Confianza y debate en España hoy

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Julián Sauquillo

Es una buena noticia que una parte importante del empresariado haya revalidado la confianza en el presidente Zapatero. Es oportuno que cuente con estabilidad política para emprender las reformas económicas necesarias. Botín fue contundente: “No tome usted ninguna decisión sobre su futuro hasta 2012 porque el país necesita estabilidad, los mercados necesitan estabilidad, y cualquier anuncio de este tipo crea inestabilidad”. Con estas palabras el presidente del Banco Santander estaba afirmando no sólo un elemento económico básico sino, también, un principio fundamental del gobierno representativo. Tras las elecciones y durante el periodo legislativo y de gobierno, entregamos la confianza al partido o coalición de partidos capaz de formar una mayoría política suficiente. Los procedimientos de revocación del mandato son escasos en el derecho público comparado. Tampoco es prudente contribuir a su consideración de presidente interino. Puede ejercer su derecho al ejercicio del cargo público –fijado en el art. 23, 1 y 2 de la Constitución- durante el periodo de elección. Además, Zapatero debe mostrarse fuerte para afrontar las medidas económicas que requieren su responsabilidad política. La crisis en que José Sócrates se ha visto inmerso en Portugal no es un ejemplo saludable para afrontar turbulencias económicas. ¿Por qué? Por la necesidad de estabilidad en la política y en la economía. Las elecciones otorgan confianza a los gobiernos durante el periodo de mandato. Una vez que lo agotan, los ciudadanos revalidan o retiran esta confianza a los candidatos que gobernaron. Ni los programas políticos pueden asegurar de qué se va a componer la agenda política de nuestros gobernantes. Los ciudadanos podrán hacer un juicio retrospectivo de lo realizado y valorarlo. Pero escasas posibilidades tienen de cualquier diagnóstico prospectivo. Nuestros gobernantes requieren de una libertad política siempre controlable por la actividad parlamentaria, la Constitución y los tribunales. ¿Significa esto que los ciudadanos no pueden hacer nada entre elecciones? No. Bernard Manin ha señalado cuales son los cuatro principios del gobierno representativo: confianza, elecciones, debate y crítica.

¿Por qué la ciudadanía, siempre tan apelada, está en un estado tan abúlico? ¿Por qué ejerce tan poco la crítica? En primer lugar, porque la crisis económica relega su activación pública y condena a todos a una solución laboral individual. En segundo lugar, porque el espectáculo público no es motivador. La sucesión del presidente está hilando una madeja de especulaciones perjudicial para la opinión pública. A los ciudadanos nos importa poco si Zapatero es mejor candidato (más temible) que Rubalcaba o Chacón en la disputa por el voto al PP. Por supuesto que el PP tiene sus cálculos de oportunidad. Tampoco nos va la vida en la opinión que puedan tener los barones del PSOE acerca de si les resta o les da votos que Zapatero, auténtico reclamo electoral en el pasado, participe en sus campañas municipales y autonómicas. Me disculpo por intentar iluminar un aspecto tan borroso de la sociedad: al ciudadano le interesan –me parece– las políticas públicas que puedan sacarnos de la crisis dentro de un contexto occidental de debacle económica. Una política activa debe contar con propuestas que activen la economía y creen empleo. Aquí los debates pueden ser muchos. Mientras que una política reactiva reduce las discusiones parlamentarias a los escándalos políticos. La absorción política que procuran estos elementos patológicos de la política, los titubeos de la comunidad internacional en Libia, los ataques recibidos por la política progresista de Obama, la soledad de Japón para afrontar el desastre nuclear, entre otros problemas, han abatido a la opinión pública.

Apenas nos hemos recuperado de nuestra astenia con las valientes reivindicaciones de los ciudadanos de las tiranías de los países árabes del mediterráneo. Puede que ellos sean nuestro futuro más que nuestro pasado. Francois Furet señaló, en clara inspiración del clásico Alexis Tocqueville, que los disidentes de Polonia –las reivindicaciones victoriosas del sindicato Solidaridad frente a la tiranía– habían dado una lección a los pasivos ciudadanos de las viejas democracias. Habían aprendido, entonces como ahora podemos, el valor de exigir cambios ante los poderes más demoledores. Volvemos a tener la ocasión de apreciar que los derechos humanos son “exigencias morales” frente a los gobiernos y a los conciudadanos deshonrosos. La lección venía, entonces, de preferir la democracia a cualquier procedimiento autárquico de poder estalinista. Todavía no padecían somnolencia política. Ahora hemos de aprender mucho de las protestas de los jóvenes árabes en el debate y crítica de nuestros representantes. Las asambleas y las manifestaciones son compatibles con la confianza otorgada en elecciones democráticas. Pero el pensamiento liberal –Mill, Tocqueville– vaticinó, ya a mediados del siglo XIX, que la democracia acabara desactivando a la ciudadanía con altas cuotas de pasividad. Ojalá la desorientación, la rutina y la blanda unanimidad no acaben por anularnos.

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