España, un ‘enigma histérico’ (El legado de Rajoy)

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Francisco Serra

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Mariano Rajoy atiende a los medios de comunicación en un reciente viaje a Bruselas. / Efe

Un profesor de Derecho Constitucional empezó a redactar su testamento. Alcanzada cierta edad, es conveniente anticiparse a la visita de 'la vieja dama' y dejar consignadas por escrito las 'previsiones sucesorias'. También hay personas que, en la juventud, al caer enfermos, confeccionan meticulosas listas de objetos que desean legar a sus seres queridos. Un amigo del profesor contrajo una grave tuberculosis sin haber aún cumplido los veinte años y, en el curso de su convalecencia, llegó a concluir, de su puño y letra, más de una treintena de testamentos, en los que otorgaba a sus allegados todos los bienes y la belleza del mundo.

El profesor, sin apenas bienes ni dinero en el banco, lo más que podía dejar a su hija era una vivienda sometida a una hipoteca, aún sin saldar por completo, y varios miles de libros, acumulados durante toda una vida de estudio con la esperanza de disponer, algún día, del tiempo suficiente para leerlos. El estado de sus cuentas, meditó el profesor, guardaba cierta semejanza con el de la nación, en almoneda y con una cultura más almacenada que vivida.

Quizás, reflexionó el profesor, Rajoy también estaría ahora inmerso en la redacción de sus últimas voluntades políticas, ante el más que probable término de su etapa al frente del gobierno. En los últimos días, algunos ministros habían intervenido ante la opinión pública reivindicando el “legado de Rajoy”, sin dase cuenta, tal vez, de que, al utilizar esa expresión, reflejaban la escasa confianza que tenían en que pudiera revalidar su mandato.

Algunos piensan que la gestión de las finanzas en esta época de crisis es el principal mérito del todavía Presidente, pero el repunte de la actividad económica no ha favorecido más que a unos pocos. La clase media parece haberse escindido, de modo irremediable, entre aquellos sectores que han podido bandear la crisis y han redescubierto la 'alegría de vivir' y los que han visto cómo su situación se ha tornado precaria y se mueven entre el paro y el trabajo eventual.

Vuelven a llenarse lujosos establecimientos en los que es casi imposible concertar una reserva y surgen nuevos negocios para satisfacer el gusto de esa clase media alta, que ansía aprovechar el momento y celebrar su despegue de aquellos advenedizos, ¡ilusos!, que creyeron pertenecer a ella y ahora se han visto condenados a las duras condiciones de las clases trabajadoras.

Mas no es solo la economía de la 'desigualdad' la que emborrona el legado del actual Presidente del Gobierno, sino por encima de todo su incapacidad para resolver la articulación política del Estado. Su negativa a emprender cualquier reforma constitucional, cuando aún había tiempo, ha llevado al país a una crisis de la que casi es imposible descubrir la salida. Hasta ahora podía haber, y las había, profundas diferencias entre las distintas formas de entender y gobernar la nación, pero en este momento es la propia idea de España la que se convierte en problema.

Al profesor le habían invitado, como siempre a comienzo de curso, a asistir a un seminario organizado por un grupo de profesores progresistas que, en años anteriores, habían reflexionado sobre la globalización, la crisis del capitalismo y las vías de transformación social. En esta ocasión, por el contrario, se iban a dedicar a indagar en la historia de España las causas del malestar actual. Para quienes siempre habían defendido la necesidad de una revolución pacífica (y que eran más partidarios del “internacionalismo proletario” que de la “regeneración nacional”) suponía un cambio radical. Alguno de ellos viajaba con frecuencia a Cataluña, por razones familiares, y había observado, con alarma, el auge del independentismo y la utilización descarada, para propagarlo, de los medios de comunicación oficiales.

En una reunión con amigos, todos ellos votantes de partidos de izquierda, el profesor había advertido, con sorpresa, cómo algunos contemplaban, con completa naturalidad, un posible envío de las tropas si se producía un intento de secesión (“El Gobierno, ¡algo tendrá que hacer!”). El que se planteara siquiera esa posibilidad, le parecía al profesor una muestra de la gravedad de la situación.

Se ha dicho que los Estados europeos entraron como sonámbulos, sin saber bien lo que hacían, en la Gran Guerra y algo similar podría decirse de los líderes políticos nacionales que nos arrastran, histéricos, hasta el borde de un abismo casi imposible de eludir. España parece haberse convertido en un 'enigma histérico', podríamos afirmar, parafraseando el título de la obra magna (y muy discutida) de un gran historiador.

Histeria del President de la Generalitat de Catalunya acudiendo a declarar arropado por cientos de alcaldes provistos de su bastón de mando. Histeria de los Tribunales que reaccionan, airados, ante el atentado a una independencia no siempre defendida por ellos con la misma energía. Histeria de los políticos que se refugian en el bailoteo y las querellas electorales en vez de propiciar un arreglo. Histeria de los pseudointelectuales que contribuyen a enconar el enfrentamiento en vez de alumbrar nuevas fórmulas de convivencia.

Entretanto, Rajoy ha sido incapaz de emprender una auténtica negociación política y se ha limitado a amenazar con el empleo de armas jurídicas (previas, quizás, al recurso a la pura fuerza), sin reparar en los propios límites de un Estado de Derecho, más eficaz cuando no debe recurrir a fórmulas excepcionales.

Cada vez se hace más claro el verdadero 'legado de Rajoy': la 'nación devastada', ante la perpetua dilación en afrontar un problema cada vez más difícil de resolver, la refundación de la 'nación política' (para la que el Derecho no es más que un instrumento), que sea un proyecto de futuro y no solo un resultado de las circunstancias históricas pasadas.

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