Quedarnos a escuchar la respuesta

  • "Twitter es un no-lugar hostil. Así se viene explicando que el debate en lo virtual, cuando además es inmediato, ha dejado de ser posible"
  • "Urge sentarnos y mirarnos, completando los mensajes con todo lo no verbal"

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Twitter es un no-lugar hostil. Así se viene explicando en los últimos meses que el debate en lo virtual, cuando además es inmediato, ha dejado de ser posible (¿lo fue en algún momento?). Parece que en esa ladera superpoblada de disenso y ruido que son las redes sociales, el consenso es que ahí no se puede tener una conversación que implique intercambiar puntos de vista, discrepar, asumir o enmendar desacuerdos.

Y dentro de esto, algunos temas permiten más beligerancia y parece que menos especialización que otros. “Lo del feminismo” parece mucho más accesible para opinar que “lo de la astrofísica”, por ejemplo. “Lo de las lenguas” o “lo del lenguaje” se percibe más de andar por casa que “lo de de la macroeconomía” o “lo de la geopolítica”. Sí, nunca va a faltar quien siente cátedra sobre el estatus de Plutón en nuestro sistema solar o sobre la supuesta carrera armamentísitica de algún país que igual luego no ubican en el mapa. Pero en general hay temas que no sólo parecen interpelarnos más sino que se ven más transitables para emitir cualquier opinión, formada o no.

Éste, junto con cómo se vienen viviendo para cuestiones que en realidad son muy sustanciales (la libertad de expresión, la censura, la exposición pública, las guerras jurídicas y la criminalización de la protesta, la responsabilidad ante la creación cultura), es el motor para plantear las jornadas Ruido y Silencio: interferencias e injerencias en la cultura hoy. De una preocupación generalizada, de un verano en el que esto ha estado más sobre la mesa y ha suscitado mucho debate, que sólo ha sido nutricio cuando se ha tenido espacio, a través de artículos, para expresarlo, es de donde surgen esta jornada que el artista y ensayista Marcelo Expósito, la editora Mar García Puig y quien firma esto hemos organizado este sábado 19 de octubre en Madrid.

Estoy segura de que no soy la única que encuentra en muchos de los espacios donde surgen hilos de discusión (en apariencia) una falta de comprensión lectora que no creo que sea tanto competencia (apañadas y con herramientas estamos todas a estas alturas) como de voluntad. Si entiendo algo que me hace saltar contra tus argumentos, mejor. Aunque en realidad resulte que estemos de acuerdo. La ironía, no en su origen griego, sino aquella que ponía triste a Foster Wallace, completa el juego del caos y de la interferencia. Si mi sarcasmo me da un "zasca" celebrable pesa más que si puedo encontrar un espacio en el que la comunicación sea efectiva. Esto no quiere decir que quienes pensamos distinto tengamos que ponernos de acuerdo, sino que es bastante inútil fingir hablar cuando ni siquiera planteamos respuestas a la misma pregunta, sino que entremezclamos soliloquios. Muy floridos y ocurrentes, eso sí.

Y mientras todo este ruido e interferencia, la cada vez más apremiante necesidad de encontrar estrategias ante la injerencia, que olisquea cualquier fisura para poder devorarnos las voces. Para que no digamos, para que no cantemos ni expresemos, porque la represión jurídica que nos parecía impensable busca campar a sus anchas y además lo vemos a diario. Nada que no estuviera ahí siempre, latente y operando con mecanismos de invisibilidad, de exclusiones de la academia o del mercado.

Porque urge sentarnos y mirarnos, completando los mensajes con todo lo no verbal. Porque en estos tiempos estoy convencida de que mejor que decir algo y escondernos entre el ruido de Twitter, es decirlo de frente y quedarnos a escuchar la respuesta.

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