Notas sobre la Transición y Adolfo Suárez

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Manolo Monereo *

manolo monereoPara situarse con rigor en el proceso de la Transición española y el papel en ella de Adolfo Suárez, hay que tener en cuenta, cosa que hoy se olvida, la excepcional coyuntura política nacional e internacional en la que se inserta.

Coyuntura internacional. Estaba definida por un retroceso global del imperialismo norteamericano (derrota en Vietnam), el ascenso de la URSS (aparente), de los movimientos de liberación y del movimiento obrero organizado europeo. Específicamente influyó mucho en la Transición la caída de las dictaduras portuguesa y griega y el ascenso muy potente de la izquierda, sobre todo, en el sur europeo.

La caída de las dictaduras griega y portuguesa alarmaron mucho al capitalismo europeo y a la socialdemocracia. En Portugal, destacadamente, la ruptura vino desde un lugar inesperado: la oficialidad de un ejército cansado de la larguísima guerra colonial. La Revolución de los Claveles, su radicalismo económico y social, preocupó enormemente a las clases dirigentes de nuestro país. Para unos, se trataba de amarrar aún más el propio régimen; para otros dar pasos “aperturistas” que evitaran una radicalización de la oposición al régimen.

Coyuntura nacional. Estaba definida por los siguientes datos:

  1. Una gravísima crisis económica que ponía en cuestión el modelo de acumulación del capitalismo español.
  2. El ascenso del movimiento obrero hasta el punto de que en los grandes centros urbanos e industriales se ganaron las elecciones sindicales por las CCOO (ilegales) en los propios sindicatos verticales.
  3. El crecimiento de la oposición al régimen que tenía al PCE como eje aglutinante.
  4. La masiva presencia de fuerzas y movimientos que relacionaban la lucha contra el franquismo con los estatutos de autonomía plebiscitados en la República (“libertad, amnistía y estatuto de autonomía”).
  5. La ruptura interna dentro de la Iglesia Católica que llevó a una parte de ella a aliarse con la oposición democrática.
  6. El protagonismo del movimiento estudiantil y de la intelectualidad.

Crisis del régimen franquista. Después de la muerte del dictador era evidente que el régimen surgido de la Guerra Civil entraba en crisis y que era necesaria otra forma de dominación política. Esto lo sabían el Rey, los poderes económicos nacionales y extranjeros, específicamente europeos y, hay que subrayarlo, la socialdemocracia europea alarmada ante la fuerza de los partidos comunistas.

La primera alternativa (gobierno Arias-Fraga) fue la reforma del franquismo: cambar poco para que, en lo fundamental, todo siguiera igual. En las diversas versiones de la historia se suele olvidar que este gobierno fue derrotado por la oposición política y, especial y singularmente, por el PCE. Pero hay que decirlo claramente: el PCE tuvo fuerza para impedir la reforma del franquismo pero no tuvo fuerza suficiente para conseguir la ruptura democrática con el franquismo, aunque lo intentó mientras pudo.

¿Por qué no fue posible la ruptura democrática? No es fácil responder. Aquí es donde aparece la figura de Adolfo Suárez. Los poderes fácticos, nucleados y organizados en torno a la monarquía,  llegaron a la conclusión que había que ir a un cambio de régimen que no implicara una ruptura con los aparatos e instituciones claves del Estado (magistratura, ejército, policía y administración) y que no implicase tampoco un cuestionamiento sustancial de los poderes económicos dominantes. Para esto había que conseguir neutralizar a dos sectores: a los franquistas en sentido estricto (muy influyentes en el aparato y las instituciones del Estado) y también a la oposición rupturista que, de facto, estaba dividida entre la Plataforma (la democracia cristiana más el PSOE), que agrupaba a los sectores más moderados, y la Junta Democrática (en la que el PCE tenía el papel determinante), que apostaba por una  democratización sustancial.

La solución a estos dilemas reales la encontraron en la hoja de ruta ideada por Torcuato Fernández Miranda: ir a un cambio de régimen dirigido, organizado y controlado por los sectores reformistas del propio régimen. Se podría decir así: “tenéis fuerza para obligarnos a cambiar el régimen, pero la definición, los ritmos y los contenidos últimos los definimos nosotros”, es decir, los poderes económicos nacionales e internacionales y los reformistas del régimen franquista, repito, organizados y nucleados en torno a la monarquía.

Esto es lo que explica el galimatías y las confusiones permanentes en torno a si hubo o no ruptura, si fue reforma y qué tipo de reforma. Lo que está claro, de todas formas, es que hubo un cambio de régimen  y, desde ese punto de vista, hubo una ruptura con el régimen anterior pero que conscientemente se hizo para evitar lo que en Portugal y, en parte, en Grecia se dio: la ruptura democrática.

La clave tiene que ver con el poder y con la correlación real de fuerzas. Esto fue lo que el PCE y, especialmente Santiago Carrillo, eludieron una y otra vez y no tuvieron en cuenta, sobre todo, una vez que la Transición comenzaba. Lo sustancial de la ruptura democrática era el protagonismo en la transición de las clases trabajadoras, es decir, no es lo mismo un cambio de régimen con las masas en la calle y con un gobierno de transición, que lo que efectivamente se estaba dando en España, que era un cambio de régimen conducido y dirigido por los propios poderes del régimen anterior.

Adolfo Suárez, con el Rey de un lado y Torcuato Fernández Miranda de otro, es el que realizó y coordinó estos esfuerzos que muchos, incluidos el PCE, pensaban que eran imposibles. Era aquello de “régimen a régimen, hecho por la Ley”. Para eso, insisto de nuevo, tuvo que organizar la doble neutralización de los franquistas y de los rupturistas y, además, tomar la iniciativa política. Se puede decir que estas dos cuestiones las hizo con mucho coraje y habilidad. Suárez tenía determinación, sabía, en líneas generales, a donde había que ir y tuvo la habilidad táctica para ir sorteando las dificultades que surgían en el camino.

La Ley de la Reforma Política fue la pieza maestra: liquidaba de hecho la “democracia  orgánica” franquista y ponía las bases para unas elecciones democráticas. La iniciativa política la mantuvo durante todo el proceso y situó a las fuerzas rupturistas (PCE) a la defensiva. Y no solo esto. La aprobación masiva de dicha Ley por el pueblo español le daba algo extremadamente importante, legitimidad democrática y, desde ella, podía negociar con las fuerzas dentro y fuera del régimen. Hay que subrayar, las vueltas que da la vida, que en este paquete reformista iba la actual Ley Electoral: conocían mucho más de los que pensábamos en la oposición el país real y cómo impedir la fuerza del PCE.

Suárez es el último icono de la Transición. Hasta cierto punto, terminó siendo una figura rota. La Transición liquidó a dos de sus protagonistas, Suárez y Carrillo. Todo ello a la mayor gloria del Rey, 23-F mediante. Él sirvió a su señor, al núcleo de poder organizado en torno al Rey, y lo hizo con coraje y lo pagó duramente. Por eso su figura, insisto, como la de Carrillo, reflejan lo que fue, no solo la Transición, sino, lo fundamental, el tipo de régimen resultante. Desde un punto de vista de clase, se puede decir que los poderes dominantes determinaron sus contenidos básicos, señalaron límites infranqueables que no se podían rebasar y acotaron los márgenes de la democratización real de la sociedad. Hubo democracia, sí, pero limitada por los poderes fácticos, económicos y financieros, y por el “partido militar”. El dilema final (que el PCE no supo ver) no era una abstracta contradicción entre democracia y dictadura sino qué tipo, qué contenido, de democracia que efectivamente se iba construyendo y, sobre todo, el protagonismo en ella de las clases subalternas.

Hubo otro coste que nunca se tendrá suficientemente en cuenta: el miedo. El tipo de Transición que se hizo llevaba el miedo incorporado: el temor permanente al golpe de Estado y el terrorismo pesaban como una inmensa losa sobre el imaginario de las personas y gravitaba tremendamente sobre la memoria de la Guerra Civil. Esto es tan cierto que aún hoy el miedo a definirse políticamente, la ocultación de a quién se vota y por qué es usual en muchas partes de nuestra país. Lo que se ha llamado el franquismo sociológico tiene mucho que ver con esto. El régimen del 78 no nos hizo ciudadanos, seguimos siendo súbditos. El miedo al golpe fue el instrumento preciso para esto: libres, pero vigilados; derechos, pero limitados; libertades, pero sin garantías sociales.

(*) Manolo Monereo es politólogo y miembro del Consejo Político Federal de IU.
3 Comments
  1. soutelo1 says

    Muchisímas gracias, a Manolo Manoreo, por esta maravillosa pieza argumental sobre la hoja de ruta de lo que debía ser la Transición.excelente, para nuestra verdadera composición de lugar sobre donde veníamos y sobre lo que veraderamente se quería hacer:una pseudodemocracia.Se le llamaría democracia si no existiese el miedo en la ciudadanía, pero si existe, no somos libres. Es verdad ,libres, pero limitados , acotados.
    http://intentadolo.blogspot.com.es/2014/03/la-asquerosa-cola-del-terrible-11m.html

  2. Y más says

    Sigo pensando que se hizo lo mejor que se pudo y fue un éxito. Sigo pensando que la democracia se hace día a día y por todos. En eso, sí me parece que estamos retrasados con respecto a todo lo que se consiguió en tan poco tiempo. Los españoles estamos amodorrados, dormidos, acomodados al dolce far niente o -como mucho- al palo y tentetieso, que parece ser la tradición.

  3. tere says

    Ley PARA la reforma política, que cambia mucho. Él, junto a la sociedad, fuerzas políticas de entonces, consiguieron más cambios (elecciones libres, reforma fiscal, divorcio..) que el tiempo que llevamos viviendo en «democracia». Creo que es muy fácil desde ahora juzgar, y ya es tiempo que asumamos nuestras responsabilidades ( pueblo y políticos) o la ausencia de ellas.No reconocer los grandes cambios, para la época, con la amenaza constante , liderados por este hombre, es estar lleno de prejuicios.

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