Del saber inútil

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Agustín_García_SimónEn 1988, Jean François Revel publicó su El conocimiento inútil (edición española, Espasa Calpe, 1993 y 2006), un libro, como todos los suyos, radicalmente comprometido en defensa del sistema democrático y de la dignidad perdida y atropellada de la educación en la escuela y la universidad (“La traición de los profes”), frente a cualquier expresión de demagogia y toda forma de totalitarismo. Con acerada pluma, Revel planteaba en él cómo la información omnipresente y torrencial de la actualidad contemporánea no sólo no nos ha hecho mejores, sino que ha enriquecido y perfeccionado la manipulación letal de la mentira en la práctica política y su pensamiento. Al final de ese libro contundente, el autor se hacía la siguiente pregunta, y se respondía: “¿La suerte que tenemos de disponer de un número de conocimientos y de informaciones incomparablemente mayor que hace sólo tres siglos, dos años, seis meses, nos conduce a tomar mejores decisiones? De momento, la respuesta es: no”.

Más de veinticinco años después, el pesimismo se ha multiplicado, si cabe, no sólo por lo que se refiere a la información de los media, con toda su revolución digital, sino, sobre todo, a lo que afecta a la transmisión del conocimiento y la educación. Pero en el camino han aparecido algunos refuerzos que mueven a la esperanza para las minorías resistentes; algunos emblemáticos, como el libro de Martha C. Nussbaum (Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Buenos Aires/Madrid, Katz, 2010). Una denuncia ferviente sobre los sistemas educativos actuales como herramientas de la producción y crecimiento económicos, que cercenan y extinguen las humanidades y, por tanto, la posibilidad de formar ciudadanos del mundo, gentes cosmopolitas capaces de pensar por sí mismas y anteponer de manera crítica la solidaridad humana a las miopías locales o nacionalistas, el beneficio, el éxito mundano o el dinero; ciudadanos conscientes, en definitiva, de sus derechos y obligaciones en las sociedades democráticas actuales. La ausencia de este tipo de ciudadanos, como freno de la corrupción y la demagogia, ponen en riesgo nuestras sociedades abiertas, de nuevo seriamente amenazadas por el fanatismo y la barbarie, en un proceso agravado aceleradamente por la transformación de los ciudadanos en autómatas utilitarios o, si se quiere, en mera extensión de los artefactos de la tecnología de la era digital, también llamada “la segunda edad de las máquinas”.

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Cubierta de la obra de Nuccio Ordine.

Una respuesta de fondo a algunas de estas preocupaciones fundamentales, sobre la deriva exclusiva hacia el lucro y el beneficio de nuestras sociedades actuales, se publicó en 2013 en forma de modesto “manifiesto”, o sea, el libro más que necesario de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013), que, contra todo pronóstico en un tiempo en que se prima y premia la lectura de usar y tirar, ha alcanzado en estos primeros meses del año en curso nada menos que la décima edición, es decir, una verdadera noticia del periodismo cultural. Este librito de feliz destino merece, pues, ser recuperado como instrumento, a su vez utilísimo, en la sensibilización que conduzca a la lucha por la belleza y la razón que dignifican al ser humano y sus obras, lejos del pragmatismo grosero de nuestro mundo actual. En él, a través de textos de filósofos y escritores de la más fecunda tradición cultural, se pone de manifiesto cómo lo que ha elevado la civilización y prevalecido como lo más grande de la dignidad y el talento humanos se debe no al objetivo de los rendimientos prácticos, sino a la utilidad del conocimiento inútil, entendiendo por utilidad lo que puede mejorar a los hombres, no los réditos que les producen sus obras.

El saber inútil, entonces, no es otro que el que alumbra, alimenta y desarrolla la capacidad intelectiva, crítica, del interior de cada persona, el que nos prepara y conduce a ser nosotros mismos, con una independencia solvente para discernir y pensar acerca del mundo que nos rodea; de modo que en cualquier momento y situación seamos capaces de elegir y tomar decisiones soberanas, por encima de cualquier influencia, presión o manipulación. El conocimiento inútil es la base de cualquier utilidad futura, el que nos permite distinguir entre tener y ser, entre las apariencias y la verdadera importancia; el único capaz de traspasar la superficie, la costra, la corteza de las cosas, la epidermis de las personas y su máscara; aquel que traspasa las modas, las vacuas pretensiones, el poder de las relaciones humanas, la impostura de los personajes creados…, para reconducirnos hacia el entendimiento y la comprensión de la esencia de las cosas y las personas, su verdadera naturaleza, valor y calidad. Un saber, un conocimiento, a los que no se llega sin la ayuda y familiaridad de la filosofía, la historia, la literatura, el arte, la ciencia especulativa… y el amor apasionado, vocacional, desinteresado por la sabiduría y la enseñanza de los auténticos maestros, especie en plena y total extinción, de la que habrá que guardar como bien precioso su ADN para poder recuperarlo en un futuro más propicio.

Todo ello ha sido marginado, extinguido y sustituido en la sociedad, la economía y la política de los últimos decenios por su antítesis: el conocimiento útil, es decir, aquel que considera un gasto superfluo e injustificado socialmente la impartición del conocimiento inútil, al que ha borrado de los planes de estudio a base de recortes, primando exclusivamente los estudios prácticos y su potencial eficacia en el mercado laboral, con desprecio absoluto de cuanto no conduzca a un fin de beneficio, lucro, promoción o triunfo económico y social. El resultado, grosso modo, es la igualación por abajo en las escuelas, con riesgo de promociones sistemáticas de neoanalfabetos; las universidades se consideran empresas, sus alumnos, clientes; sus profesores se han convertido en burócratas que rellenan fichas para estúpidas estadísticas que alimentan el negocio, emiten informes alucinantes y evalúan continuamente los posibles métodos de evaluación… Fuera, cierran las librerías y subsisten preteridos las bibliotecas, los museos, la música… Una aberración consentida y tolerada que amenaza seriamente el porvenir.

El problema es que todo va unido intrínsecamente al concepto y sentido de la libertad y de la democracia, que necesitan no sólo un suelo fértil y abonado para su existencia y buena salud, sino un convencimiento firme y una voluntad decidida en su defensa innegociable, algo imposible sin ciudadanos hechos gracias al conocimiento y pensamiento inútiles. No deja de ser significativo y revelador cómo a los bárbaros que nos amenazan, una de las cosas que más les irritan sea, precisamente, las obras nacidas del conocimiento inútil, del arte de los siglos. Los toros alados de la civilización asiria, por ejemplo, o los Budas de Bamiyán…

2 Comments
  1. perniculas says

    Como siempre, magnífico. Lo difundiré por la red… A ver si el rebaño y los pastores que gobiernan se detinen a observar el paisaje que hay delante, que ya sería un triunfo. Un primer paso.

  2. Retogenes says

    Siempre que oigo hablar de que se está perjudicando a «las humanidades» (como si la ciencia no fuese algo hecho por los humanos) me siento profundamente irritado porque creo que es la gran mediocridad de la mayoría de nuestros «humanistas» la que nos ha llevado aquí, por arrinconar a las ciencias, cosa que los auténticos humanistas del renacimiento jamás habrían hecho. Los humanistas de entonces, com oPlatón, sabían matemáticas. Los de ahora cubren su ignorancia de erudición, repitiendo citas de otros y sin aportar casi nada original. Ciencias (no digo tecnología de aplicación inmediata) y letras sufren igual maltrato en la enseñanza, en los medios y en nuestra sociedad. Ambas, si son auténticas, son pensamiento, imaginación, originalidad y espiritualidad (al menos en el sentido de búsqueda de la verdad y de entendimiento del mundo), de formas diferentes. La separación que se establece entre ambas es artificial y sólo intenta encubrir ignorancia.

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