El gobernador del Banco de España… no tuvo abuelos
- "¿No hay un solo profesional en ese búnker inexpugnable del Banco de España que sepa evaluar el inmenso beneficio que está generando esa tercera edad pese a su escueta remuneración?"
- "Está muy claro que el Banco de España suele ejercer, y así parece suceder ahora, de lobby de la banca privada y los intereses privados, alejándose por costumbre de sus escuetas tareas monetarias"
- "Don Pablo pretende asustar con los bulos más socorridos del ideario neoliberal, sin el menor apoyo científico y a título de recitador mandado de los privilegiados"
El gobernador del Banco de España (BE), don Pablo Hernández de Cos, parece no haber tenido abuelos nunca, y se sospecha que ni tiene nietos ni, si alguna vez los tiene, entenderá, y mucho menos practicará, esa relación trigeneracional que ha llegado a convertirse en una de las claves de la dinámica y la supervivencia de nuestra sociedad, con tendencia a incrementar su masiva y benéfica importancia en la medida en que las estructuras básicas del país sigan fallando.
El gobernador del Banco de España, señor Hernández de Cos debe su nombramiento a Mariano Rajoy, un día antes de ser defenestrado en mayo de 2018, y ahí ha quedado, de lucido representante de aquellas políticas que nos empobrecieron como nunca se nos había hecho en democracia; y responde, fielmente, a una tipología de tecnócrata rígido, criado en el Servicio de Estudios del BE, un departamento del que, por cierto, podríamos liberarnos los ciudadanos, con gran beneficio para la paz y el sosiego nacionales.
Pues este Hernández de Cos, surgido de esos economistas anónimos que, cuando dejan de serlo, fungen en política al modo filibustero, se descolgó poco ha con que “las pensiones están sobrevaloradas un 74 por 100”, según los concienzudos estudios propios del BE aplicando la inflación de los últimos 40 años, y han hallado ese dato escandaloso, que amenaza la estabilidad nacional. O sea, que los pensionistas de 1.000 euros debieran cobrar unos 570 euros mensuales, de acuerdo con la justicia economicista, la paz contable y el horizonte despejado.
Más o menos en las fechas en que el gobernador del BE exhaló aquel sesudo y elaborado producto intelectual, este cronista reflexionaba sobre el emotivo episodio que acababa de vivir en un ambulatorio, asistiendo divertido al trance de una abuela y sus tres nietos, todos de corta edad, a los que había que pinchar según lo previsto; le faltaban manos a la amorosa y decidida abuela para atender a sus diablillos, entregados a un berrinche libre y a tres voces, y a sus desesperantes y caóticos movimientos, unas fierecillas a los que había que quitar y poner sus anoraks… mientras reincidían en su intento de fuga. Sin embargo, mi heroína supo resolver tan comprometida situación, ya lo creo, y con nota, supliendo con tanto amor como eficacia a los ocupados papás.
Otro día, este mismo observador se enteraba de un vecino que acudía en ayuda de su hijo (y sus nietos), caído en desempleo por el fuego graneado de esa misma economía aberrante y letal, facilitándole por su cuenta la aventura del trabajador autónomo, y sacando de las piedras lo que necesitaba. Pensaba, como sujeto reflexivo, que estos episodios se estarían multiplicando por toda la faz del país, construyendo miles de pequeñas historias capaces de acudir a serias e inaplazables necesidades, con el respaldo mensual de una pensión siempre magra. ¡Todo un pequeño mundo que no parece tener relevancia fuera de los muros de esos vistosos palacios desde los que se dictan, contra héroes de entrega callada y solidaria, sentencias demoledoras, y se recomienda la pobreza como lema!
Son casos, innumerables desde 2008 y agudizados con la pandemia (momento altamente oportuno para que brille el genio del señor del BE con cálculos tan estimulantes), que se escapan del todo a los titulados de una Economía de excelencia, generalmente analfabetos en Sociología y lerdos en Ética. Inútil sería, en consecuencia, mostrarle a este gobernador de ínsula tan carera y subversiva, el vigor y la dulzura de ese arte superior del milagro doméstico y familiar, sólo al alcance de los pensionistas y abuelos de toda la vida, una especie persistente y peleona, consciente de su ascenso y reconocimiento sociales, así como de la tirria que, una y otra vez, todas las coaliciones de necios –procedentes así de la economía como de la política– les deparan.
En momentos tan delicados, dramáticos y exigentes como los actuales, que serían doblemente catastróficos de no darse la acción diligente, puntual y cariñosa de los pensionistas y abuelos, amparando a sus familias hasta la tercera generación, ¿no hay un solo profesional en ese búnker inexpugnable del BE que sepa evaluar –con criterios globalmente científicos, más allá de la econometría de los manuales de economía académica y de las pantanosas aguas del IPC y el PIB en el que gustan de solazarse– el inmenso beneficio que, para la apurada sociedad española y su economía maltrecha, está generando esa tercera edad pese a su escueta remuneración? Es una lástima porque un buen trabajo de esa índole arrojaría un estupendo y nada sorprendente resultado: que a esos abuelos pensionistas (miles y miles) que cuidan de su familia integral sin eludir sacrificios, habría que aumentarles la paga, al menos, un 74 por 100 sobre la actual, dados los inmensos beneficios –fácilmente calculables con saber aritmética y poco más– que aportan, por su efecto multiplicador y en todos los sectores y direcciones, a la economía, al bienestar y a la esperanza de los españoles. El señor Hernández debiera encargar, urgente y lealmente, ese estudio y contárnoslo con alguna satisfacción (y no con su habitual semblante de acreedor inflexible ante deudores depauperados, a las que planea infligir castigos ejemplarizantes).
Pero no creo. El BE parece estar para destilar invectivas y amenazas, siempre ocupado y mandado por dirigentes que encuentran como oficio dar tumbos y recomendar una cosa y la contraria, estimular y frenar, decir arre y so. Ni más ni menos que lo que hacen, también, la OCDE y el FMI: producir exabruptos sin método ni base, atendiendo, generalmente, a una coyuntura que creen manejable pero que es aleatoria e imprevisible, cuando no criminal.
Está pendiente el estudio monográfico de la historia y el carácter de los gobernadores del BE de la democracia: quiénes son, de donde salen, cuáles son sus antecedentes, si suelen pertenecen a alguna tribu económica (secreta o identificable) o élite pastoreada por dioses caprichosos o procaces, más o menos lejanos y ocultos (además de falsos); para saber, principalmente, a dónde van (o les llevan) y a dónde nos llevan (arrastrándonos a la fuerza).
También lo está el análisis de los pronunciamientos de los responsables del BE, contradictorios sin pudor y falaces por costumbre; de ahí deduciríamos el escaso interés público de mantener una institución que sobreactúa, que malamente cumple con sus estrictos deberes, al que se le cuela crisis tras crisis, que sirve a los intereses contrarios a la comunidad y que, en consecuencia, se dedica a marcar de cerca cualquier política de interés social decidida por gobiernos de izquierda.
Este testigo del tiempo recuerda a varios de estos gobernadores, empezando por el último del franquismo, un tal Coronel de Palma, que sólo con ese nombre ya impresionaba; también a Luis Ángel Rojo, un profesor rodeado de fama inmejorable, que decía cosas que parecían llenas de rigor académico y esperanza política aunque luego, una vez en el BE, vigilaría la España del PP para que no se saliera del redil de sumiso figurante en el capitalismo internacional, especializándose en fustigar contra la inflación (sabiendo que ésta es una mera y manipulada criatura política).
El penúltimo, Francisco Fernández Ordóñez, ha sido un caso de méritos eminentemente prestados por su hermano, ministro de Hacienda de Felipe González, y que se ha sacudido la responsabilidad de haber liquidado lo que de público tenían las Cajas de Ahorro y de haber presenciado el desfalco, con escalo, de Caja Madrid, luego Bankia y, ahora, pariente pobre del nuevo gigante bancario liderado por la Caixa. (Quien esto escribe conoció la admirable peculiaridad del otro hermano de la saga, José Antonio, ingeniero humanista, culto y sensible, muy alejado de todo eso.)
Son los últimos –Caruana, que no se enteró de “burbuja inmobiliaria”, quizás porque era ingeniero, y Linde, tecnócrata de toda la vida– los que más me han impresionado, sobre todo por su ausencia de imagen pública, lo que no ha obstaculizado que revelasen, con admirable homogeneidad, la notable frialdad de sus gestos y pronunciamientos.
(La única vez que este periodista traspasó los muros fríos, pese a bien caldeados, del Banco de España fue para entrevistar a Jesús Albarracín, uno de sus economistas, destacado teórico de la economía antiliberal, y quizás por eso lo encontró en un despacho marginal, rumiando su feliz marginalidad, al final de pasillos al margen, en un espléndido olvido jerárquico y cultivando una envidiable lucidez. Acababa de publicar, con otros economistas de izquierdas, La larga noche neoliberal. Políticas económicas de los 80 (1993), y antes había producido un magnífico trabajo sin la menor concesión a los tratamientos convencionales, La economía de mercado (1991); así que sus jefes sabían que no podían esperar de él nada acorde con sus perversas teorías económicas sin ciencia ni conciencia. Y recuerda, de tan pedagógica incursión, cuánto le impresionó aquel silencio, pulcro y artístico, en castillo tan magnificente; y lo que le intimidaba.)
Don Pablo, además, pretende asustar con los bulos más socorridos del ideario neoliberal, sin el menor apoyo científico y a título de recitador mandado de los privilegiados: que si el salario mínimo amenaza el empleo (indemostrable), que si los salarios deben acompasarse con el PIB (un macro índice absurdo), que si tocar la reforma laboral (la de su protector Rajoy) daría paso a un inmenso cataclismo…
Don Pablo Hernández de Cos es, en efecto, un hombre del BE y de su Servicio de Estudios. Cuando fue designado, perspicaces miembros de la izquierda lo calificaron rápidamente como “halcón”, dando por sobreentendido su significado. Pero estas analogías naturalistas –que si halcón, que si buitre, que si lobo o tiburón– son definitivamente inapropiadas, por inexactas e injustas, ya que todos esos hermosos y útiles animales realizan sus funciones ejemplarmente (y todo lo ajenos que pueden respecto del hombre y sus sociedades de los que, por experiencia, no esperan nada bueno). No, estos tipos tan bien pagados, distantes y creídos que, como ocupación predilecta, se dedican a conspirar contra los más débiles y modestos, merecen otros calificativos, todos ellos dentro del género Homo, especie oeconomicus y subespecie innombrable. Que el salario de Hernández de Cos multiplique por diez el del pensionista medio, aún sobrevalorado (según él mismo), y del asalariado en general (contra el que dedica su sabiduría alarmista un día sí y otro también), y que no le baste, sino que aspire a ampliar su aristocrática diferencia, nos obliga a preguntarnos por qué el Estado ha de remunerar con tan inicua generosidad a auténticos enemigos del pueblo. Porque está muy claro que el BE suele ejercer, y así parece suceder ahora, de lobby de la banca privada y los intereses privados, alejándose por costumbre de sus escuetas tareas monetarias; y cuando cae en manos de derechosos sin escrúpulos, gusta de cizañar contra gobiernos, sindicatos y ciudadanos en general.
Todo lo cual apunta a un alma desalmada y un corazón acorazado, un peligro social que debe conjurar un pueblo diligente (pese a empobrecido) y soberano (aunque humillado), que ya no está para soportar ni estulticias ni provocaciones.
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