Río+20: el problema no es el desarrollo sostenible sino el decrecimiento ineludible

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Protestas contra la política medioambiental del gobierno de Brasil, que acoge desde hoy mismo la Conferencia de la ONU para el Desarrollo Sostenible. / Santi Carneri (Efe)

Las ideas, cuando son nuevas, resultan revolucionarias. Hasta que el sistema las asimila tergiversando su sentido original o utilizándolas a su conveniencia, es decir, despojándolas de su sentido subversivo. Eso ha pasado históricamente con el sufragio universal, el voto femenino, la jornada de ocho horas, la ley de plazos para el aborto, el matrimonio homosexual o... la sostenibilidad medioambiental.

En esa lógica de asimilación se inicia el 20 de junio la reunión Río+20, con el desarrollo sostenible como mantra asumido y asumible por todos los poderes políticos, económicos, financieros y reales. Lo que no quiere decir, en absoluto, que sea un principio que inspire la práctica diaria de quienes toman decisiones por el bien de la comunidad por la que velan o a la que dicen representar.

La conferencia mundial que empieza hoy se llama así porque hace veinte años se celebró una reunión pionera en su época que planteó la necesidad del giro de las políticas mundiales hacia la sostenibilidad medioambiental. El objetivo era conseguir el desarrollo sostenible, o “sustentable” como dicen al otro lado del charco usando un anglicismo cada vez menos discutible.

Para muestra de la asimilación de ideas antaño innovadoras, por no decir revolucionarias, un botón. Solo un mes antes de la fecha de hoy, uno de los gobiernos adalides de la sostenibilidad aprobó un nuevo “Código Forestal” que permite la continuación de la explotación maderera en la Amazonia a pesar de la oposición de indígenas y organizaciones ecologistas.

Sí, lo han adivinado, el protagonismta de esta historieta es el gobierno de Dilma Roussef, presidenta de Brasil, que acoge la gran reunión que empieza hoy y cuyo nombre oficial es “Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible”.

Sirve el caso como paradigma de otros muchos en los que observamos la asimilación interesada de ideas que anteriormente servían de revulsivo del poder establecido. Tomemos el billete de vuelta a Madrid y leamos el comunicado con el que Greenpeace ha saludado, en vísperas del inicio de Río+20, las políticas del Gobierno de Mariano Rajoy, cuyo partido es supuesto valedor de la sostenibilidad medioambiental como se puede constatar en la multitud de declaraciones desde La Moncloa, los ministerios implicados en el asunto, municipios controlados por el PP o diputaciones, comunidades autónomas, cabildos y cuantos organismos veamos en manos de ese partido. Y no hace caso de alternativas que se  proponen.

Pero nadie, en ninguna parte del mundo desarrollado o en vías de estarlo, va a la zaga de nuestro PP. La sostenibilidad se ha convertido en un mantra con el que se justifican las políticas ambientales que autorizan la reactivación de las centrales nucleares en Japón, el cambio de la Ley de Costas que se planea en España, la deforestación “controlada” de la Amazonia brasileña, el inicio de la construcción presas hidroelécticas en el Aysén chileno y tantos otros proyectos.

Aumenta el número de voces que critican desde dentro que los países emergentes reproducen con fruición creciente las políticas ambientales falsamente sostenibles, o sustentables, de los desarrollados que, antes de la actual crisis sistémica, les transferían sus políticas. En una reciente conferencia preparatoria de Río+20, Marcia Andrews, representante de la organización surafricana People's Dialogue, aseguró que “ninguno de los BRICS (Brasil, China, India, Rusia y Suráfrica) tiene un historial de desarrollo sostenible limpio”.

Ni tampoco un presente, como muestran las políticas nacionales mencionadas u otras que se podrían citar de Rusia, India o China. El problema es que, abocado como está el mundo desarrollado a una disminución obligada de su actividad económica por la crisis sistémica, los objetivos y las políticas se “transfieren” obligatoriamente a los que sueñan por llegar al nivel de los primeros.

En ese contexto, el desarrollo sostenible sirve de coartada para exportar, es decir, reproducir, los modelos ambientalmente insostenibles que ya no es posible mantener en Europa o América del Norte. Y mientras se propone la vuelta al crecimiento insostenible –aunque no se le apellide así– como salida a la crisis sistémica no se repara en que sólo el decrecimiento del consumo de recursos y de bienes será el instrumento capaz de romper la espiral autodestructiva.

El problema, pues, ya no es el desarrollo sostenible, sino crecer ordenadamente. Esto último significa, hoy por hoy, decrecer: rebajar el nivel de explotación de los recursos y disminuir el consumo en la parte del mundo que tiene acceso a él. Añadida a eso como cuestión capital está la necesaria aceptación por los países emergentes de no seguir la senda marcada por los desarrollados. Cosa harto difícil de explicar en buena parte de África y Asia, donde la seguridad alimentaria, la garantía de subsistencia, sigue siendo asunto primordial en la segunda década del tercer milenio. Necesitamos volver a innovar para no cargarnos el planeta.

2 Comments
  1. inteligibilidad says

    Yo en el titular cambiaría la palabra «problema» por «solución».

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