Una gesta y mil fracasos

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Ignacio Gutiérrez de Terán *

Gutierrez-TeranEn 1991, una mujer siria de treinta años llamada Samira Khalil recupera la libertad. Había pasado cuatro años de cautiverio en las cárceles del régimen de Háfez al-Asad, acusada de pertenecer a un partido clandestino, en concreto una facción comunista enfrentada al PC oficialista y aliado del Baath (formación socialista panárabe) hegemónico. Poco podía imaginar entonces que veinte años después millones de sirios saldrían a la calle a demandar la justicia y la libertad que ella tanto ansiaba; mucho menos que en 2013 acabaría recalando en la zona donde se hallaba la cárcel de mujeres de Duma, su antiguo lugar de confinamiento, y que padecería junto con decenas de miles de compatriotas un asedio feroz, para, a la postre, caer secuestrada en diciembre de ese mismo año por, todos los indicios apuntan a ello, un grupo islamista. Desde entonces, nada se sabe de ella, ni de sus tres compañeros: la conocida defensora de los Derechos Humanos Razan Zaituneh, el marido de ésta, Wael Hammada, y el abogado, activista como todos ellos, Nazem Hamadi.

El libro traducido por Naomí Ramírez Díaz y publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, en su esforzada y admirable labor por publicar textos que muy pocos parecen dispuestos a asumir, en un país donde cada vez se lee menos y se entiende menos aún, refleja con trazo doloroso la tragedia en que ha devenido Siria como nación, sociedad y estado. La historia del “manuscrito” y su disposición aportan ya de por sí un rasgo de tragedia: ni el título ni el orden de las jornadas ni siquiera la introducción son de Samira Khalil, porque ella ni siquiera había pensado en hacer este libro. Lo que se presenta ante nuestros ojos no es un recuento organizado y premeditado de las penurias del inclemente asedio decretado por las fuerzas gubernamentales a la región “rebelde” de al-Ghuta, donde se encuentra Duma. En verdad, nunca tuvo la oportunidad de elegir el momento adecuado para su publicación ni preparar una dedicatoria. Ni discutir con sus amigos, o la editorial, el título más indicado.

Tampoco pudo hacerlo con su marido Yassin al-Haj Saleh, otro activista, escritor en este caso, a quien alguien hizo llegar desde al-Ghuta unos folios con notas personales de Samira a los que añadió entradas que esta había alcanzado a publicar en Facebook. Su labor de edición, junto con una presentación y varios artículos suyos y del novelista palestino-libanés Elías Khoury, uno de los pocos izquierdistas árabes que ha expresado un hálito de humanidad y coherencia política hacia el padecimiento sirio, completan este diario que nunca debería haber sido un libro. Todo ello se acompaña con una incisiva y contundente presentación, como no podía ser de otra manera, de Santiago Alba Rico.

Si, por ventura, leen las palabras de Samira Khalil, a pesar de su concisión, podrán vislumbrar lo que está pasando en Siria, no sólo desde 2011 sino desde la década de los sesenta del siglo pasado. Un sistema policial, represivo y feroz, que mantiene en vilo a sus súbditos, en especial a los que se atreven a tener ideas políticas propias, y que nunca te deja saber si volverás a casa después de una jornada de trabajo o si podrás algún día firmar tus libros.

Las reflexiones de Khalil, concisas, directas y sin circunloquios, son cuchilladas. Aldabonazos de un j´accuse contra casi todo: el poder clánico de los Asad, cuyo sadismo implica decretar la muerte de sed, inanición y barriles de pólvora a parte de sus súbditos; contra todos los países, del entorno y más allá, y las organizaciones de derechos humanos, que no han hecho nada para siquiera llamar a la barbarie por su nombre; contra los partidos, de derecha, centro e izquierda, sobre todo los de esta última, cuyo silencio o comprensión con el plan de tierra quemada del régimen y su aliado ruso ha sido especialmente lacerante; contra parte de los propios sirios, que han utilizado la revolución para obtener beneficios personales; contra los representantes de la oposición en el exterior, ineficaces y venales; contra, contra, contra… ¿Qué cabría decir de la desidia de todos y todas ante el acto de degradación de la condición humana que se ha perpetrado en Siria?

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Portada del libro de Samira Khalil. / orienteymediterraneo.com

Lo que viene pasando en Siria desde hace seis años representa un fracaso para todos. La imagen de un caballo desbocado, con los ojos vendados, que se dirige a un precipicio ante la mirada displicente de un público entumecido; el recurso de una película de suspense en la que todo el mundo sabe que la bomba está debajo de la silla donde se sienta el protagonista, ignorante del destino que lo apremia. Este diario, que nunca debería haber visto la luz, traslada el dolor y la desolación más allá de la piel de los sirios, pero, nos tememos, seguirá cayendo en saco roto. Su publicación en español vino a coincidir con la toma de Alepo por parte de las tropas gubernamentales y sus milicias aliadas, tras años de asedio y destrucción programados. Una ciudad desolada, como otras tantas en Siria, un castigo cruel infligido a civiles condenados al hambre, al frío y al asco. No ha pasado gran cosa.

En el momento en que se escriben estas líneas “resuenan los ecos” –qué expresión tan petulante- del informe de Amnistía Internacional sobre la cárcel militar de Sednaya y los 13 mil ahorcamientos de opositores allí hacinados. No se han visto muestras de repulsa internacional dignas de consideración. Tampoco se dijo mucho más cuando se hicieron públicos informes bien documentados, asimismo demoledores, sobre las atrocidades cometidas en esa misma prisión y en otras muchas, como la de Adra, Mezze y la ominosa Palmira, antes y durante la revolución.

La literatura carcelaria siria, por desgracia, es abundante y variada, como puede verse en las novelas-diario de intelectuales izquierdistas de la talla de Mustafá Jalifa, Farach Bayraqdar, Aram Karabit o el propio al-Haj Saleh, o de islamistas, como Abd Allah al-Nayi o Jáled Faysal. Muchos de ellos personas que “pasaban por allí”, como la presa Heba Debbagh; sin embargo, resulta muy escasa si se tiene en cuenta que son cientos de miles los sirios que han penado en las mazmorras de los Asad. Pero eso ya tampoco cuenta mucho, porque las prioridades de la guerra de destrucción llevada a cabo por aquellos ha impuesto una nueva práctica y su consiguiente literatura: el asedio a poblaciones enteras. Cómo será que Khalil misma afirma en varios pasajes que la cárcel era mucho menos mala –una “broma” incluso- que padecer la reclusión de un cerco, con sus bombas, armas químicas, cortes de suministros y francotiradores inclementes.

Ahora bien: por encima de todos estos fracasos se eleva la inmensa gesta de gente como Khalil y una multitud de personajes anónimos, que hacen lo más difícil: resistir. Khalil no se queja de lo que le ocurre a ella en estas páginas: es consciente de que, al fin y al cabo, como le escribiera una vez su padre cuando estaba en la cárcel, “las personas son las posturas que adoptan. Vosotras elegisteis: estad a la altura de vuestra elección”. Peor estaban las familias atrapadas en el laberinto de controles y tierra yerma, las madres impotentes ante la enfermedad y la agonía de sus hijos, los ancianos condenados a morir de hambre…

Ella sabía ya en 2013, al igual que otros muchos dentro y fuera de Siria, que la revolución, para triunfar, necesitaba “apoyo humano, ético, económico y político”, pero que carecía de todo eso. Reprimida por un régimen clánico y despótico, violentada por grupos políticos y armados oscurantistas, como el que la secuestró, manipulada por los grandes intereses regionales e internacionales, puestos de acuerdo para dejar el conflicto sirio en flotación perenne, es una gesta, fabulosa, que personas como Samira Khalil y con ella miles, cientos de miles, sigan resistiendo y albergando la ilusión de un cambio radical. Al final, su tesón particular vencerá a nuestra universal indiferencia.

(*) Ignacio Gutiérrez de Terán es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid.

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