Rafael Chirbes: a contracorriente

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El escritor Rafael Chirbes. / Andreu Dalmau (Efe)

Hace dos semanas murió Rafael Chirbes. Cuando me enteré de su muerte no daba crédito a la noticia. Le he dado muchas vueltas estos días al hecho de la pérdida, a lo efímero y a lo injusto de la vida y de la muerte; a la constatación de que, aunque la muerte nos llegue a todos, siempre nos golpea por sorpresa. Intentando superar la tristeza y la rabia, finalmente me he decidido a escribir unas notas en este blog que le debe el nombre a Rafael por un comentario que hizo sobre uno de mis artículos. Lo hago como homenaje a un amigo y para hacer un pequeño regalo a sus lectores.

En febrero de 2014 escribí sobre Rafael Chirbes y decía “Si se tratara solo de calidad literaria, un día este país se despertaría preguntándose ¿quién diablos es ese Rafael Chirbes al que le han dado el Nobel?”. Ya no le podrán dar el premio Nobel. Un cáncer de pulmón fulminante se le ha llevado por delante. Me venía a la cabeza su eterna batalla contra el tabaco que nunca la acabó de ganar hasta que la ha perdido del todo; porque cuando se es fumador se fuma en los ratos buenos, en los malos y en los regulares. Y Rafael, para el que la escritura era una pulsión más que un placer, encontraba siempre razones para ello.

No sé por qué razón este verano empecé a releer Los viejos amigos. Y eso que tenía bastantes lecturas aplazadas por un curso escolar y sociopolítico muy intenso. Le suelo releer con frecuencia, pero le he tenido presente una parte del verano, hasta que llegó el mazazo de su muerte. En esta novela filosofa y dice: “La vida, un soplo: un golpe de brisa; a veces un huracán. Y ya está. Eso fuimos…” Quizá algo premonitorio.

El contacto directo con Rafael no era fácil, quizá por aquella definición que hizo de él Manolo Vázquez Montalbán: “Chirbes, una isla que se esfuerza por serlo”. Prefería que sus libros hablasen por él. Desde que volvió de Extremadura a su tierra, se retiró a la soledad y al silencio en Beniarbeig, al acto creativo de escribir tirando del gran almacén de su cultura, con un puñado de cuartillas a mano y en lucha con sus propios fantasmas, que son los mismos que los nuestros. Como explicaba en un correo, el verano pasado, “yo cierro las ventanas, bajo las persianas y me pongo el aire y esa penumbra de topo durante semanas es una mezcla de paraíso e infierno. Como marxista, ya sabes que las cosas vienen siempre enredadas”.

La última vez que nos vimos fue el año pasado con motivo de la entrega del Premio Francisco Umbral. Por cierto, tuvo que hacer encajes de bolillos para conseguir que no se lo entregara el presidente del gobierno de Madrid, Ignacio González del PP, en la Puerta del Sol, en el lugar donde sitúa el final de La larga marcha, en una celda de la Dirección General de Seguridad franquista. Luego estuvimos cenando en los aledaños de Chueca con un grupo de amigos y sus editores Jorge Herralde y Lali Gubern. Había estado brillante en el discurso, mordaz y divertido en la conversación de la cena. Es curioso cómo detrás de la apariencia de hurón, había un tipo tierno con ganas de salir corriendo ante el cariño y la admiración de sus amigos y lectores.

Cómo he lamentado no verle este año en la feria del libro de Madrid. No obstante, nos comunicábamos con frecuencia por email, a pesar de lo poco que le gustaba el medio. Yo le solía enviar los artículos que escribía y él me los comentaba de cuando en cuando. La última comunicación con él fue en mayo, en vísperas de las elecciones. Pese a ver con cierta distancia las cosas, se le notaba esperanzado por la posibilidad del relevo político en la comunidad de Valencia.

Rafael era un superviviente. De niño de orfanato a estudiante con compromiso antifranquista que le valió pasar por la cárcel. Recordaba que tuvimos que aprender y luego nos tocó tener que desaprender, porque lo que sabíamos iba contra lo que necesitábamos: ganarse la vida”. Y fue buscándosela en múltiples actividades y lugares, hasta conseguir dedicarse a tiempo completo a escribir. Militante de la escritura, decía (de ella) que en la profesión de escritor se empezaba cada partida siempre de cero como los jugadores de ruleta: “merodeamos, pisamos arenas movedizas, nos hundimos, nos extraviamos…”. Consideraba que “había escrito sus novelas por puro egoísmo, para no ahogarme, para salvarme”. Lo cierto es que los libros le surgían como una urgencia ética y política. Y esa ética es lo que más me impresionaba en la literatura de Chirbes. Lo deja muy claro cuando cuenta cómo escribió La buena letra:

“… quería que la novela sirviera como pila voltaica, como depósito de toda la cantidad de energía humana, de sufrimiento acumulado durante cuarenta largos años, y que amenazaba con extinguirse. Aspiraba a crear un fondo literario en el que poner a salvo –o almacenar– parte de aquel dolor de mis padres, recobrar la narración de su esfuerzo como unidad de medida desde la que calibrar la falaz levedad de los nuevos tiempos que nos tocaban vivir: para todo ello, no encontré otro camino que no fuese el de devolver la literatura al entramado de la historia”.

Siempre cercano al pulso real del tiempo, fiel a sí mismo y sin dejarse llevar por modas, es una figura literaria mayor. Esperaremos ansiosos la publicación de París-Austerlitz y, si acaso, sus diarios o cuadernos. En cuanto a la París-Austelitz es una novela de hace tiempo de la que el propio Chirbes no se encontraba seguro por la crítica negativa de un par de amigos, que le convenció de que no debía ver la luz, a pesar de que el editor la había apreciado favorablemente. Las dudas de Chirbes sobre sus novelas eran frecuentes (las tuvo con Los disparos del cazador, Crematorio…) por su nivel de exigencia y perfeccionismo, pero había retomado la idea de editarla y trabajó en ello. Y si se publica su diario, será una gozada porque todo lo que tocaba lo convertía en pura literatura. Por ejemplo, recuerdo que me envió este correo el año pasado y me apetece compartirlo contestando a una foto que yo le había mandado de los tejados de la vieja medina de Fez:  ( … ) Gracias por tu afecto, y por esas fotos de Marruecos, que me humedecen los ojos y me traen mis dos años en Sefrou (está a 28 km de Fez), el cielo, los olores, la luz y el colorido, los mercados, los baños, el canto del almuédano, ay, y treinta y pico años menos, claro que ahora el panorama se ha llenado de parabólicas. En los reportajes, intenté capturar eso, y, sobre todo, en esa novela pesadilla que es Mimoun. Fez y la plaza del Atlas con sus jacarandas, Sefrou y el paseo de los plátanos, y los borrachos que mezclaban alcohol de farmacia con agua de las cascadas del río, el mellah, la antigua judería, y sus putas sucias y paupérrimas, que servían a los soldados de un cuartel y a los campesinos que llevaban los jueves sus productos al mercado, qué te voy a contar. Me has dado mucha envidia (…)

Mientras tanto, recordaremos a la persona, su integridad moral y su coherencia indomable y le seguiremos releyendo, sus novelas (todas), sus ensayos (Por cuenta propia, El novelista perplejo), su estupendo libro de ciudades (El viajero sedentario), sus entrevistas, como las que le hizo Ángel Ferrero y le dedica in memoriam Sin Permiso.

Esta entrada en el blog merecería la pena aunque solo fuera por este regalo que quiero hacer a sus amigos, lectores y personas que quieran acercarse a él. Es un vídeo de hace cuatro meses (abril de 2015) del Festival MOT organizado por la Universidad de Girona y por Mita Casacuberta, en el que intervino Rafael Chirbes durante 1 hora y media hablando de todo con la excusa de tratar las Ciutats desfetes (ciudades deshechas) y de Valencia. Creo que es una joyita por lo desconocido (apenas tiene medio centenar de visualizaciones) y porque nos permite disfrutar de su cultura, su claridad política y su sentido del humor.

Rafael Chirbes decía que la gente no se esfuma ni muere de repente. Lo hace poco a poco. La gente muere en los demás, mueren del todo las manos cuando los demás olvidan las manos, muere la voz cuando los otros olvidan la voz. Ahora ya está en la "tripita del buey" como le gustaba decir, en esa metáfora del útero materno, volviendo a la tierra donde no hace frío ni llueve. Que la redención sea un ejercicio compartido depende de nosotros.

Mot. Festival de Literatura (YouTube)
5 Comments
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