Pitar o no pitar, ‘that’s the…question’?

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El rey Felipe junto al presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, y el lehendakari Íñigo Urkullu  durante la interpretación del himno al inicio del partido de la final de la Copa del Rey de fútbol. / Toni Albir (Efe)
El rey Felipe junto al presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, y el lehendakari Íñigo Urkullu durante la interpretación del himno al inicio del partido de la final de la Copa del Rey de fútbol. / Toni Albir (Efe)

Saltando de tertulia en tertulia, cayendo una y otra vez, inevitablemente, en el campo minado de tópicos de la pitada en el Camp Nou. Personalmente me pone de los nervios (aunque en casi todos los casos lo encuentre legítimo) oír a alguien defender el tema en nombre de la libertad de expresión. Me consta que esa defensa puede hacerse desde la buena fe. Tanta buena fe o más (incluso aderezada con cierto alioli de conocimiento de causa…) como la que me hierve a mí en el pecho cuando digo que estoy segura de que hubo gente en el estadio que pitó al himno…porque no se atrevió a no hacerlo.

¿De verdad te lo crees?, me pregunta un troll impertinente en la red.

¿De verdad lo dudas?, le preguntaría yo si tuviera cara que dar y ojos a los que mirar.

Y para muestra, no ya un botón ni un simple argumento teórico, sino un pedazo de vida, vida, sacada de mi biografía y de mis entrañas.

Corría el año 2003 cuando yo, que ya vivía en Madrid pero todavía trabajaba en y colaboraba con un montón de medios de comunicación catalanes y catalanistas, fui invitada a un concierto de gala en el Liceu, creo recordar que organizado por Catalunya Ràdio. Yo que acababa de echarme novio madrileño vi la ocasión de oro de presumir: me lo llevé puesto a Barcelona y al Liceu. Rumbosa que es una.

Todo iba a pedir de boca. Entradas buenísimas, de palco. Todo a rebosar de famosos y de autoridades, muchos de los cuales me habían saludado con simpatía en la puerta. Con Joan Laporta, entonces presidente del Barça, no alcancé a saludarme porque le vi muy de lejos. Pero le conté a mi chico cómo Laporta me había intentado meter mano al culo una vez que vino a presentar en sociedad una peña barcelonista en el Congreso y el efecto fue el mismo. Mi chico se quedó pasmado del nivel al que yo me codeaba, así fuese con los glúteos.

Tomamos asiento en nuestras localidades, resuena el venerable ñiguiñogui de instrumentos musicales afilando sus dientes que precede a todo concierto. De repente Laporta se pone en pie, airoso, en el palco central. Suelta un encendido discurso en catalán. Yo traduzco sobre la marcha a toda pastilla para que mi chico se entere. Hacen falta todas mis habilidades, que ciertamente son muchas, porque además el florido verbo del presidente culé rebosa de guiños y de contexto. Por ejemplo cuando insta a la concurrencia a abrir boca de la noche poniéndose en pie para cantar Els Segadors. “Els Segadors es el himno oficial de Cataluña”, informo a mi chico casi sin respirar, “ya verás, parte del público se pondrá ahora en pie para cantarlo”. Me basaba en mis experiencias previas en toda clase de actos de aquel tipo. Mi chico, inescrutable, poco dado a los himnos ni a cosas de estas (aunque nunca le vi ni oí silbar ninguno), me dijo muy educado: “Bueno, yo no me levanto nunca en estos casos, ¿te importa si me quedo sentado?”. “Claro que no, cariño”.

Yo creo que de ir sola al concierto me habría levantado sin pensar. Llevaba años haciéndolo. Pero la actitud de mi entonces novio (ya es exmarido, por si a alguien le interesa) me obligó a introducir cierta cuña de reflexión en lo que pudo ser un acto reflejo. Reflexioné: tú has traído a este hombre al concierto, si él no se siente cómodo poniéndose de pie cuando suena un himno, cualquier himno, igual lo más adecuado es que tú también te quedes sentadita con él. Más que nada para que no se sienta solo. Otras ocasiones habrá de alzarse…

Un rumor como de estampida sobre maderas y terciopelos empezó a venir de no sé dónde. Se levantó el de nuestra derecha. Y el de nuestra izquierda. Y el de más allá. Y el de arriba, y el de abajo. Y el de todas partes. Cuando me quise dar cuenta era el entero teatro, al completo, el que se había puesto en pie cantando el himno a pleno pulmón.

En medio de aquella compacta marea vocal y humana, sólo dos cascaritas de nuez, dos barquitos de papel a la deriva, dos hormiguitas sentadas, que éramos mi chico y yo.

Él se había puesto la máscara de impenetrabilidad, la cara de Darth Vader. Yo sacaba pecho para disimular el pánico. Poco a poco me hacía consciente de la gravedad de mi gesto, es decir, de mi no-gesto. Empecé a sudar tinta discretamente. A preguntarme si me estaría viendo, y tomando nota de mi disidencia, algún conductor de cualquiera de los programas de radio o de televisión en los que entonces colaboraba. Si se estarían escandalizando conmigo. Si tomarían represalias...

Por otro lado la misma vergüenza de estar pensando estas cosas, jamás pensadas por mí antes, jamás en un contexto catalán, que para mí entonces suponía jugar en casa, me mantenía el culo clavado a la silla con más convicción y firmeza que si las manos de Laporta volvieran a merodear en sus inmediaciones. Me daba pavor que el tot Catalunya me viera sentada. Me daba vergüenza que mi chico, del que entonces yo estaba tan nuevamente y flamantemente enamorada, viera que me levantaba por miedo a desentonar después de haber dicho que no lo haría. Miedo de que mi entonces amor me viera el plumero.

Pudo al fin no sé si más la decencia o el orgullo, la dignidad o el corazón. El caso es que no me levanté. Pero era un pajarito frío, sudado y aterrorizado la palma de mi mano buscando refugio en la de mi novio...

Acababa de entrar en mí la sospecha de lo que me, nos esperaba.

Y es por eso que estoy no segura, sino segurísima, con una trágica y absoluta convicción, de que por lo menos unos miles (no sé cuántos) de los que se levantaron para secundar la pitada en el Camp Nou lo hicieron porque no se atrevían a no hacerlo.

Qué me van a contar a mí.

5 Comments
  1. Carlos says

    Grandes anéctotas Anna

  2. QWERTY_BCN says

    Las dinámicas de masas, creo, se pueden (se deberían aplicar) a todos. A los que silban o a los que se levantan emocionados para escuchar un himno (sea el catalán, el español o el de kuala lumpur). Otro tema mas jodidillo es querer «vender» cierta idea de «sociedad cautiva» que no puede «escoger». Bueno, quizás, siendo honestos, realmente nadie puede escoger. Ni en Cataluña ni en España, ni en otro lugar. Utilizarlo para atacar una ideología política concreta y solo esa, ya me parece mas jodido.
    p.d: Que también, quién nos iba a decir que pitar el himno de Franco en pleno 2015 sería algo tan mal visto.

  3. Carlos says

    @QWERTY_BCN, estoy de acuerdo contigo en las dinámicas de masas, pero a pesar de que el himno y la bandera no me producen gran afección salvo nostalgía en el extranjero.

    Recalcar que No es el himno de Franco es la Marcha Grandera, popularmente marcha Real, por su uso en actos con presencia real.
    Usada por ejemplo durante la 1ª república, con Amadeo.
    Yo estaría por renovar estos símbolos que han sido «transgiversados» políticamente, pero nos siguen perteneciendo a todos.

  4. Cuánto circunloquio... says

    Anna, en este artículo te has superado. Hay que ver los circunloquios, rodeos y argumentos cogidos con pinzas para restarle importancia a la impresionante pitada que ambas aficiones (parece que sólo pitamos los catalanes, como siempre…) obsequiaron al monarca español y su himno. Yo sí estuve en el campo y puedo asegurar que hubo mucha gente que pitó y otra, ciértamente menos, que no lo hizo, libremente… ¿No será que ésta nueva patria a la cual abrazas con tanto afecto -¿la fe del converso?- te exige aplicar su lógica, secularmente militarista y autoritaria? ¿Te piden esta cuota de auto-odio para ser ‘de los nuestros’? Libertad de expresión y elección, tan simple como eso…

  5. Retogenes says

    Cuánto circunloquio…

    Es que no tiene importancia. Sólo le dan importancia los del PP y unos cuantos más situados en sus antípodas. Al resto de la gente nos importa bastante poco. Es un gesto que entra probablemente dentro de la libertad de expresión pero que es maleducado también. Me merece el mismo juicio que los chistes sobre Mahoma o Jesucristo: seguramente es lícito hacerlos, pero no me parece ético herir de esa forma a los que no piensan como yo y yo no lo haría.
    Si quiero criticar al rey o predicar la independencia, lo hago con argumentos, no haciendo pedorretas.
    Por lo demás, que 10, 20 o 100.000 personas se metan el dedo en la nariz en público, por ejemplo, no lo convierte en algo importante.

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