Peña Nieto, presidente: cambia el inquilino de ‘Los Pinos’, ¿cambian las políticas?

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Peña Nieto (cuarto por la izda.), junto a gobernadores del izquierdista Partido de la Revolución Democrática, durante un acto celebrado el pasado 24 de octubre en el que anunciaron la asistencia a su toma de posesión, pese a que el líder de su formación, López Obrador, no haya reconocido la victoria del candidato del PRI. / Prensa EPN /Efe)

Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), será oficialmente presidente en ejercicio de México a partir del 1 de diciembre, tras su victoria electoral del 2 de julio, sin que a un mes vista de su toma de posesión se vislumbren signos claros de que la política mexicana cambiará de acuerdo con la nueva imagen de modernidad y eficiencia que pretende tener el nuevo ocupante del palacio de Los Pinos.

La primera preocupación de los mexicanos es la violencia ligada al narcotráfico. El presidente saliente, Felipe Calderón, del Partido de Acción Nacional (PAN), deja una herencia de 65.000 muertes en su sexenio –41.000 según recuentos oficiales–, producto de su declarada guerra a los carteles, que no ha hecho sino incrementar la inseguridad en todo el país, favorecida por el incensante contrabando de armas ligeras y pesadas desde Estados Unidos gracias a la permisividad al respecto que se da al norte de la frontera común.

Durante su reciente gira europea, el nuevo presidente dijo en España que cambiará la estrategia de Calderón y, a los dos días, aseguró en el Reino Unido que se ha sobredimensionado el alcance de la narcoviolencia en México. Poca concreción, en cualquier caso, sobre cómo piensa afrontar el regalo envenenado que le deja su antecesor, a quien incluso dentro del PAN ––por ejemplo, su predecesor en la presidencia, Vicente Fox–– se le ha criticado hasta la saciedad su intento de acabar la violencia de los carteles implicando al Ejército y a la Marina en la lucha antidroga. El resultado a la vista está en los cementerios.

Lo único claro que dijo el presidente entrante fue en campaña electoral, en abril, cuando prometió crear una nueva “gendarmería nacional” para combatir el gran problema mexicano. Desde entonces, y una vez ganadas las elecciones, no ha vuelto a mencionar el asunto. Solamente se ha sabido un plan a un año vista de la actual administración de Calderón de sacar de la policía a 65.000 elementos “no aptos”, tantos como muertes violentas atribuyen observadores independientes a su acción de gobierno.

Otro signo de que todo puede seguir igual ha sido el intento hasta ahora exitoso de los diputados del PRI de evitar que una nueva normativa sindical obligue a esas organizaciones a clarificar sus cuentas y contar públicamente, entre otras cosas, de dónde obtienen sus fondos y cómo y en qué los emplean, así como cuáles son los procedimientos internos para elegir a las cúpulas sindicales.

A favor de esa clarificación se mostraron el derechista PAN, que acaba de perder la presidencia tras dos sexenios y el izquierdista PRD, que es la mayor fuerza opositora en la Cámara de Diputados. Ambos saben, como todo el mundo en México, que gran parte de la fuerza política que el PRI ha mantenido en esos doce años derechistas y que fue la que tejió durante sus setenta años de presidencias consecutivas se entronca con unos sindicatos clientelares y corporativos, engranados precisamente en la maquinaria clientelar y de corruptelas instrumentada tanto por el aparato del PRI como por las dirigencias gremiales.

Al PRI, de cuyo núcleo duro Peña Nieto es un cualificado exponente aunque con imagen de juventud y liberalidad, le importa más, según se ha visto en los debates, flexibilizar la normativa laboral de contrataciones y despidos. Bastión para mantener prietas las filas priístas ha sido Fabio Manlio Beltrones, actual coordinador del grupo parlamentario priísta y hombre fuerte del aparato del partido.

Esa postura liberal en lo sindical es coherente con la exhibida por el nuevo presidente en su reciente gira europea ––España, Francia, Italia, Reino Unido...––, en la que ha ofrecido abrir todavía más la economía mexicana a las transnacionales. Y, significativamente, ha ido dejando caer la posibilidad de que la estatal Pemex, pilar clave de la economía, acepte participaciones de capital extranjero, con gran escándalo de la izquierda mexicana.

Además, en una economía con un alto porcentaje de informalidad, es decir, “sumergida”, y con una gran proporción de empleados en condiciones precarias, la liberalización de las normas laborales que pretende el PRI puede ser contraproducente, a tenor de los resultados hasta ahora registrados y según puso de manifiesto el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) hace unos meses.

Con estas perspectivas no es de extrañar que algunos analistas otorguen un sentido de continuidad a la presidencia en ciernes con respecto a la que acabará en un mes. La diversa y nuevamente dividida tras las elecciones izquierda mexicana parece coincidir al menos en un punto: el sexenio de Peña Nieto será continuación del de Felipe Calderón. Cambia el inquilino del palacio de Los Pinos, pero poco variarán las políticas.

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