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‘El colapso’: la turbadora serie de la que todo el mundo habla

  • "La colapsología funde ecología, economía, psicología, agricultura, demografía, antropología, sociología, política y hasta futurología"
  • Una película de zombies pero sin zombies y una película futurista pero demasiado cercana al presente

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Como sucedió con el sorprendente éxito de El hoyo, producción española que se convirtió en un fenómeno de espectadores a nivel mundial en Netflix y de la que hablamos en cuartopoder, la serie El colapso ha tocado la fibra de muchos en plena pandemia. Su tema, un colapso en un país desarrollado como Francia, ha interesado a muchos y en nuestro país la podemos ver en la plataforma Filmin.

Si bien El hoyo era una película de ciencia ficción que planteaba un futuro en el que la brecha social era bestial y en la que muchos se conformaban con las sobras de los banquetes de otros pocos, en El colapso no hay demasiada ciencia ficción y sí unos terribles acontecimientos que pueden suceder más pronto de los que pensamos. Su recepción, por la escasa dosis de fantasía y una evidente cercanía a un oscuro futuro de sus tramas, se parece a otro fenómeno ligado a la pandemia: la nueva vida que logró la película Contagio, en España disponible en HBO. Verla ahora resulta escalofriante porque en la película de Steven Soderbergh, de 2011, todo empieza con un murciélago y en el film se usa constantemente el término “distanciamiento social”.

El colapso es buena televisión y francesa para más señas. No todo va a ser Hollywood y no todo va a estar en Netflix, Amazon, HBO o Disney. Sus creadores son Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto, conocidos como Les Parasites y antiguos estudiantes de L’ École internationale de création audiovisuelle et de réalisation (EICAR). Tras presentar a Canal+ el episodio que transcurre en una gasolinera a modo de piloto, la cadena aceptó producir los otros siete y comenzó a emitir la serie en Francia a finales del año pasado. Aprovechando la pandemia, y con su buen olfato habitual, Filmin se ha hecho con ella con muy buena respuesta por parte de sus abonados. La serie es todo un fenómeno.

Su concepto y sus ocho guiones están inspirados en las teorías de la colapsología, escuela de pensamiento nacida en Francia que estudia los peligros de un colapso de la civilización industrial y lo que nos podría suceder en menos tiempo del que creemos. La colapsología, que funde ecología, economía, psicología, agricultura, demografía, antropología, sociología, política y hasta futurología, se basa en la idea de que los seres humanos alteramos persistentemente nuestro entorno y expone el concepto de emergencia ecológica derivada del calentamiento global y el colapso de la biodiversidad. Para los colapsólogos, el colapso de la civilización se originará por una tormenta perfecta generada por diferentes crisis: la ambiental, la energética, la económica, la democrática….

La gran baza que tiene esta serie para seducir no es tanto el tema elegido (es un colapso ya empezado pero del que tenemos poca información) o la construcción de personajes y diálogos memorables, sino su formato: ocho historias independientes y que concluyen en el mismo episodio, no continúan durante la serie. De hecho, son historias de entre los 18 y los 28 minutos y con finales muy abiertos, algo que algunos espectadores han rechazado y otros han aplaudido.

Cada episodio, cerrado siempre con las notas al piano de Edouard Joguet, tiene un conflicto que hace moverse a los personajes por desesperación y con urgencia, lo que hace que la forma de cada episodio sea con cámara en mano. Todos los episodios, y aquí llegamos la grandeza de El colapso, están rodados en magníficos planos secuencia. El trabajo del director de fotografía Clémence Plaquet, que hasta ahora solo había rodado cortometrajes, es abrumador, técnicamente admirable.

En El colapso hay algunos momentos en los que te preguntas, anonadado, cómo demonios han rodado un plano en concreto. Por eso es una serie que engancha y se ve de un tirón pero también puedes volver a ver para recrearte en su puesta en escena, en el trabajo de Bernard, Desjardins y Ughetto para solucionar la coreografía y los aspectos técnicos de cada uno de sus episodios y largos planos secuencia.

Entre los episodios en los que brilla el virtuosismo visual de esta serie, destacan especialmente dos y, curiosamente, los dos están protagonizados por personajes de la clase alta, la clase pudiente que escapa, como ratas del colapso a un lugar seguro, a una isla-bunker. Son el tercer episodio, protagonizado por un hombre de negocios que intenta pilotar una avioneta para llegar a la isla de los millonarios, y el séptimo, en el que la actriz Lubna Azabal realiza un trabajo físico (en una playa, un barco y sumergida en el mar) que te deja atónito.

Por episodios:

El Supermercado. Dos días después del colapso. Todo nos empieza a sonar demasiado: faltan productos de primera necesidad, hay nervios. El protagonista es Omar, cajero cuya novia aparece para llevarse suministros y a su chico fuera de la ciudad. El trabajo de cámara en el centro comercial y en parte de su exterior, con un plano en el interior de una furgoneta, es magnífico. La serie te seduce y te engancha en este primer episodio.

La Estación de Servicio. Cinco días tras el colapso. El propietario de una gasolinera se enfrenta a las masas necesitadas de combustible. No son zombies, son personas que necesitan gasolina. La irrupción de un policía (al que vemos en el cartel de la serie) acelera los acontecimientos.

El Aeródromo. Seis días tras el colapso. Un millonario recibe la llamada telefónica del gobierno, que se dispone a evacuar a personas influyentes para ponerlas en lugar seguro. Solo tiene quince minutos para deshacerse de su amante, coger lo primero que pilla de gran valor y llegar al aeropuerto más cercano con su chófer. Sin lugar a dudas, el mejor episodio (en forma y fondo, en guión y realización) y una gran idea que se podría desarrollar en todo un largometraje. Este segmento resume a la perfección la mentalidad del capitalista: todo se puede comprar y ante una emergencia sálvese quien pueda, si hace falta recurriendo a la violencia.

La Aldea. Veinticinco días tras el colapso. Un grupo de unas treinta personas llegan a una aldea huyendo de la ciudad, donde vivir ya es peligroso o muy difícil. En la aldea hombres y mujeres se organizan en una reducida sociedad autosuficiente. Ante el miedo a ser rechazados, los visitantes se dejan llevar por el pánico. El mejor momento de este capítulo es cuando uno de los miembros de la aldea pregunta a los recién llegados qué saben hacer y uno de ellos dice que es “comercial”, ante el rostro de tristeza y resignación del entrevistador.

La Central. Cuarenta y cinco días tras el colapso. Una central nuclear se está calentando y puede estallar y soltar su letal radioactividad sobre los pueblos cercanos. Con la ayuda de voluntarios, un ingeniero nuclear y su hija intentan enfrían el combustible de la central nuclear con cubos de agua. Quizás el episodio menos logrado visualmente por su rodaje nocturno y escasamente iluminado.

La Residencia. Cincuenta y cinco días tras el colapso. Otro episodio con héroes y no con escoria humana. Un enfermero sigue, a pesar de todo, con su trabajo con los ancianos internados en una residencia. Es el único que no ha abandonado el edificio. Tremenda reflexión sobre cómo tratamos a nuestros mayores y sobre la necesidad de la bondad y el sacrificio. Desgarrador, de los mejores episodios de la serie.

La Isla. Ciento setenta días tras el colapso. Vemos en una playa a la esposa de Laurent, el millonario del episodio tercero. Desesperada, busca una isla privada y diseñada para acoger a supervivientes ricos y con permiso especial. Pura supervivencia darwinista en su guión, gran interpretación femenina y fabulosa realización. Otra de las joyas de la serie.

La Emisión. Cinco días antes del colapso. Activistas ambientales están a punto de irrumpir en un plató de televisión donde está debatiendo la ministra de Ecología (la mujer de la isla) con unos tertulianos muy frívolos y un presentador bastante cretino. Quieren avisar de lo que se avecina, pero nadie les toma en serio. Quizás el más flojo e innecesario de los episodios porque resulta previsible y porque quiere cerrar y explicar algo que solo se estaba sugiriendo y de forma bastante acertada y cinematográfica.

En general, la crítica la ha recibido como se merece a esta estupenda serie excepto un comentarista de El País. Sergio del Molino ha escrito que es “una serie previsible y tediosa”.

Lo peor: el formato, que en el fondo es cine de acción, no permite un gran desarrollo de la psicología de los personajes. Para unos la dictadura del plano secuencia en cada episodio se verá como un error de concepto, pero para otros como un gran acierto narrativo.

Lo mejor: el doloroso episodio de la residencia y los dos estupendos episodios protagonizados por el matrimonio formado por el repugnante millonario Laurent Desmarest y Sofia Desmarest, la cínica ministra. Y por su puesto su ritmo, su montaje, su puesta en escena y su corta duración, tan de agradecer en estos tiempos en los que las series se alargan de forma tan superflua.

El colapso es una película de zombies pero sin zombies y una película futurista pero demasiado cercana al presente. Y no anda nada desencaminada. El cofundador de LinkedIn aseguró en The New Yorker que pensaba que la mitad de los multimillonarios de Silicon Valley ya tenían preparado escondite para huir. En 2016, algunos medios también publicaron que Mark Zuckeberg, fundador de Facebook, ya había construido un búnker cercano a su mansión en Palo Alto, California.

Por eso, y por lo que puede avecinarse en lo económico, El colapso es tan turbadora y escalofriante.

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