Memoria del exilio interior. Almería en la posguerra civil española

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Julián Sauquillo

Cubierta de la obra de José Siles Artiles.

La experiencia individual de la posguerra en Almería fue semejante a la dada en cualquier provincia de España con escasas variaciones. Los aparatos de propaganda del  Nacional Catolicismo y del Movimiento Nacional se ocupaban de extender sin excepciones un discurso triunfalista por todo el territorio nacional. Lo hicieron a costa de mantener desinformados a sus ciudadanos de los avances de los ejércitos aliados frente al alemán en la Segunda Guerra Mundial; de ocultarles las reivindicaciones de Don Juan desde Estoril, como sucesor legítimo a la corona, de una Constitución refrendada por el pueblo español; de hacerles ignorar las resistencias del maquis; o de escamotear cualquier reunión clave de la oposición antifranquista para superar la dictadura como el III Congreso del PSOE en Toulouse.

La represión franquista era igual de implacable en Almería que en Huesca, con algunas diferencias geográficas que el franquismo lamentaría no poder superar. Ya se tratara de una provincia con salida al mar o sin ella, la represión era, en todo lugar, a puerta cerrada.

Por ello, el episodio personal sufrido por José Siles Artés es un testimonio imprescindible del “exilio interior” de un joven -entre los trece y los veinte años- en una España reservada para la clientela política afecta al régimen. Su obra, Al pie de la Alcazaba (1943-1950) (Instituto de Estudios Almerienses, 2012) *, es testigo de una represión política que cabe perdonar pero no olvidar. Trasladado de Garrucha a Almería para buscar alguna salida familiar,  comprueba, en primer lugar, que el régimen ya había destrozado el monumento a los “Coloraos”, levantado en homenaje a veintidós militares ejecutados en 1824 por su osadía de demandar la vigencia de la Constitución de 1812 en 1824. El Régimen despreciaba cualquier manifestación de liberalismo por lejana que fuera. Cuarenta años hicieron falta para reponer la recreación de este memorial progresista demolido. Los niños de la época estudiaban en las aulas bajo la lápida conmemorativa del que había muerto en los campos de Rusia integrado en la División Azul. Así que sólo cabía callar o disimular cualquier pasado republicano e inclinar la cerviz si querías sobrevivir. Se trataba de un destino humillante, compartido por millones de hombres y mujeres, y no sólo por figuras históricas admirables. Este libro de José Siles Artés es la memoria necesaria de millones de seres ignorados, sin palabra. Si el estructuralismo francés daba cuenta de la existencia del gato sin describir sus uñas, tan sólo relatando el estremecimiento nervioso de unos aterrorizados ratones, estas memorias dan cuenta de la dictadura del Caudillo sin describir la capacidad castradora del general Franco sino testificando el terror y la miseria social padecida por los perdedores.

Al pie de la Alcazaba es un apelativo de Almería para quien conozca la ciudad. Del lado sur de la Plaza Vieja, sale Almanzor Baja -domicilio del autor- que se empina recorridos ciento cincuenta metros, aproximadamente, en Almanzor Alta al pie de la majestad de la Alcazaba. Bajo su seno mastodóntico, se concentraba un dédalo de miseria conscientemente ignorado por la oficialía. Es el lugar del drama de uno de tantos jóvenes que por incumplimiento reglamentario de la escolarización se ve obligado a estudiar por libre. Algo que le marcará como “outsider”, condenado a acarrear mucho más esfuerzo, abandonado a sus propias fuerzas. En este mundo, las oposiciones para enseñar en el Paraíso Nacional Católico estaban amañadas para las víctimas franquistas de la guerra y los héroes del Alzamiento Nacional. No le fue posible seguir, por ello, la dedicación de maestro de su familia. La experiencia de la reválida por libre, que abría paso a la elección de carrera, se saldaba ante un temible tribunal de mandarines universitarios ante los que rendía cuenta la chiquillería de obligados autodidactas. Así de duro era siempre. La socialización anticipada era obligatoria para los hijos de los perdedores: José Siles es comisionado por su familia para que visite a su tío Pepe Artés al locutorio de la prisión de republicanos con tan solo catorce años.

El libro reproduce dos lenguajes y dos mundos tan poco mezclados como el agua y el aceite. Uno de los lenguajes es el oficial: el periódico El Yugo, las Disposiciones Eclesiásticas de la Santa Sede, la Convocatoria al Cuerpo de Magisterio o las Instrucciones para el Votante de la Ley Sucesoria eran textos ignominiosos para reprimir a los desafectos, beneficiar a los afectos, premiar el sufrimiento, alentar la beata castidad o convertir a la mujer en una pieza más del orden patriarcal doméstico. La máquina de coser es la encarnación del dolor de la mujer, ajena a cualquier independencia, mero engranaje de la hechura de la ropa interior y de vestir. Había, de un lado, un cuerpo de afines enchufados en la administración y, de otro, unos talleres que operan como agujeros negros de masas de costureras. De acuerdo con el lenguaje administrativo, un filósofo podía presumir de argumentario escolástico tridentino para rebatir sin contemplaciones el estraperlo y hacer la vista gorda con su campeo. El otro lenguaje resiste al poder oficial. Discurre ágil, pese a todo. Bien se trata del rítmico de fruteros y pescadores, que obran como altavoces mercantiles de los que se perdió su “archivo sonoro” – se lamenta el autor-, o bien coincide con la resistencia ilustrada de maestros preclaros, la sobresaliente maestra literaria Celia Viñas o el movimiento pictórico Indaliano capitaneado por Jesús de Perceval.

Como había dos lenguajes, había dos mundos. Uno obligaba a sufrir, llorar y arrepentirse. Se daba tanto colectivamente en la semana Santa como individualmente para sacrificar al portero de fútbol Martorell a enfrentarse en los pesos pesados del campeonato nacional de boxeo en Almería.  Por alto y desgarbado, en ausencia de peso pesado almeriense, estaba condenado a auto inmolarse. Tan víctima era quien hincaba la rodilla inerme en el cuarto asalto como aquel al que se le presumía un pene descomunal. En aquel ambiente tan beato y mediocre cualquier diferencia corporal era motivo de escarnio. Pero este testimonio del exilio interior, por momentos, señala un punto de fuga pagano: los baños en el mar, el voyerismo del cuerpo femenino desnudo, las visitas iniciales y sin blanca por el barrio golfo llamado Las Perchas. En medio de la humillación y la marginación, la ilustración, la libertad y la alegría popular se elevaban. Por encima de la granítica y fría España eterna, se atisbaba siempre la inteligencia nunca definitivamente doblegada.

Esta generación del exilio interior se quedó, muchas veces, sin palabra, girando alrededor de un lenguaje cargado de subordinadas, un lenguaje que chirría y no discurre. En cambio, José Siles Artes ha protegido un lenguaje directo, ágil y sencillo contra el  enmudecimiento y el enredo de la represión. Lo ha salvado. Catedrático de filología inglesa y traductor de Poe, Chaucer, Coleridge, Keats y tantos otros, ha hecho bueno el consejo de Borges de no incurrir en el barroco español. A él no le tiene que enseñar un inglés a escribir un buen español con la frase corta y excelentemente construida. Ha logrado una transparencia admirable en el lenguaje. Su escritura discurre sin la morosidad del circunloquio. No se mezcla nunca con la ampulosidad y la grandilocuencia hueca de los bandos franquistas. Le chocará al lector ver como Siles intercala estos textos cadenciosos y cicateros de la dictadura sin hacer paráfrasis de ellos, sin hacerlos suyos bajo ningún concepto.

Estamos ante una inmersión fiel de la memoria de un exiliado interior. Rinde tributo a millones de seres tan maltratados como él por el franquismo. No por ello, los juegos de la memoria –“ahora veo bien claro”, “lo rescato de la memoria”- dejan de ser creativos por difíciles. A veces, su memoria se rinde al largo tiempo pasado. Así ocurre cuando quiere recordar el monto de la exigua beca que le anima a emprender su salida definitiva de Almería a Granada. Una beca que no llegó a cobrar. Recupera una experiencia modificada por los cambios urbanísticos de la ciudad, la desaparición de los comercios, las transformaciones políticas, la inmadurez de aquellos personajes muy jóvenes, el propio encogimiento de los adultos. Pero el daño político fue objetivo e  inmenso para millones de republicanos atrapados en su país por muchas décadas. No queda duda de que la altura moral de su narrador permanecerá con estas memorias. Un personaje, él mismo, sobresaliente que permanece alerta ante los desmanes del franquismo. Saltó el muro infranqueable de la dictadura. Se desarrolló intelectual y vitalmente. ¿Pero quién no sale tocado de aquel infierno? Venció pero no triunfó. Aquellos truculentos años permanecen en el recuerdo como el secuestro al que a nadie se puede condenar. Ni a los afanados en demostrar su musculatura corporal e intelectual en la existencia más denigrada. Nadie sale indemne de aquella existencia vejatoria. Ah infeliz destino, aquel que pueda depararnos algo semejante.

(*) El libro fue presentado, recientemente, por el historiador Alberto Gil Novales, la escritora Eloísa Gómez-Lucena, el autor y yo mismo en el Ateneo de Madrid. Esta institución, destacada por mantener viva la memoria histórica de la España contemporánea, afronta su peor momento económico y se somete a un plan de viabilidad extremadamente duro actualmente.
10 Comments
  1. susana says

    Todavía vivimos la represión, playas como guetos, barrios marginales, pueblos de murmuraciones. ¡Qué asco!

  2. Indalecio y Encarna says

    Por que no se ha restituido a los derrotados y a sus hijos, es necesaria la rehabilitación de la memoria histórica republicana. Tiempos lúgubres de franquismo y de ribetes de reposición

  3. Juan Antonio Devlet says

    El autor del Libro ha vivido esta terrible experiencia de joven cuando mas marca psicologicamente para toda la vida y quizas mas todavia cuando uno es mayor.En la guerra incivil que ha habido hubo barbaridades en ambos bandos y la memoria historica no debe servir para enfrentar a los españoles unos contra otros sino a lo contrario para la autocritica y el reconocimiento de los errores cometidos

  4. franredal says

    Había leído hace ya algún tiempo la obra de José Siles, Al pie de la alcazaba, y había tomado mis notas y decantado mis impresiones. En el acto de presentación, en el Ateneo de Madrid, pude descubrir aspectos inadvertidos de la misma; esto es muy corriente y le ocurre hasta a los propios autores cuando oyen o leen a sus críticos.
    Leyendo estas memorias, una vaharada de recuerdos y emociones me vinieron del pasado, del de Siles y del mío propio, que no andamos muy desparejados en la edad. Fue una experiencia reposada y tierna, en la que volví a oír canciones o anuncios, como aquel de “Mi novia con su vestido / va llamando la atención…” y vi de nuevo aquel aparato dispensador de aceite, que parecía surgir milagrosamente ex nihilo, por un suave movimiento del brazo del tendero y a mí me tenía maravillado de niño. Es justo y honesto pensar que albergaba algún truco para engañar a la clientela, porque un aparato de medida que no incluya la posibilidad de sisar un poco al comprador no puede considerarse perfecto, en sentido estricto.
    No sorprende la fascinación de Siles y sus amigos por el mar y los barcos, que narra con exquisita prosa: “Sus quejumbrosas sirenas de atraque y desatraque eran un canto poderoso que hacía temblar el aire, penetraba por las calles de Almería y subía por sus azoteas”. Homme libre, toujours tu chériras la mer! Es un verso de Beaudelaire, una de las citas más traídas y llevadas de la literatura. Pienso modestamente que hasta que no se conoce el mar no se sabe cómo es el mundo. Y da la casualidad de que yo, de tierra adentro, descubrí el mar justamente en Almería, la ciudad que recuerda, sueña o inventa Siles. Todo es lo mismo, el mundo no es como es, sino como se recuerda.
    El libro es también una vuelta a Ítaca, a esa Ítaca íntima y entrañable que todos guardamos, perdida en algún pliegue de nuestra memoria. Podría pensarse que en las personas ‘viajadas’, como es notoriamente el caso de nuestro autor, ese sedimento del pasado es más tenue. Me atrevo a afirmar con rotundez que no. Quizá hasta lo contrario. Lo que cuenta es la infancia; un famoso autor teatral americano, Philip Barry, escribió que todo lo que nos sucede después de los doce años carece de verdadera importancia.
    Podría muy bien llevar razón. Me refiero, claro, a esa patria puramente local en la que crecimos, las imágenes en las que se ejercitaron inicialmente nuestros ojos, los ruidos con que empezamos a conocer el mundo, las canciones, las palabras y los acentos primeros. El mundo de Dios siempre me ha parecido ancho, libre y lleno de caminos. En cambio, esa patria de la que hablo tiene una extensión mínima y está poblada de unos pocos seres, cuyos nombres nos son perfectamente conocidos. No es sólo que sea distinta, es que es única y la que comienza a encellar el alma. A veinte kilómetros ya no existe, ya se está en otra patria. Pues justamente de esa patria es de la que habla José Siles en ese pequeño tesoro de libro.
    No puedo alargarme más. Hay que felicitar y agradecer esas memorias al Prof. Siles y es lo que hago en estos párrafos. ¡Enhorabuena!

  5. jose marìa parra says

    En su libro de memorias, «Al pie de la Alcazaba (1943-1950)», José Siles reconstruye con singular maestría los lugares, los ambientes, los personajes, el clima social y humano, en suma, la mentalidad colectiva de una población de potsguerra -la almeriense- y nos los muestra a través de las impresiones, recuerdos y pensamientos del autor: un adolescente que despierta a la vida.
    En esta novela, lo local se convierte en historia viva frente a esa otra historiografía formal, académica, científica, que destaca los datos y hechos del pasado con frialdad objetiva.
    Los protagonistas, en este caso, no son los grandes prohombres que mueven el hilo de la historia sino los jóvenes de su generación, su entorno familiar más inmediato, y el pueblo a través de sus personajes populares más reconocibles. De ahí su gran interés humano.
    Pero si trascendemos el ámbito de lo cotidiano, Almería se nos muestra como clave y síntesis histórica del resto de las ciudades españolas de potsguerra sometidas al mismo régimen de cosas.
    El relato se estructura en torno a una secuencia temporal, rigurosamente cronológica, que va marcando el ritmo de los acontecimientos. Sobre este marco cronológico, se superponen el «tiempo psicológico» del autor, dinámico y cambiante, en el que se va fraguando su personalidad y con ella una visión más crítica y comprometida del contexto social y humano de su entorno; el «tiempo real», el de una población de supervivientes que luchan por salir adelante entre penurias y estrecheces; y el «tiempo oficial» interesado en mitificar esa realidad social, sacralizarla, y falsearla a través de la prensa local -el «Yugo- que como un dogal impide cualquier posibilidad de cambio y transformación.
    En su afán por llegar a un público lector lo más amplio y plural posible y dotar de amenidad al relato, el autor escribe utilizando una técnica de pinceladas rápidas, frases breves, con una sintaxis sencilla y una gran concisión en el uso del lenguaje.
    José María Parra Ortiz

  6. ocransanabu says

    Pienso que el libro nos muestra una realidad que se no está escapando. Personas que eran hijos de los perdedores de la guerra civil y que han vivido gran parte de su vida adulta en una larga dictadura y que ahora están llegando al final de su vida. Tuvieron que callar, apretar los dientes y aprender a hacer oídos sordos ante los continuos golpes de pecho del Régimen. Y tuvieron que convivir con la mediocridad, la mansedumbre, la hipocresía y el servilismo general. Tuvieron que ser mejores en todo aquello que hicieron porque no contaban, como muchos otros, con ningún tipo de empujón para hacerse un hueco en la profesión que hubieran elegido. Afortunadamente, su vida ha ido de peor a mejor. Han vivido el albur de la democracia en una época ya madura y han participado en la construcción de un país moderno, tolerante y por fin europeo. José Siles nos deja su legado de esos “años de plomo” de la postguerra y es de agradeceder. Y siento al mismo tiempo una enorme tristeza por su padre, maestro y republicano de pro, honesto y ejemplar, que vivió una vida de mejor a peor, con todas sus ilusiones arruinadas por la brutalidad militar africanista, en nombre del todopoderoso “orden establecido”. Y como él, millones de hombres que soñaron un futuro mejor y que murieron aplastados, mudos por la losa de los vencedores, obligados diariamente a sonreir, saludar y humillarse ante los vencedores para poder llevarse al menos un pan a la boca para ellos y sus familias. Descansen en paz

  7. maribel says

    José Siles nos invita en este su último libro a mirar la España de posguerra a través de los ojos de un preadolescente lleno de ilusiones, de esperanzas, de ganas por descubrir, por entender lo que no logra comprender: los silencios, las restricciones, las imposiciones, la necesidad de seguir dividiendo y clasificando entre buenos y malos, entre ganadores y perdedores.

    Con su prosa limpia, cuidada y ágil, engarza recuerdos y apuntes bibliográficos con la proyección de opiniones hechas desde el presente; críticas -en algunos casos amargas- hacia aquello que sintió robado, porque ciertamente lo fue.

    Muchos de los compañeros de juegos y secretos, forjaron con esfuerzo y agallas un futuro mejor del que a priori les esperaba; otros muchos no tuvieron ni la suerte, ni la oportunidad, ni las ganas, subsistiendo a fuerza golpes.

  8. rachel says

    Almería 1943-1950, entre El Yugo y el valor de la educación. Al pie de la Alcazaba (1943-1959) de José Siles Artés
    Leí los recuerdos de la juventud y la memoria crítica de los años de la posguerra de José Siles Artés con placer sosegado. El libro es un documento con especial relevancia en este momento (principios de 2013) en que estamos intentando digerir y comprender el terremoto social y ético que nos ha venido encima a la «gente corriente» de este país. Nos sirve de punto de reflexión para poner en perspectiva nuestra incomprensión ante los valores enfrentados de los extremos de la sociedad, entre lo superfluo y lo necesario, la corrupción y la solidaridad, la vez que luchamos por no perder todo lo que se ha ganado desde la época de la que nos habla el libro.
    En Al pie de la Acazaba, Siles presenta al lector, a través de los ojos de un niño-adolescente, la vida cotidiana de una familia de la banda de los vencidos, que lucha por salir adelante, cubrir las necesidades de la vida diaria, y, en su caso personal, abrirse un camino por medio de la educación. El esfuerzo diario por la subsistencia y la formación tiene lugar bajo la nube gris de la desinformación de la propaganda franquista, con sus falsas llamadas al júbilo ante las bondades del dictador y las supuestas victorias del Eje, y al disfrute de las celebraciones católicas. Siles nos teje un texto delicioso que se mueve entre la mirada personal y cándida del joven narrador y las estridentes voces institucionales del periódico local, El Yugo.
    Sin la más mínima nota moralizante, es un mensaje necesario hoy.

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