Debo reconocer que en su hora de gloria, Pepe Navarro a mí no me interesó nunca lo más mínimo. Mississipis y Pelícanos por una oreja me entraban y por otra me salían. La traslación a las pantallas celtibéricas del late show americano no tenía en mi opinión tanto mérito (como tampoco he visto nunca la necesidad de montar tanto lío porque Camilo José Cela se pusiera a jugar a ser John Dos Passos en el Café Gijón…) y además el presentador a mí personalmente me parecía un hortera. Ya está dicho.
Yo debo tener un cierto espíritu de contradicción, porque cuando la gente está en la cresta de la ola suele interesarme menos que cuando le dan con la tabla de surf en todo el morro. Pepe Navarro empezó a interesarme cuando de ser el niño bonito de la tele nocturna pasó a ser la bestia negra de los principales canales de televisión de este país. Algo bueno habrás hecho, pensé distraídamente yo, para tener tantos enemigos. La crucifixión para quien se la trabaja.
Ahora acaba de sacar un libro donde respira por la herida pero de paso canta unas cuantas verdades. ¿Que alguna de esas verdades estará un tanto oxidada, un tanto roñosita, por el resentimiento? Seguro. Pero es que a veces da la impresión de que en este país, para ver y decir las cosas como son, hace falta que se te haya muerto alguien. O hasta que se te hayan muerto todos. En resumen, hace falta no tener nada que perder. La dignidad de ser distinto y de ir a contracorriente se tienen en tan poca estima general, que no vale ni siquiera con ser un héroe. Hay que no ser de este mundo.
Bueno, a día de hoy Pepe Navarro decididamente ya no es de este mundo. Un amigo me lo pone al teléfono para comentar la jugada y he aquí lo que más o menos hablamos: rememora la “persecución” de que fue objeto, a su juicio sin parangón en este país (es verdad que busco otros ejemplos y así a bote pronto no me sale ninguno, como no sea la caza y captura, también por aquellas fechas, de Luis Roldán), la “saña” que algunos han puesto en querer “humillarle” cuando “yo sólo hacía mi trabajo”.
¿Qué reacción espera al libro que acaba de publicar? Pepe Navarro se ríe con una risa seca y pedregosa: “en este país nunca pasa nada, si quieres que algo nunca se sepa, ponlo en un libro”. Coño. Y entonces, ¿para qué? La risa seca da paso a una sonrisa que por teléfono no veo pero que mi instinto percibe afilada y gatuna: “Llega un momento en que tienes alguna obligación, así sea con la gente que cayó fulminada contigo, por tu culpa”.
Le pregunto si es verdad, como se ha rumoreado en mi presencia, que un celebérrimo exdirector de periódico, cuando no era ex, encumbró (momentáneamente) a Pepe Navarro a los altares del periodismo (de donde más tarde contribuiría a apearle) porque Navarro poseía un vídeo de este exdirector montándoselo con menores en determinado chalet. Lo encaja sin despeinarse, apreciablemente por lo menos por teléfono. Me despeino más yo, que a estas alturas de la película sigo sin acostumbrarme a la extrema crudeza de este oficio y de muchos que lo practican. Es que hay cosas que si son verdad son muy gordas…y si son mentira, pues todavía lo son más. “También se ha llegado a decir que yo pegaba a mis colaboradores”, filosofa.
Cambiando de tercio (ejem) dice que no le interesa hablar de la salida de Pedrojota de El Mundo. “No quiero opinar, él destrozó mi vida personal y empresarial, yo hablo de él en el libro porque no hay otro remedio, por narices, porque si no, no se entiende nada…” Pero asegura que al fuera del libro se ha negado en redondo y se seguirá negando a opinar de Pedrojota, mucho menos de su reciente defenestración, “por mucho que me llamen para que opine”.
Pasamos a hablar de cosas más serias, por ejemplo la insuficiencia industrial de las empresas periodísticas de este país, mayormente pymes con pretensiones que mayormente sobreviven cultivando el oligopolio y la subvención. Claro, y así no hay quien pueda. “Este país es demasiado pequeño, no genera sectores fuertes frente al poder”, constata Navarro. Cierto que aquí es inimaginable el “respeto entre las partes” que en Estados Unidos define la relación entre los que escriben (o radian, o televisan) y los que mandan o lo intentan. Aquí todo se va en mercadear y atesorar favorcillos políticos, ante los cuales el lector o la audiencia son más un rehén que una razón de ser o un verdadero argumento. “De ahí que aquí no se valore la experiencia, la inteligencia o el buen hacer”, concluye.
Hombre, está claro que piensa en sí mismo. Pero tiene la elegancia de mencionar otros nombres y le salen algunos incontestables. Cualquiera niega que gente como un Gran Wyoming y, sobre todo, un Jordi Évole, han triunfado un poco porque nadie se los esperaba. Y una vez triunfados, no será por falta de zancadillas que siguen ahí. Probablemente si las mismas cadenas de televisión les hubieran visto venir, les habrían parado los pies mucho antes.
Además hoy en día es más fácil porque la audiencia, amén de bastante idiotizada, está atomizada. Antes quien salía en la tele era Dios y a poco bien que lo hiciera adquiría una potencia cuya neutralización requería armas de destrucción masiva. A día de hoy, con la digitalización, Internet, etc, la segmentación del público es infinita y se considera un éxito un share que en época de Pepe Navarro habría dado risa. A ver quién es el guapo que planta cara con poca munición, es decir, pocos espectadores, no porque no los tenga, sino porque no hay más.
La lucha es cada vez más encarnizada y, lo que es peor, cada vez más vacua.
¿Se plantea Pepe Navarro volver al ruedo? “Si yo estoy vetado en todas partes, ¿cómo voy a volver? ¿Si ni a mis amigos les permiten entrevistarme?”, repite todo el rato como un mantra.
Por eso le tenía que entrevistar yo.
La frase es de Azaña