FOTOCHOP (IX)

Pin… y Pon

  • "Entonces no había actividades extraescolares y uno aprendía las cosas de la vida de mala manera, o sea, con el LIB que compraba en Hendaya el padre de Morales"
  • "La empalagosa vaina del ‘pin parental’ me retrotrae a aquellos tiempos rancios y temerosos de Dios a los que nos quieren arrastrar"
  • "En algún momento del camino olvidamos que si no defiendes las lentejas te las acaban birlando. Y en eso andan. Otra vez"

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El único Pin que se coló en mi infancia salía en los anuncios de la tele por Navidad y era compañero de Pon, ya sabes, “pequeñitos”. Por aquella época, la remozada escuela del barrio lucía ladrillo color vainilla, ventanales generosos y persianas de madera barnizadas a saco. Tenía un patio grande con sus canchas de futbito y baloncesto y un pequeño soportal que hacía las veces de frontón. Un crucifijo, un póster del príncipe Juan Carlos y una pizarra enorme colgaban de la pared tras la mesa del profesor. Un buen puñado de ellos —de los profesores— habían ganado la guerra y nos llamaban “borrico” o “calamidad” y nos pegaban con una regla de madera cuando hablábamos o cuando hacíamos mal los deberes; o no los hacíamos… “García. ¿Qué pesa más: un kilo de hierro o un kilo de paja? —te preguntaba inopinadamente el maestro si te pillaba compartiendo confidencias con las musarañas—. “Un kilo de hierro” —respondías tú de inmediato—. “Venga aquí… A ver; esa mano”—te inquiría el profe—. ¡Uffff! —te quejabas—. “A la última fila por zoquete y por no prestar atención” —se zanjaba el pleito—.

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Entonces no había actividades extraescolares y uno aprendía las cosas de la vida de mala manera, o sea, con el LIB que compraba en Hendaya el padre de Morales, que era camionero y que no sabía que Morales lo recogía de la basura en cuanto él lo daba por amortizado… Morales era un tipo importante en la escuela, pero pasó a un segundo plano el día que Rogelio, con una sonrisa abierta y las cejas en posición de arco de medio punto nos dio la noticia del año: “Me sale” —dijo muy serio—. “¿Lefa? —preguntó otro de la clase en mitad del patio—. “Lefa” —confirmó Rogelio sin inmutarse— “Vale, tío… Y va y yo me lo creo” —reaccionó inmediatamente el corrillo—… A primera hora de la tarde del día siguiente tocaba Educación Física. Nos poníamos el chándal en unos servicios separados unos de otros por un tabique, pero que no tenían ni techo ni puerta. Rogelio se sentó sobre la taza de uno de ellos rodeado de gente por tierra, mar y aire y empezó a masturbarse —“pelársela”, decíamos entonces—.  La cosa iba ganando en intensidad y parecía que funcionaba. Y vaya si funcionó. La generosa eyaculación de Rogelio fue respondida de inmediato con un “¡¡¡OOOhhh!!!” de admiración propio de una noche de verano con castillo de fuegos artificiales en la mismísima bahía de La Concha.

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La empalagosa vaina del “pin parental” me retrotrae a aquellos tiempos rancios y temerosos de Dios a los que nos quieren arrastrar. Ahora, casi cincuenta años después, a Dios ya no le tememos tanto, pero los rancios siguen insistiendo con las mismas cosas una y otra vez, sin descanso. Cuando creíamos superada esta etapa de la evolución, ellos nos dicen que no y nos tiran del faldón de la levita y nos recuerdan que están ahí, como siempre, ensuciándolo todo con sus letanías de sacristía y su discurso chusco de chulo de putas… Cadenas de oro y torsos al viento… Y un cornetín… Y la cabra…

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En mitad de cuarto de EGB, un domingo, el portero de la escuela, que se encargaba del mantenimiento de las instalaciones y vivía en una especie de chalecito anexo al centro, mató a su mujer a azadazos.  Nadie nos habló sobre el brutal suceso, pero acabamos enterándonos… Algunos aseguraban que todavía se podían ver manchas de sangre en la entrada de la vivienda, junto a la fuente; pero era mentira, porque el asesinato se consumó en una pequeña finca que tenían en el pueblo… Lamentablemente, ninguno aprendimos nada de aquello, aunque yo no he conseguido olvidarlo… En algún momento del camino olvidamos que si no defiendes las lentejas te las acaban birlando. Y en eso andan. Otra vez.

 (*) Los nombres de los personajes que aparecen en esta historia han sido alterados para que no se caguen en mis muelas.

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