacía lo propio en la cámara de diputados federal.
Ese empecinamiento en no aceptar el estrecho margen que le negó la victoria y su persistencia en recorrer desde entonces los más de 2.000 municipios mexicanos proclamando su verdad obra en contra de AMLO ahora. Los poderes fácticos, es decir, financieros, mediáticos, eclesiásticos, militares y políticos, que se aliaron contra él en 2006, lo desprestigian por su supuesto “radicalismo”, “populismo”, “chavismo”, incluso “castrismo”.
Entretanto, Marcelo Ebrard, que sustituyó a López Obrador al frente de la gobernaduría del DF, se ha ganado a pulso una buena imagen de político moderado y buen gestor y viene siendo apoyado como candidato de futuro a la presidencia del país por las corrientes establecidas dentro del PRD. Y eso a pesar de que López Obrador tiene muy bien movilizadas a sus bases populares gracias a su periplo constante de cinco años por todo el país y que le ha llevado a constituir el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), que será oficializado a principios del próximo octubre.
Así las cosas, la conferencia nacional del PRD ha sido incapaz de decidir este fin de semana de una forma clara la manera de elección de quién será el candidato a las presidenciales de 2012, más preocupada de evitar una ruptura interna que de otra cosa. Porque si algo parece claro hoy entre la clase política mexicana de izquierda es la necesidad de evitar el retorno al poder central del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó durante setenta años hasta el 2000.
En esto coinciden el izquierdista PRD y el derechista PAN, que agota desastrosamente su segundo sexenio bajo la égida del presidente Felipe Calderón. Precisamente, una de las líneas de fricción entre los partidarios de AMLO y los de MEC es la política de alianzas para frenar al PRI, que ya gobierna más de 20 de los 32 Estados Unidos Mexicanos.
Sectores partidarios de Ebrard auspician que cualquier fórmula puede ser admisible con tal de frenar el retorno del PRI, cuyo único candidato, Enrique Peña Nieto, pretende ser una versión aceptable y nueva de la vieja formación que dominó –y envilecíó, según algunos– la política mexicana durante largo tiempo. Mientras, el PAN, casi consciente de su próxima derrota, se debate entre cinco precandidatos, sin consenso aparente.
Los apoyos de López Obrador, sobre todo sus bases populares, rechazan cualquier acuerdo con el derechista PAN para ganar al PRI, recordando lo que para ellos fue el fraudulento recuento de votos de 2006 que dio la presidencia a Felipe Calderón, cuyas políticas derechistas de confrontación y de neoliberalismo económico a ultranza tienen postrado al país. Y poniendo encima de la mesa que la política de guerra total militar al narcotráfico emprendida por el actual mandatario arroja a día de hoy un resultado de unos 50.000 muertos.
El problema es que un enfrentamiento abierto entre Ebrard y Obrador, o entre Obrador y Ebrard, regalará el poder absoluto a un PRI que se pretende renovado y redivivo con la imagen de Peña Nieto. Y eso es lo que la conferencia del PRD no ha sabido resolver este fin de semana, a pesar de los miedos al otrora todopoderoso y autoritario partido institucional.