Protesta y sobrevive al desahucio

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Julián Sauquillo

“La historia de los hombres es la larga sucesión
de los sinónimos de un mismo vocablo.
Y contradecir es un deber”.
René Char

Un policía firma en una mesa colocada por miembros de la Corrala la Utopía, que permanecen acampados frente a la sede de Ibercaja en Sevilla, para solicitar que la entidad bancaria negocie un alquiler social con estas familias. / Sergio Caro (Efe)

Quizás, el poeta René Char y el propio Foucault, admirador de esta cita, compartían que el vocablo más repetido en la historia es la “obediencia” bajo los sinónimos de “sometimiento”, “acatamiento”, “moldeamiento”, “adhesión inquebrantable” y “seguimiento”. Pero tanto a ellos como a algunos de nosotros nos conmueve más ver la historia por su reverso: la “rebeldía” y la “contradicción”. De protesta tendría que estar urdida la política. Pero la “política normal” está confeccionada más bien con el acatamiento que con la confrontación. Lo más novedoso de la política actual está ocurriendo en la calle. Las recientes manifestaciones hacen patente una protesta extensa para sobrevivir a la penuria, el hambre, la falta de cobijo, la carencia médica, la impunidad judicial y la debilidad educativa. El 14 N ha sacado a flote una manera de vivir airada en una vida cotidiana sustentada en la depresión y el miedo. Y nadie puede decir que son gritos de protesta de un grupo de violentos pues cada vez somos más quienes rechazamos cualquier destrozo o quebranto de la convivencia social en las manifestaciones.

Estas manifestaciones recientes no se parecen al mayo del 68 francés. Entonces, en plena expansión del capitalismo, el mundo rico y de izquierdas quería extender el bienestar al tercer mundo y bramaba por la represión sexual de los cuerpos. Se consumían electrodomésticos como se ingestaban cuerpos sexuales. Las manifestaciones actuales no se asemejan, tampoco, a las que dieron lugar al viejo eslogan de “Protesta y sobrevive”. En los años ochenta, la amenaza nuclear se presentaba como un riesgo inminente, desencadenado por las superpotencias, que no renunciaban a ser como los dos paisanos enfangados en la refriega de A bastonazos de Goya. Cuanto más se zarandeaban con el gasto armamentístico, más se embarraban hasta la cintura. El gasto militar era obsceno ante el padecimiento del hambre en el Tercer mundo. La protesta era, eminentemente, defensiva de un riesgo enloquecido de destrucción definitiva. La protesta actual comienza a ser, en cambio, una forma de vida frente a un luctuoso ataque económico a las prestaciones sociales mínimas que antes aseguraban nuestra salud y nuestra educación. Es una manifestación que alienta la vida en la calle –rabia, solidaridad, discusión, imaginación,…- frente al hambre como límite antropológico: es lucha social contra la inanición que se extiende ahora como una amenaza general. Estas protestas pacíficas, en la calle, sacan del domicilio a los parados, a los desahuciados y a quienes vemos moverse los cimientos de la vida social hacia el derrumbe. No hay peor sufrimiento que el vivido entre cuatro paredes y sin comunicarse. Esta protesta parece tan vitalista como el desahogo que sentía Henry Miller al pisar el pavimento de París. Deja a sus espaldas, nada más bajar la escalera, no tener para comer y comprarse el paquete de cigarrillos que acorta la existencia. La excesiva subida del IBI y del impuesto de las basuras, como la desprotección de los costes de sus recetas para los más débiles, entre otros muchos daños, está haciendo cierto que “lo raro es vivir” como señalaba Carmen Martín Gaite. Pero, también, da pie a que no hay que resignarse. La muchedumbre se está encontrando en la calle y está compartiendo una protesta contra los mismos problemas vividos. La falta de sustento básico de capas extensas de la población ya no es un dato estadístico que se exprese con la inicua frase de “el mal comportamiento del consumo”. No basta con demonizar a un consumo devaluado; malo por resistirse a ser un gran buffet que devuelve la ingesta antes de digerirla. Ahora, el parón del consumo se encarna en los ERE y los ERTE, los suicidios desesperados por quedarse sin techo o en la desprotección social de una madre y una hija discapacitada encontradas muertas sin ayuda social. La imposibilidad de un consumo digno está debilitando el acatamiento simple y llano de la población a las medidas impuestas desde Bruselas. La privación económica está creando una narrativa compartida de protesta. Quedarse en casa sin manifestarse ha dejado de ser una virtud para pasar a ser un rancio comportamiento de asentimiento e indiferencia a todo lo que venga de malo contra la población media y baja. Hasta el punto de que muchos que no siguieron la huelga se justificaban el 14 N por temer la espada del paro, que pende sobre sus cabezas, o no poder sostener la reducción salarial de un sueldo, de por sí ya muy bajo para mantener a una familia extensa y agrupada como la de los viejos clanes del subdesarrollo.

Hubo un tiempo en que se podía hablar de “mayorías silenciosas” como hizo Jean Baudrillard. La población estaba tan inmersa en el consumo y la laboriosidad que su silencio constituía una amenaza para los gobernantes. Los propios eslóganes políticos de los dirigentes eran absorbidos por la sociedad como un agujero negro que no dejaba ni resto público del mensaje. Y la voluntad de la mayoría era ignota. Ahora, en cambio, una protesta horizontal y transversal, de muchas manifestaciones contra el daño social,  coincide en la calle en cada rincón y a cada momento: son macro y micro protestas contra la herida económica. Nuestros representantes saben muy bien qué opinamos y no tienen otra que incluir algunas de estas demandas sociales en su más urgente agenda política. ¿Quién se acuerda hoy de la descalificación política de los perroflautas cuando algunos siguen acampados, física y moralmente, para evitar desalojos? Demandan, con gran eco social, una reforma de la ley hipotecaria a la que se suman algunos que permanecieron impávidos en el pasado. La protesta social ha calado hondo también en jueces, policías e, incluso banqueros. No hay sordo que valga cuando se clama alto, pacífico, y claro.

3 Comments
  1. Susana says

    Cada vez, veo más preocupación política en gente sencilla que no se habían preocupado como ahora. Esto se palpa en la calle otoñal de Madrid

  2. Leandro says

    Seguimos recogiendo firmas para pedir la reforma de la Ley Hipotecaria porque estamos convencidos de la deficiencia del Decreto del Gobierno español para solucionar equitativamente el drama de los desahucios. Estamos entre la calle Arenal y la Plaza de las Descalzas Reales de Madrid. Solicitamos vuestra firma

  3. Bertenebros says

    Seguiremos enviando mensajes políticos a nuestros representantes. La historia es un proceso de conquistas políticas. Nunca de donaciones

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