Símbolos

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Dos operarios del Ayuntamiento de Barcelona retiran el busto del rey Juan Carlos I del Salón de Plenos del consistorio catalán, el pasado 23 de julio. / Efe

Los símbolos hablan en demasiadas ocasiones idiomas perdidos, lenguas muertas. Son imágenes de una realidad idealizada que se refleja en un espejo deformado por el tiempo, en el que las siluetas se distorsionan y los reflejos se difuminan. Algunos en el busto de Juan Carlos I retirado del Ayuntamiento de Barcelona ven una historia grande, que comienza con Alfonso XIII visitando, allá por 1904, la misma Corporación municipal. Y consideran este siglo largo transcurrido desde entonces la evolución lógica y natural de una relación filial. Todo sigue en orden, como tiene que ser, como marca la ley.

¿La ley? “La ley, dice, puede compararse a un inmenso y destartalado edificio, con los pasillos llenos de jueces altivos y corruptos, y de ruidosos abogados hambrientos de dinero. Pero si se abre un agujero en los muros de ese edificio se deslizará por él toda la basura del mundo, inundándolo por entero hasta dejarnos a todos cubiertos de mierda” (“Días felices en el infierno”. György Faludy. Editorial Pepitas y Pimentel).

Otros muchos solo ven una fea estatua de un señor que cazaba elefantes y tenía amantes. La edad del bronce. Apenas 34 centímetros de chatarra reconstruida. ¿La carga simbólica de la esfinge en cuestión? Lo siento mucho, no volverá a suceder, pero después de visitar el Museo Británico, las pirámides de Egipto y la sala de trofeos del Atlético de Madrid no me queda hueco en el disco duro para más cargas simbólicas. Sobredimensión simbólica, sin duda. Bueno, espere, espere, que igual puedo hacerle un hueco…

El símbolo de la España actual, la representación perfecta de nuestro país, es una figura en movimiento. Una imagen dinámica y soleada, a años luz del estático busto del padre de Felipe VI, en la que un hombre que pudo reinar se lanza al mar en un salto felino. Una representación épica que Miguel Ángel hubiera bordado en mármol blanco, sustituyendo el músculo por lorza, pero que solo es obra de un paparazzi para el papel cuché: Rodrigo Rato se lanza a aguas de Mallorca (Islas Baleares) desde un yate ante la mirada admirativa de su joven novia. Dos días después de negarse a declarar ante el juez, el ex ministro de economía chapotea como una nutria, libre como las corrientes marinas, fresco como una lechuga, ajeno a un país que se cuece en su propia corrupción

Rato de vacaciones en un yate. Los cerebros de la trama Púnica (financiación ilegal del PP, sobres con dinero, sobornos con joyas, vacaciones u obras de arte y una red bien tejida de tráfico de influencias) desnudan sus secretos en conversaciones grabadas por la Guardia Civil.  Granados asegura que Ignacio González sabía “todo lo de las tarjetas black” en Caja Madrid. Un tsunami de símbolos en proceso de putrefacción, en medio del cual nos intentan convencer, como en esos regímenes totalitarios que siempre tiene en la boca Esperanza Aguirre, de que un busto de un rey es una alegoría de nuestro tiempo. No. Nuestro tiempo es el de José Miguel Moreno, exdiputado del PP en la Asamblea de Madrid y exalcalde de Valdemoro, símbolo de un Gobierno corrupto: "Estoy tocándome los huevos, que para eso me hice diputado... Bueno tío, pues nada, que me voy de vacaciones. Prepárame la pasta".

2 Comments
  1. Oghaio says

    ¡Qué buen retrato de «Ejpaña»!
    Tan vitriólico como certero…

  2. Esfinge de La Mancha says

    A ver paisano, me parece que te refieres a la «efigie», que no a la «esfinge», que es otra cosa. Revísalo.

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