Navideña

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Miguel_Sánchez_OstizDel espíritu navideño no sé si es mejor huir a la carrera o echarse en él con los brazos abiertos, admitir la tregua generalizada por muy dudosa que esta resulte, y sobre todo no ser cicatero con los gozos ajenos aunque esto sea de todos los días. La Navidad, como los toros, tiene sus detractores feroces y sus incondicionales fervorosos y militantes; puedes estar un rato con unos y otro con otros: "A medida que envejecemos, todos caemos en la tentación de censurar los placeres de nuestros prójimos", dice Robert Louis Stevenson en esa emocionante lección de ética que es su Sermón de Navidad, escrito en sus días de Vailima, los de la vida. Paciencia pues. Días de la luz nueva estos y de agua también nueva enseguida, los de Jano, el de las dos caras y las dos llaves... ¿Y eso a quién se lo cuentas en este siglo de horrores? Pues no sé, la verdad. No sé qué andaría escribiendo si no tuviera nada.

Días de tregua convencional y de píos deseos para acabar el año, entre el Dickens de la infancia, el Stevenson de la madurez y el "Gracias a la vida que me ha dado tanto...", de Violeta Parra, antes de que se fuera de propia mano, algo de lo que te acuerdas cuando puedes perder la vida por las buenas, pero que al día siguiente olvidas: "Esa cara sonriente, tan fácil de ensombrecer y tan difícil de volver a iluminarse", sigue Stevenson en su sermón.

Con píos deseos para acabar el año o para empezarlo aceptemos la convención de la tregua invocando ese atender "al mundo/de otro modo mejor, menos intenso", del que hablaba Gil de Biedma en unos de sus poemas póstumos, y meditemos "a las horas tranquilas de la noche", que una vez finalizado el alto el fuego, las urgencias y graves carencias vitales, los enconos y sus protagonistas regresarán con renovados bríos al escenario. En eso pocos engaños caben.

Unos vuelven a casa por Navidad y otros no lo hacen porque no pueden y están lejos, y no precisamente por apertura de miras y espíritu emprendedor, como dice un ministro. Basta escuchar a los interesados para saber de qué va ese asunto de la emigración entusiasta, pero eso nunca, se prefiere dictar, arengar, sermonear; escuchar, poco o mejor, nada. En este país la visión de las cosas de quien tiene una vida acomodada y el poder en su mano difiere de manera grotesca de quien no tiene ninguno de los dos. En este país, una marca de chacinería no duda en utilizar la confrontación social y vital, edulcorándola a nivel de caricatura sentimental, como motivo publicitario para vender embutidos y al Borbón le hacen decir que no hay que abrir heridas cerradas ni agitar viejos rencores, cuando la triste realidad es que esas heridas a las que su discurso navideño ha hecho referencia nunca han sido del todo cerradas –no mientras no se anulen todos y cada uno de los procesos militares, por ejemplo, o se arbitre una búsqueda y apertura oficial de fosas– y por lo que respecta a los rencores, renovados a diario, vamos servidos. Basta asomarse a las redes sociales y a los periódicos que les bailan a ellos el agua.

Esos píos deseos son los que les gustaría lograr a quienes escriben el bochornoso discurso, nada que ver con lo que se vive y padece a diario, en esa calle en cuyo nombre hablan con desvergüenza. Por lo visto, abrir heridas es dar satisfacción a quienes buscan a los suyos o cumplir las reclamaciones y recomendaciones de Naciones Unidas que un año tras otro denuncian la actitud del gobierno español con relación a la memoria histórica y a otras deficiencia democráticas graves.

¿Tiene importancia lo dicho por el monarca heredero del franquismo? Poca, es pura decoración navideña, como la zambomba, los polvorones de Estepa o ver a carcajadas feroces Plácido, de Berlanga. ¿Merece la pena rasgarse las vestiduras con la arenga del monarca? No mucho, en la medida en que  a lo largo del año sobran ocasiones y motivos para irritarse con esas mismas manifestaciones y otras parecidas y sobre todo peores que vienen directamente no del estafermo real, si no de la casta política que le escribe sus discursos. No sé cómo, pero en esos discursos navideños, asuntos de verdad graves acaban en simplezas. La realidad del país está muy lejos del numerito real que hay que acatar con devoción aunque enoje y suene a manual de autoayuda o arenga de exploradores. Por el contrario, la entusiasta y admonitoria parrafada está demasiado cerca de la visión política de la realidad social que quiere imponer el gobierno con ayuda de sus secuaces, los trileros electorales. No, este es un país resquebrajado en sus estructuras sociales y en sus instituciones, el recurso a la ley no puede hacernos olvidar que esta tiene dos medidas, y que mientras a unos se persigue a otros se deja actuar con total impunidad. ¿Convivencia? Ya no sé a qué se refieren, porque si tomo como medida el tono de la redes sociales o la camorra de la prensa afín al régimen, veré que no lo hacen a nada muy diferente a la disciplina del banderín de enganche, al que uno dé voces y los demás acaten lo que se les ordene. Quien ha escrito el sermón de Navidad de la monarquía no ve necesidad alguna de cambio social, porque cuando apelan a la estabilidad política, apelan a la pervivencia del régimen del que son artífices y beneficiarios... pero todo esto, mañana, es decir ayer mismo, hoy todavía parece cosa de broma y no lo es.

(*) Miguel Sánchez-Ostiz es escritor y autor del blog Vivir de buena gana.
1 Comment
  1. Y más says

    En las redes sociales hay odio por todas partes, sale el país cainita que es a veces España, sin importar ideología o partido.

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