Hace ya algún tiempo, un lustro al menos, que resulta frustrante y desesperante escribir cada año por estas fechas sobre la anual Cumbre del Clima (COP). Desde que en 1997 se comenzó a concretar el Protocolo de Reducción de Emisiones en la reunión de Kioto (Japón), solamente se ha conseguido a efectos reales la firma de ese acuerdo, de objetivos muy modestos, que debe ser renovado de cara a 2020.
Sorprende, mirándolo fríamente, la irresponsabilidad de los gobiernos de todo el mundo ante la evidencia de que si no se continúa reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero se superará el aumento medio de dos grados de la temperatura del planeta antes de que se alcance la mitad de este siglo.
Sorprende igualmente o más que, a pesar de que la reciente catástrofe de Filipinas ––un día antes del inicio de esta COP-19 en Varsovia (Polonia) –– es adjudicada sin rodeos a los efectos del cambio climático derivado del aumento de emisiones, esta cumbre haya tomado a beneficio de inventario los más de diez mil muertos causados por el tifón Haiyan en Taclobán.
Sorprende ya hasta el límite de lo imaginable no sólo que esta COP-19 se haya celebrado en un país como Polonia que se aferra a seguir produciendo el 90% de la energía que necesita con carbón, el combustible fósil más contaminante, sino que también, coincidiendo con esta reunión, Varsovia ha acogido otra cumbre internacional para defender el uso de... ¡el carbón!
Claro que el objeto de esa Conferencia Internacional del Carbón, promovida por la Asociación Internacional del Carbón, era estudiar tecnologías para un uso más ecológico de ese combustible fósil. La cuadratura del círculo, vamos, pues de todos son suficientemente conocidas las propiedades “ecológicas” de los gases derivados de la combustión del carbón.
El esperpento llegó a su culmen con la manifestacióno organizada por el sindicato Solidaridad paralelamente a ambas reuniones para reinvidicar el mantenimiento de la extracción de carbón como fuente principal de energía en Polonia. Una muestra más de que la demagogia y la falta de elaboración de alternativas siguen siendo moneda de uso común en el seno de algunas organizaciones sindicales cuando se abordan problemas relacionados con el medio ambiente. Todavía hay, aunque estén en franco retroceso ante la evidencia, quienes optan por “mantener un puesto de trabajo antes que salvar a una ballena”. En vez de plantearse, aunque sea a medio plazo, la sustitución gradual de la sucia energía del carbón por la implantación de las renovables.
La elección de Varsovia como sede de la COP-19 ya fue de por sí controvertida, habida cuenta de que el Gobierno del liberal Donald Tusk se dedica a boicotear dentro de la Unión Europea cualquier intento de hacer avanzar las políticas y la directrices ambientales. Aliado con Solidaridad ha conseguido desvirtuar totalmente la cumbre. No se podía esperar otra cosa, pues la práctica de las conferencias intergubernamentales indica que es el anfitrión, usualmente, quien hace de muñidor de acuerdos y, también habitualmente, es el actor más interesado en que estos tengan el mayor alcance y trascendencia posible.
No ha sido este el caso. A eso se debe el abandono de la cumbre, el jueves, con cajas destempladas de cientos de militantes de las ONG ambientalistas más fuertes (Greenpeace, WWF, Amigos de la Tierra, etc.) en la que eran meros observadores ante la evidencia de que, además de los polacos, la mayoría de representantes gubernamentales no están de hecho por la labor de sustituir el Protocolo de Kioto por otro más avanzado que entre en vigor en 2020.
Así que todo indica que seguiremos haciendo equilibrios en la cuerda floja ambiental a la espera de que el temido aumento medio de dos grados en la temperatura del planeta nos haga caer al abismo. Porque estamos sin red, como bien mostraron los sonados fracasos de las COP anteriores en Catar (2012), Durban (2011), Cancún (2010) y Copenhague (2009), en las que ya se vino planteando la necesidad de renovación y mejora del acuerdo de Kioto, que debería alcanzarse en la COP de París de 2015. La reunión del año próximo en Lima será la penúltima oportunidad, por ser optimistas. Allá, al menos y en principio, se contará con la ventaja de que el organizador no será un gobierno como el polaco decididamente opuesto a cambiar sus perniciosas estrategias energéticas y medioambientales por la implantación de energías renovables.
Pues la alternativa que se plantea a medio plazo el ejecutivo liberal de Donald Tusk es sustituir parcialmente el carbón como principal fuente energética por centrales nucleares y la extracción de gas y petróleo de esquisto: el fracking. Y lo lleva muy avanzado, en la línea de los intereses de las grandes transnacionales y de las políticas de otros gobiernos conservadores europeos como el de Reino Unido. Al que sigue España.