De tramas, castas y gobiernos frágiles

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Hugo Martínez Abarca *

Cuando Podemos introdujo machaconamente la idea de la casta como forma de designar a una oligarquía tóxica a muchos nos rechinó. Su contenido sustantivo era plenamente asumible (y así lo defendí cuando aún no estaba en Podemos) pero las personas que tienen la política en el centro de sus inquietudes solemos tener algo de religiosos (aunque queramos evitarlo a toda costa) y nos resulta ciertamente incómodo ver cómo se cambian nuestros rezos y simular que espontáneamente ya no tenemos que perdonar las deudas, sino las ofensas. Lo que rechinaba era una suerte de imposición artificial de una consigna a la que costaba sumarse sin impostar excesivamente: su evidente éxito popular mostró que esa resistencia era más un desdén aristocrático, que un análisis material de las posibilidades políticas de la casta.

En las últimas semanas ha aparecido en nuestra vida la trama. Hace un año escribía sobre ella Manolo Monereo (“frente a la ambigüedad del término casta, he propuesto el término trama” con un éxito evidentemente mayor a cuando yo proponía corte). El término permaneció en barbecho hasta que recientemente ocupa todos los discursos y las explicaciones que se dan a las reiteradas infamias políticas. Por supuesto, la trama nos rechina tanto como nos rechinó la casta, pero quienes nos equivocamos bromeando sobre la casta deberíamos imbuirnos de cierto escepticismo antes de decidir que una idea ajena no es eficaz.

Hay algunas diferencias entre los modos de expresión usados en 2014 con la casta y los actuales. Nunca se habló de “La Casta” con mayúsculas ni entre comillas, ni mucho menos se decía “lo que llamamos 'La Casta'”. Se pretendía que la casta (con minúsculas) era un grupo poderoso pero cutre y torpe, una élite fallida y fracasada (la lumpen-oligarquía española que describía Íñigo Errejón desde mucho antes de Podemos). Gracias a eso entendimos que ese colectivo que había saqueado España y la había conducido a la quiebra política y económica estaba al borde de una derrota a manos de su pueblo. Y también se pretendía que la palabra no era una creación de laboratorio, sino una idea popular que los dirigentes de Podemos habían sabido elevar de las tertulias de los bares a las de las televisiones y radios: gracias a esa percepción llegó a las tertulias de los bares.

Esta diferencia entre “lo que llamamos 'La Trama'” y “la casta” es tan simple que es fácilmente corregible para conseguir los dos elementos que harían de la trama una herramienta discursiva políticamente útil: una idea que se popularice y que muestre un enemigo del pueblo al que podemos derrotar.

Porque lo que explica la trama sí es una idea válida que explica buena parte del secuestro de la democracia y de nuestros derechos. Esa alianza de poderosos que hurta la soberanía popular y pone a los gobiernos electos al servicio de unos intereses opuestos a los de la infinita mayoría de nuestro pueblo, a la que también bien podríamos llamar sin exagerar la mafia y de cuyo funcionamiento real (con las complejidades añadidas que se quiera) nadie duda.

Para que además de ser analíticamente correcto el señalamiento de la trama, sea políticamente útil han de esquivarse dos riesgos.

En primer lugar que no sea seductor: nadie quiere formar parte de la casta ni de la mafia, pero cabría el riesgo de que La Trama (con elegantes mayúsculas y apariencia omnipotente) fuera una suerte de Comunidad del Anillo a la que a cualquier ciudadano en el fondo le gustaría pertenecer.

Y en segundo lugar que no aparezca como un ámbito eterno, mágico, inexpugnable: es políticamente útil si genera en nuestro pueblo la esperanza de derrotarla, es decir, si la trama es un reducto débil que ha sacrificado ya a tantos instrumentos de su poder (desde Juan Carlos al PSOE) y que ahora sólo sostiene a duras penas al primer gobierno en 40 años que no es capaz siquiera de aprobar un decreto ley al dictado de Bruselas.

¿Qué ganaríamos instalando en el imaginario popular una idea de enemigo fantástico y sólido al que resulta casi inimaginable vencer?

Es imprescindible para ganar instalar un relato, pero sobre todo conseguir que sea un relato que debilite al enemigo y sirva como impulso a nuestro pueblo para derrotarlo. Bienvenida sea la idea de la trama si ayuda a conseguirlo.

(*) Hugo Martínez Abarca es diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid y autor del blog Quien mucho abarca.
3 Comments
  1. Fernando.com says

    Hugo Martínez Abarca sigue sin digerir su paso, desde IU, a los planteamientos de Errejón. Según lo que dice en este artículo, Unidos Podemos tendría que evitar enfrentarse con poderes tan grandes que su demolición la gente la percibiría como imposible y, eso, llevaría a la parálisis. Es el caso de la Trama con T mayúscula. Habría que hablar de la trama con minúscula. Siempre buscando como objetivo lo light… aquello que pueda lograrse sin demasiado esfuerzo ni exigencia, que baste con seducir! Creo que para desmontar la Trama no se necesita presentarla minimizada, eso es una forma de sofisticación como otra cualquiera, un engaño. La clave está en identificar al enemigo y, eso sí, atacarle y golpearle en sus puntos más débiles con el máximo de fuerzas acumuladas. Por eso también es necesaria una gran acumulación de fuerzas confluyentes en un Frente Amplio, y éste sí, también con mayúsculas.

  2. Frisco says

    Que se metan el relato por donde les quepa. No se puede contar con quien no le baste con sentir que esto no es vida y que no lo es por interés del Poder -político y económico, con migajas del religioso que se resiste a desaparecer-. Que dejen de ver Juego de tronos, porque no se trata de ver qué imagen damos del enemigo sino de simplemente mostrarlo, señalarlo con el dedo. Y así una y otra vez, hasta que la muralla caiga. Aunque ello impida que Errejón legue a ser Evita Perón.

  3. florentino says

    El enemigo del Pueblo existe y es viejo. Primero nos crean el problema.. Y, luego vienen ha arreglarlo!!. Como lo de Bankia, el banco «malo», radiales de circunvalación.. Para el ombligo del Mundo Mundial de Madrid. No oigo nada de la inversión para los Juegos Olímpicos.. De Madrid!!. Nos estalló la burbuja inmobiliaria.. Y el ZP nos puso carteles con la «ñ», allí donde no se hacia nada; salvo llevarse para la financiación de los correspondientes partidos. Necesitamos espabilar más. Donde hay muchos gatos dicen que hay muchos ratones.. ( el otro, piensa ese que es más atrevido lo cogerá ). En estas estamos.. Mayúsculas.. Minúsculas!!. Se escapa el ladrón!!.

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