Representantes de sí mismos: el eco de Jorge Arzuaga

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Julián Sauquillo

Jorge Arzuaga durante su huelga de hambre enl la Puerta del Sol. / Alejandro Torrús
Jorge Arzuaga durante su huelga de hambre enl la Puerta del Sol. / Alejandro Torrús

Son tantas las noticias que el periodismo va a uña de caballo. Un suceso sepulta a otro y la “noticia” apenas dura. Todo acontecimiento relevante tiene fecha de caducidad. Cada demanda, toda protesta, tiene que luchar con la fragilidad de la memoria. Nuestros gobernantes cuentan con ello: “Espera y mañana ya nadie se acordará de ello. Deja que escampe un poco”. Por ello, es tan importante la memoria: la “memoria de las luchas populares” a la que se refirió Michel Foucault tiempo antes. Así que hoy fui a visitar una vez más los metros cuadrados en que estuvieron Jorge Arzuaga y sus compañeros en huelga de hambre. Pretendí no dejarme llevar por la amnesia política, quise hacer una micromemoria de algo que comenzó apenas hace un mes. Acaricié sobreponerme al torrente noticiero que nos agita. Lo primero que me chocó es no encontrarme allí a ese médico filántropo, muy sonriente, que les aconsejaba desistir. Un médico que estuvo en la marea blanca, me consta. Pero que aquí era como un padre bienintencionado, preocupado por el desgaste del hígado de unos jóvenes si se empecinaban en la huelga. “Tardarán en reponerse y sus órganos ya no estarán igual” les decía. No había cartones reivindicativos, tampoco listas de firmantes, ni colchonetas, ni mantas, ni botellas de agua, y menos la confusión de unos cuerpos ateridos de frío y cansados, aunque con una gran ilusión política.

La Puerta del Sol de Madrid simbolizó, desde el barroco español, la centralización política. Era como un Sol, que irradia desde sí los brazos que atrapan a todos los súbditos de unos Austrias en crisis. Ahora, es toda una pista de patinaje sin obstáculos. Una superficie allanada para que todo el mundo circule rápido y detenerse sea bochornoso. Un lugar tórrido sin bancos y parterres, donde no quepa un viejo al que le cedan las piernas. “Que se mueran los viejos, que no quede ninguno”, casi como en la letra de la canción. El espacio reivindicativo de Jorge Arzuaga ya lo ocupaba el turismo. Unos veinte japoneses se disponían allí a conquistar la ciudad, con planos y mascarillas. Quién sabe si se protegían de la contaminación ambiental profunda de nuestra ciudad para llegar a los cien años. Sin embargo, quedaba en ese espacio pulido, en torno a la estatua  protegida por lanzas de Carlos III. Permanecía el aliento, el eco de Jorge Arzuaga y sus colegas. Había una energía antigua. Algo así como el “pneuma” de los estoicos. No se había desgastado un coraje eólico dispuesto a encarnarse, de nuevo,  en quien esté dispuesto a protestar. El médico filántropo decía que el joven se había preparado mental y físicamente para aguantar. Mientras que sus leales acompañantes iban a las bravas. Sabía lo que se decía, les había estudiado. El joven bilbaíno es roqueño, así que no le faltarán razones para volver. A pesar de estar ausentes, allí estaba todavía presente el sombreado de todos ellos perseverando.

No me puedo poner, ni mucho menos, a la cabeza de estos jóvenes. No creo que este sistema político sea sustituible por otro. Quien no es antisistema (comunista) de joven no tiene corazón, y quien lo es a partir de los cuarenta no tiene cabeza. Este sistema político es mejorable. La representación política, si es acompañada del propio reconocimiento de errores con ceses y dimisiones, me parece salvable. Pero mi discrepancia con Jorge Arzuaga no deja de reconocer algo que es imprescindible en sus palabras: “Nosotros nos representamos a nosotros mismos”. Arzuaga ha participado en movimientos políticos, en agrupaciones sociales, pero se representa a sí mismo con su grupo en la Puerta del Sol. No pertenece a nada propiamente dicho que le marque sus pasos. No se ha demostrado lo contrario hasta el momento. Y esto nos parece insólito: “Seguro que a Arzuaga le envía alguien”. Que no hable por boca de nadie sino porque ya no se aguanta como ciudadano, parece generalmente increíble. Estamos tan ensimismados con la representación política normal, ordinaria, que nos obnubilamos con una sola representación, la elegida o la organizada. No concebimos que alguien simbolice, represente políticamente, algo por sí mismo. Pero, bien por hartazgo de los partidos políticos o de los sindicatos oficiales, bien por desear participar por cuenta propia, unos críticos pueden representar la protesta por sí mismos. Arzuaga y sus solidarios huelguistas representan porque simbolizan el malestar palmario de la sociedad española. De la misma forma que una buena pintura comprometida -los fusilados del tres de Mayo de Goya, por ejemplo- representa la violencia política. Y esa representación del malestar ofende la vista del bien pensante, incluidos los mantenedores del orden y los médicos progresistas bien pensantes.

Parece increíble que alguien pueda representarse por sí mismo y dé vida a una queja colectiva –la pérdida de todos los derechos sociales-. Pero este no es el único autoengaño. Se considera no menos penoso que no haya quien represente desde fuera a esta queja radical. “¿Acaso están solos? ¿Nadie se hace eco? ¿No van a tener un interlocutor externo que explique y dé forma pública a lo que está pasando? ¡¡Qué venga algún periódico!!”. Entonces, comienza la añoranza de algún partido más o menos izquierdista, radical, que colme la laguna de los más votados. Y, si no hay organización suficientemente progresista, se echa en falta a algún intelectual como Jean-Paul Sartre que, como en la foto de la Goutte d´Or, use un altavoz para engrandecer la voz del dolor marginal.

Así suele ser. Sin embargo, a mí me parece que lo mejor de Arzuaga es que habla por sí mismo.  No descarta que los partidos puedan operar como sería deseable algún día. Pero no espera a que esto ocurra en su casa. No incurre en la nostalgia de la representación oficial. Por lo que a mí se refiere, profesor universitario, más o menos informado, tampoco creo que deba caer en la trampa de representarle. Arzuaga ha tomado la palabra ya y esto es lo mejor. Quienes tenemos acceso a ser leídos podemos servir de conducto a que el mismo se exprese y siga tomando la palabra. Mi mayor error sería dejar de ser su simple conducto. Pretender mediante mi comentario sobreponerme a su palabra, sustituirle, sería caer en un cierto vicio representativo. Esta labor de canal, de conducto, es la que tuvieron emisoras y artistas independientes que facilitan en You Tube que su palabra pueda seguir siendo oída. Hay representación institucional, mejor o peor, manifiestamente mejorable. Pero también existen otras formas de representación, de simbolización política. No conviene descreer de estas últimas. Tienen futuro y ya cuentan.
 

3 Comments
  1. Ernesto says

    A pesar de la impersonalidad de la Puerta del Sol, el pueblo se expresa y segura haciéndolo a toda costa en la Plaza de todos. Aunque nos multen.

  2. Concha says

    Poético artículo… Me sigue emocionando esta historia de Jorge Arzuaga, me sigue emocionando lo que dices de él. Muchas gracias Julián

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