Como decía, me he vuelto a Madrid. Para quedarme a vivir y para quedarme pasmada. Después de seis años viendo el mundo de fuera con ojos de aquí, ahora resulta curioso ver lo de aquí con ojos que han pasado seis años fuera. Con las idas y con las venidas se aprende mucho.
Por ejemplo: Malasaña no es Wall Street. ¿A que es increíble? Después de todo, crisis, banqueros y mercados hay en todos los sitios. Entonces, ¿por qué es y sabe tan distinto reflexionar sobre el tema tomándose una pinta en cualquier taberna del financial district de Nueva York o tomándose una caña en el Dos de Mayo?
Últimamente he ido mucho al Dos de Mayo por razones familiares (extraordinaria la posibilidad de tomarse una cerveza mientrasves a tu hija jugar en un parque infantil; eso no ocurre ni en los ámbitos más contraculturales de Nueva York) y me he deleitado rastreando por todas partes los “residuos nucleares” de la protesta del 15-M. Que conste que una nunca ha sido una fan ciega de dicho movimiento, por el que he sentido tanta admiración puntual como escepticismo estructural.
Pero hay que reconocer que ciertas cosas vistas de cerca tienen un montón de encanto. Qué gusto y qué risa cuando empecé a detectar por toda Malasaña esas adorables placas históricas falsas, réplica de aquellas que tanto me llamaron la atención cuando vine por primera vez a Madrid. Y me parecía que en todas partes ponía “Asegurada de Incendios”, “Prohibido Jugar a la Pelota” o “Aquí Meó el Perro de Azorín”.
De repente levanto la cabeza y leo: “No por mucho cotizar te jubilas más temprano”. Y tres esquinas más allá: “Si votar cambiara algo, sería ilegal”. O esta otra: “Que se oiga en todo el mundo la voz de las calles: NO NOS REPRESENTAN”. Y abajo, la sencilla firma emocionante: “pueblo de Madrid, 2011”. Etc.
A ustedes que nunca dejaron de vivir aquí ni por un segundo todo esto les parecerá normal porque lo tendrán muy visto. A mí que a duras penas me acostumbro a dejar de ser guiri me parece sencillamente deslumbrante. Las placas son tan pulcras y bonitas, y están colgadas tan altas, que una no se resiste a dejar de sospechar si no estaremos ante una de esas fantásticas campañas virales de arriba abajo, para que parezcan de abajo arriba…pero para alejar las sospechas y echarle agua al vino del cinismo, nada como seguir callejeando por Malasaña. Y reencontrarme casi románticamente con el glorioso talento madrileño para la provocación.
“Por favor no fumen porros en la terraza”, reza tal cual el cartel de un bar. Y más allá, garabateado a pelo y a spray en la pared, sin placa ni nada: “¿Hay vida antes de la muerte?” Brillante. Por no olvidarnos del comando gafapasta en la sombra que en algún momento escribió, también con spray negro en la pared: “Horkheimer también mola”. Refiriéndose al alemán Max Horkheimer, pareja filosófica de Theodor Adorno menos conocida que él, o eso creía yo. Para que luego digan que en Madrid no lee nadie.
Debo reconocer que me animan mucho todas estas muestras de un poder popular enérgico, divertido e indomable. Casi tanto como quedar a desayunar en el café Faborit de la Carrera de San Jerónimo con mi amiga Roser, progresista ella profesional y en sus ratos libres (piensa, dice y hace lo mismo en público y en privado, ¡es así de excéntrica!), que se escapa del Congreso, donde labora, para darme un abrazo y una esperanza: que todo se arreglará y que será gracias a los votos de la gente. “Dicen que la crisis no tiene remedio para que la gente se lo crea y se olvide de que once millones de papeletas en las urnas valen lo que valen, y sólo así podremos cambiar las cosas”, remacha envolviéndome con sus ojos brillantes, hermoso incendio convencido.
Viniendo de América no sé si me estoy dando de bruces con la realidad o con su negación más creativa, con la izquierda pasiva-agresiva que aún se cree capaz de gritar con desparpajo “no pasarán” a los mercados. Como si no los tuviera ya encima, por no decir dentro. “Yo es que lo veo más crudo”, razono, “porque creo que la gente tiene razón en pedir lo que pide, pero no hay con qué”. Le recuerdo el drama y el timo de las multinacionales norteamericanas, y de estados enteros de ese país, que llevaban décadas negociando con los sindicatos salarios más bajos a cambio de pensiones más altas. Aplazando la hora de la verdad, viviendo la batalla social en diferido, sin apartar un solo dólar hoy para cumplir los compromisos de mañana. Y un día estalla no ya la burbuja inmobiliaria ni la del crédito sino estas dos y todas las demás, incluida la burbuja ideológica, y la gente queda pillada entre dos fuegos: por un lado una especulación sin entrañas, por el otro una promesa vacía. Viva la izquierda Madoff: vote hoy y cobre nunca.
“Se puede mantener el Estado del bienestar”, insiste mi amiga, firme, “sólo hay que obligarles a cambiar las prioridades, gastar en Sanidad y no en aviones militares”. ¿Sólo eso?, me pregunto mirándola de hito en hito, debatiéndome entre admirarla por su coraje o sacudirla por su insensatez. ¿Qué pasa si lo que es justo y deseable resulta insostenible, pero insostenible de verdad, incluso si cortamos todas las manos negras capitalistas que hubiere o hubiera? ¿Qué pasa si los malos son muy malos pero los buenos no han sabido o no han querido ser mejores? ¿Cómo reaccionarían los jóvenes insurrectos del 15-M si un pajarito les soplara que a lo mejor están luchando por unas conquistas sociales cuyo mantenimiento nominal exige que en la práctica cada vez las disfrute menos gente? ¿Qué pasa si el trato secreto es, médicos, maestros y pensiones (y votos) para hoy, hambre para mañana, y maricón el último?
Si estuviéramos en América lo tendría claro: esto se hunde y el que sepa nadar, que llegue solo a la orilla. Estando en Malasaña me entra la duda.
Si ese trueno quevediano de fondo, esa gallardía fragorosa, ese arte para meter el dedo en el ojo, cuajaran electoralmente en algo nuevo y distinto. Pero en algo serio y potente de verdad, no meramente emocionante, vistoso o hasta turístico. No se trata de ser la reserva revolucionaria de Occidente, como en los años treinta. Se trata de hacer que esto funcione sin necesidad de revoluciones que, por si no lo sabían, las carga el diablo.
Jo, Anna, cómo me gustas. 🙂
Una información para la recién llegada: primera preocupación de los españoles, el paro; segunda, dar el menos golpe posible. Debe ser lo que llaman, corasón partío.
Es gracioso ver cómo la gente como tú dice que el 15M no va a llegar a nada pero sin embargo tú no aportas nada para que esto cambie. Eso es lo mejor, mirar y ver que todo sigue igual. Sigue así, serás feliz con tu farsa.
Además, ¿qué es eso de que lo que pide el 15M no es posible? El 15M lucha por un mundo más justo y solidario. Si crees que lo justo es que algunas personas concentren la riqueza del mundo y otras se mueran de hambre o no tengan techo… apaga y vámonos…
el tema de los indignados tiene corto recorrido. Aunque estoy convencido que de esta crisis saldrán cosas buenas….como por ejemplo que el dinero público no debe malgastarse en chorradas…la política debe ser menos una religión y por consiguiente los ciudadanos deben tener más en cuenta la gestión de los políticos que no otras cosas de índole sentimental o de tradición familiar…vamos, hace falta más pragmatismo…o dicho de otra manera, más madurez democrática. También a los medios de comunicación les corresponde hacer un cambio importante. Pues han sido culpables también de la situación, sobre todo de haber dado al gran Zp siete años y medio de gracia, de mirar pa otro lao. Ha sido escandaloso.