MÉXICO DF.– El inicio oficial del sexenio presidencial en México de Enrique Peña Nieto (EPN, PRI), el sábado, revela cuáles serán probablemente las dificutades y características de su periodo al frente del país, con capas sociales y políticas en abierta disconformidad y un establishment que parece cada vez más agrupado en torno a la nueva dirigencia del país ya instalada en la residencia oficial del Palacio de Los Pinos.
Los graves disturbios protagonizados por grupos extraparlamentarios en el centro del Distrito Federal, como muestra de disconformidad con la vuelta del PRI al poder, muestra que hay sectores de la población muy enojados con la posible reimplantación de las viejas formas que conformaron a ese partido como un auténtico poder omnímodo por encima incluso del Estado en sus anteriores setenta años de gobierno (1930/2010). Por más que ya el domingo se pretenda circunscribir correctamente el alcance social de la protesta a grupos marginales de carácter anarquista, no se puede ignorar la enorme desconfianza que suscita el regreso al poder del viejo dinosaurio político mexicano, aunque su actual cabeza visible ofrezca una imagen juvenil y de renovación.
Precisamente desde los sectores juveniles más críticos representados por el movimiento #YoSoy132, equiparable al español 15-M, han venido las críticas más acendradas a la forma sucia en que el PRI ganó claramente las elecciones de julio pasado, utilizando presupuestos electorales fuera de control y palancas inductoras del voto en colaboración con grandes firmas comerciales. Críticas compartidas con los seguidores del candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien ya se ha desvinculado de esa formación política para dar a luz su nuevo partido hace apenas una semana, el Movimiento de Regeneración Democrática (Morena), en disidencia insalvable con la domesticación acrítica del PRD en los meses transcurridos desde los comicios.
Miles de partidarios de uno y otro movimientos críticos se manifestaron pacíficamente el sábado contra la asunción de EPN al poder tanto en la capital mexicana como en otras capitales de estados. #YoSoy132 tuvo que aclarar a media mañana de ese día, a través de las redes sociales, que su protesta no estaba convocada junto al Palacio congresual de San Lázaro, donde se inició la violencia, sino en el Zócalo capitalino, ante los primeros indicios de que los medios del estrablishment inciaban ya tan temprano su intento de criminalizar al movimiento. Morena había convocado por su parte su manifestación de protesta en la Plaza del Ángel de la Independencia, a varios kilómetros de distancia de los escenarios de los disturbios.
El mismo domingo, al día siguiente de la toma de posesión presidencial, se ha producido la primera gran reacción en bloque de los representantes políticos del sistema ante las disconformidades pacíficas y violentas registradas el sábado. A primera hora de la mañana se anunció la firma a las 13 horas de un gran acuerdo nacional, el llamado Pacto por México, para intentar sacar al país del marasmo en que lo deja el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa (FCH, del Partido de Acción Nacional, PAN), quien lo más suave que escuchó ayer en la toma de posesión de su sucesor fue: “¡Que Dios te perdone!”.
Ese pacto pivota sobre “cinco grandes acuerdos: 1. Sociedad de Derechos. 2. Crecimiento Económico. 3. Seguridad y Justicia. 4. Transparecia, Rendición de Cuentas y Combate a la Corrupción. 5. Gobernabilidad Democrática”, según el texto de 33 páginas que inicialmente iba a ser firmado el 30 de noviembre en el Teatro de la República de Querétaro (centro del país), escenario del Congreso Constituyente de los Estados Unidos Mexicanos (diciembre 1916/enero 1917), porque el PRD se negó a hacerlo porque “no había condiciones” antes de la toma de posesión de EPN.
Hay que deducir que el discurso del posesión del nuevo presidente, que incluye 13 puntos programáticos que añadir al realmente muy detallado Pacto y que ha sido recibido muy benevolentemente por analistas políticos, ha acabado de convencer al PRD y convertirlo de momento en la “izquierda responsable” que el establishment mexicano y transnacional opinaban que no era bajo el liderazgo de AMLO. Desvinculado éste de la izquierda domesticada en que se ha convertido el partido escindido por Cuautehmoc Cárdenas del PRI, el partido se suma al mainstream político mexicano y su portavoz niega que se difumine su carácter.
Quien lea tanto el texto del Pacto por México como el discurso programático presidencial puede concluir que, efectivamente, hay lugar para la esperanza tras el “calderoniano” desastre en que el segundo presidente del PAN deja México. Pero la imagen de Peña Nieto no es, hasta el momento, motivo que infunda ese mismo sentimiento, según una encuesta publicada el domingo por el nada sospechoso diario Reforma. Y eso es así porque el nuevo presidente llega a la cúspide muy lastrado tanto por su propia procedencia personal sociopolítica como por la imagen que su partido, el PRI, sigue teniendo en la sociedad mexicana, pues no hay que olvidar que, aunque fuera de la Presidencia durante los dos sexenios que la ha ostentado el PAN (2000-2012), ha seguido gobernando en al menos 20 de los Estados Unidos Mexicanos, sin que la población haya observado ruptura con las prácticas viciosas de sus siete décadas de poder federal ininterrumpido.